El barrio de Akihabara vibraba con el ritmo de una mañana cualquiera. El bullicio del mercado central, los cláxones de los automóviles en el tráfico interminable, y las conversaciones apresuradas en las esquinas componían una sinfonía cotidiana que para muchos era ruido, pero para Ryuhoshi era tranquilidad. Desde el pequeño dojo familiar, los ecos de sus golpes contra el aire se mezclaban con la vida de la ciudad.
El dojo no era más que una reliquia de tiempos pasados. Las paredes estaban adornadas con viejas fotografías de generaciones de guerreros, y en el centro del altar, descansaba un amuleto en forma de dragón tallado en jade. Era un símbolo de orgullo para su abuelo, quien insistía en que su linaje estaba ligado a Seiryū, el dragón guardián de las estrellas. Ryuhoshi, sin embargo, lo veía como una historia más, algo para entretener a los niños.
Mientras practicaba, su teléfono vibró en el tatami. Resopló y se detuvo, limpiando el sudor de su frente antes de mirar la pantalla. Era un mensaje de Kenji, su mejor amigo.
Kenji: "¿Viste lo de las noticias? Algo raro está pasando. Lo dijeron en la tele."
Debajo, un enlace a un video del noticiero local.
Presentadora: "Se han reportado desastres naturales de una escala sin precedentes en distintas partes del mundo. Algunos científicos sugieren que podría estar relacionado con un misterioso objeto negro aparecido en el sol. Las autoridades aseguran que no hay peligro inmediato, pero las investigaciones continúan."
—¿Qué carajos? —murmuró Ryuhoshi, frunciendo el ceño antes de dejar el teléfono a un lado.
Un extraño escalofrío lo recorrió mientras observaba el dojo. Afuera, el cielo se veía ligeramente opaco, cubierto por un tenue velo de nubes. Aunque intentaba no dejarse llevar por el nerviosismo, algo en el ambiente lo inquietaba, como si una melodía desafinada resonara en el aire.
La voz grave de Hiroto interrumpió sus pensamientos.
—¿Qué estás viendo, Ryu? —preguntó mientras entraba al dojo. A pesar de su avanzada edad, Hiroto mantenía un físico impresionante. Su cabello blanco y plateado relucía bajo la tenue luz del dojo, y sus ojos destilaban sabiduría.
—Nada, abuelo… solo algo que mencionó Kenji —respondió Ryu mientras guardaba el teléfono en su mochila.
Hiroto arqueó una ceja con una mezcla de curiosidad y preocupación, pero antes de poder insistir, el sonido de la puerta abriéndose abruptamente lo interrumpió.
Kenji entró corriendo, con el cabello desordenado y jadeando por las prisas.
—¡Perdón! Se me hizo tarde… me quedé pegado viendo algo interesante —dijo Kenji, tratando de recuperar el aliento.
—¿Eso "interesante" tiene algo que ver con lo que me mandaste? —preguntó Ryu, con un tono cargado de sarcasmo e incredulidad mientras cruzaba los brazos.
Kenji asintió y se dejó caer en el tatami.
—Es más serio de lo que parece. Mira esto abuelo. —Extendió su teléfono hacia Hiroto, quien observó el video con detenimiento.
Hiroto frunció el ceño.
—La naturaleza no actúa de forma tan errática sin razón —comentó mientras devolvía el teléfono—. Algo está alterando el equilibrio en el mundo.
—¿alterando el equilibrio? —repitió Kenji con escepticismo—. Abuelo, creo que estás viendo muchas películas de ciencia ficción.
Hiroto lo ignoró y se dirigió a ambos con firmeza.
—Es suficiente charla por ahora. Comencemos el entrenamiento.
Kenji y Ryu intercambiaron miradas resignadas antes de ponerse de pie.
Durante la siguiente hora, Hiroto los sometió a un riguroso entrenamiento que mezclaba técnicas tradicionales con movimientos improvisados diseñados para potenciar sus reflejos.
—Ryu, mantén la guardia alta. Kenji, no te adelantes tanto o perderás el equilibrio —ordenaba Hiroto mientras los observaba.
Kenji, ya agotado, resopló.
—¿De verdad necesitamos tanto rigor? No vamos a pelear contra dragones ni nada parecido.
—¿Y cómo sabes eso? —respondió Hiroto con una ligera sonrisa, dejando a Kenji confundido.
Ryu, a pesar del cansancio, lanzó una mirada cómplice a Kenji antes de atacar con un golpe rápido, que este apenas esquivó.
—¡Oye! ¡Trampa! —exclamó Kenji, aunque no pudo evitar reírse.
Cuando finalmente terminaron, ambos amigos se desplomaron en el tatami, exhaustos pero satisfechos. Hiroto, con la paciencia de siempre, les ofreció un poco de té frío.
—No olviden que el verdadero enemigo no siempre es externo —murmuró mientras salía del dojo.
