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El llamado de los dioses

Voces del pasado parte 2

Voces del pasado parte 2

Mar 22, 2025

This content is intended for mature audiences for the following reasons.

  • •  Blood/Gore
  • •  Mental Health Topics
  • •  Physical violence
  • •  Cursing/Profanity
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Mientras tanto en el dojo Hoshino El viento sopló con más fuerza, estremeciendo el dojo. Las hojas de los árboles de cerezo se desprendían, danzando en el aire como si algo invisible las arrastrara. Hiroto no apartó la vista del cielo, su semblante más sombrío que nunca.

—Esto… no es un simple fenómeno astronómico —murmuró Hiroto, su voz baja pero cargada de significado—. Es un presagio. Algo antiguo y peligroso esta a punto de ser  liberado.

Kenji, todavía aferrado a su arco, intentó mantener la calma.

—¿Qué significa eso, abuelo?

El anciano no respondió de inmediato. Caminó lentamente hacia el altar, donde el dragón de jade brillaba con mayor intensidad.

—El equilibrio —dijo finalmente—. El mundo de los mortales y el de lo divino siempre han estado separados por un pacto. Si ese pacto ha sido roto…

Ryu interrumpió, incrédulo.

—¡Esperate, abuelo! ¿Estás diciendo que todo esto tiene que ver con espíritus? ¿Con esas historias que siempre me cuentas?

—¿Qué otra explicación le darías? —respondió Hiroto, girándose hacia su nieto con una mirada severa—. ¿El objeto negro, el cielo, las anomalías en el mundo, el mensaje? ¿Crees que la ciencia puede explicar esto?

Ryu apretó los dientes, sin saber cómo responder. Todo lo que estaba sucediendo desafiaba cualquier lógica que conocía, pero su mente se negaba a aceptar lo que Hiroto insinuaba.

Kenji, más práctico, interrumpió la discusión.

—No importa quién tenga razón ahora. Si esto es tan grave como parece, tenemos que prepararnos de alguna manera.

Hiroto asintió, su mirada volviendo al dragón de jade.

—Así es. Esto es solo el principio.

Ryu, sin embargo, no podía dejar de mirar al cielo teñido de rojo. Un temor inexplicable se apoderaba de él, aunque intentaba reprimirlo con su incredulidad.

El