Kenji se giró hacia Ryu con una sonrisa.
—Bueno, al menos sobrevivimos. Por cierto, ¿te conté que tu abuelo es más intenso que cualquier entrenador que haya tenido?
Ryu se encogió de hombros.
—Lo sé. Pero vale la pena. Oye, ¿quieres dar una vuelta?
Kenji lo miró, curioso.
—¿En qué?
Ryu sonrió ampliamente y sacó unas llaves del bolsillo.
—El abuelo me regaló su viejo supreme por mi cumpleaños. Lo está guardando en el garaje.
Kenji se puso de pie al instante.
—¿Qué? ¡Un auto clásico! ¡Por supuesto que quiero!
Ambos salieron del dojo, animados, y se dirigieron al garaje. Cuando Ryu encendió el motor, el rugido del vehículo pareció eclipsar el extraño ambiente del día.
Por un momento, todo parecía normal. Pero esa calma sería breve.
El motor del auto rugió con una fuerza que hizo vibrar el garaje. Ryu giró la llave, y una sonrisa orgullosa se dibujó en su rostro.
—No sé qué es mejor, si el regalo del abuelo o el sonido de este motor —dijo, mientras Kenji inspeccionaba el auto con una mezcla de asombro y envidia.
—Te odio un poco ahora mismo, Ryu —bromeó Kenji, abrochándose el cinturón—. Vamos, quiero ver de qué es capaz este monstruo.
Ryu condujo por las estrechas calles de Akihabara con un control impecable. Los neones de los letreros comerciales reflejaban destellos en la brillante carrocería del auto, mientras el rugido del motor llamaba la atención de los transeúntes.
—¿A dónde vamos? —preguntó Kenji, con una sonrisa emocionada.
—Pensaba simplemente dar una vuelta, pero Yuki está organizando algo en su bar. Nos dijo que pasáramos si queríamos.
Kenji asintió, relajándose en su asiento.
Sin embargo, su tranquilidad se desvaneció cuando al doblar una esquina, se toparon con un convoy militar que bloqueaba parte de la calle. Soldados patrullaban el área, y las sirenas de las patrullas resonaban en la distancia.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —murmuró Kenji, mirando por la ventana.
Ryu redujo la velocidad y se inclinó ligeramente hacia el volante, tratando de entender la situación. Los soldados estaban armados hasta los dientes, y algunos parecían instalar equipos de monitoreo. Uno de ellos hacía señas para desviar a los vehículos.
—Esto no es normal —comentó Ryu, con el ceño fruncido—. Parece como si estuvieran buscando algo.
—O alguien… —añadió Kenji, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
Ambos continuaron conduciendo, el ambiente en el auto cargado de una tensión inexplicable. El cielo, ya oscuro por la noche, mostraba algo que parecía sacado de un sueño extraño. Las estrellas brillaban con una intensidad antinatural, y algunas parecían moverse levemente, como si estuvieran vivas.
Ryu disminuyó la velocidad y miró hacia arriba.
—¿Viste eso? —preguntó, señalando hacia el cielo.
Kenji también levantó la vista, desconcertado.
—¿Qué diablos...? Es como si las estrellas estuvieran bailando.
Ambos quedaron en silencio por un momento, observando el extraño fenómeno. El resplandor de las estrellas proyectaba sombras débiles pero inusuales en el suelo, como si tuvieran voluntad propia.
—No me gusta esto, Ryu. Algo está muy mal.
Ryu asintió, apretando los labios, pero trató de restarle importancia para no asustar más a Kenji.
—Debe ser alguna ilusión óptica. Quizá tiene que ver con lo del sol y el objeto ese que mencionaban en las noticias.
Kenji no respondió, pero su expresión decía que no estaba convencido.
Llegando al Bar de Yuki
Tras unos minutos, llegaron al bar de su amiga Yuki, un lugar pequeño pero acogedor, con luces cálidas y música que se filtraba hasta la calle. El cartel de neón en la entrada parpadeaba ligeramente, y el sonido de risas y conversaciones llenaba el ambiente.
—Por fin algo normal —dijo Kenji, bajándose del auto.
Entraron y fueron recibidos por Yuki, una joven energética con cabello corto y una sonrisa encantadora.
—¡Ryu, Kenji! Justo a tiempo. Estaba a punto de empezar un torneo de billar. ¿Quieren entrarle? —preguntó, guiñándoles un ojo.
Kenji asintió rápidamente.
—¿Por qué no? Después de lo que vimos, necesito algo de distracción.
Ryu, sin embargo, no podía dejar de pensar en las estrellas y los soldados. Su mirada se dirigía constantemente a la puerta, como si esperara que algo o alguien irrumpiera en cualquier momento.
—¿Estás bien, Ryu? —preguntó Yuki, notando su actitud.
—Sí, solo… hay algo raro en el aire esta noche.
Yuki inclinó la cabeza, pero antes de que pudiera decir algo, las luces del bar parpadearon, y por un segundo, el lugar quedó en penumbra.
—¿Qué fue eso? —preguntó alguien desde el fondo.
—Tal vez un apagón —respondió Yuki, pero su voz no sonaba segura.
Ryu salió al exterior, incapaz de ignorar la sensación de inquietud que lo carcomía. Miró hacia el cielo una vez más. Las estrellas seguían allí, brillando y danzando como si estuvieran vivas.
Kenji lo siguió, colocando una mano en su hombro.
—¿Qué crees que está pasando, Ryu?
—No lo sé, pero creo que estamos en medio de algo mucho más grande de lo que imaginamos.
La música y las risas dentro del bar parecían un contraste inquietante con lo que ocurría afuera.
—Tal vez deberíamos irnos... —sugirió Kenji, pero antes de que pudiera terminar la frase, la voz de Yuki los interrumpió.
—¡Oigan! ¡¿Qué están haciendo aquí afuera?! —preguntó, empujando la puerta del bar mientras se cruzaba de brazos—. Si vinieron a la fiesta, entren. Si no, váyanse a contemplar estrellas raras a otro lado.
—Solo estábamos tomando aire, Yuki. Nada grave —respondió Ryu, intentando sonar despreocupado.
—¡Pues tómenlo adentro! —gruñó ella, jalándolos de las mangas—. Tenemos karaoke y cerveza gratis para los que participen. Vamos, ¡será divertido!
Kenji lanzó una risa nerviosa mientras Yuki los arrastraba de vuelta al interior del bar.
Dentro del bar, el ambiente era relajado y animado. Un grupo de amigos ya conocidos, como Takumi, el bromista del grupo, y Mika, quien siempre traía la última moda, estaban reunidos alrededor de una mesa. Todos parecían disfrutar la noche, ajenos a la extraña atmósfera exterior.
—¡Ryu, Kenji! ¡Por fin se dignan a unirse! —exclamó Takumi mientras levantaba un vaso de cerveza.
—¿Qué? ¿Estaban afuera planeando cómo ganar en el torneo de billar? —añadió Mika con una sonrisa burlona.
Ryu y Kenji se acomodaron junto a ellos, tratando de dejar atrás la incomodidad. Kenji pronto se sumergió en las conversaciones y las bromas, mientras Ryu observaba a sus amigos, preguntándose cómo podían estar tan despreocupados.
Finalmente, Yuki se acercó con un micrófono en la mano.
—¡Es hora de karaoke! Y ustedes no tienen opción —declaró, señalando a Kenji y Ryu.
—Yo paso —dijo Ryu de inmediato.
—¡Ni lo sueñes! —respondió Yuki, empujándole el micrófono—. ¡Canta algo épico o algo horrible, pero canta!
Tras un coro de risas y abucheos, Ryu terminó aceptando a regañadientes, eligiendo una canción de rock clásico que provocó una ovación entre sus amigos. Por unos minutos, la tensión que había sentido antes se disipó, reemplazada por las risas y el bullicio del bar.
Más tarde, después de despedirse de sus amigos, Ryu llevó a Kenji a su casa. El viaje fue tranquilo, con Kenji dormitando en el asiento del copiloto. Sin embargo, una vez que Ryu dejó a Kenji en su puerta y volvió a quedarse solo, la inquietud regresó con fuerza.
Conducía por las calles casi desiertas, sus manos aferradas al volante mientras su mente volvía al brillo extraño de las estrellas y a los soldados que patrullaban la ciudad.
—Todo esto tiene que tener una explicación lógica… —murmuró para sí mismo, aunque no podía evitar sentir que estaba intentando convencerse.
Al llegar a casa, el dojo estaba completamente oscuro, excepto por una pequeña luz en el salón principal. Al entrar, encontró a su abuelo sentado, con los brazos cruzados y una expresión severa en el rostro.
—Llegas tarde, Ryuhoshi —dijo Hiroto, sin levantar la voz pero con un tono que dejaba clara su desaprobación.
—Lo siento, abuelo. Fui al bar con Kenji. Se nos hizo tarde.
Hiroto asintió lentamente, pero su mirada penetrante hizo que Ryu se sintiera como un niño regañado.
—No es solo la hora lo que me preocupa. El mundo está cambiando, Ryuhoshi. Las señales están ahí, pero te niegas a verlas. Algún día entenderás lo importante que es estar preparado.
Ryu suspiró, agotado tanto física como mentalmente.
—Con todo respeto, abuelo, no creo en esas historias. Lo que está pasando debe tener una explicación científica.
Hiroto no respondió de inmediato. Simplemente se levantó, colocó una mano en el hombro de su nieto y dijo:
—Solo espero que no sea demasiado tarde cuando cambies de opinión.
Con eso, Hiroto se retiró, dejando a Ryu sumido en sus pensamientos.
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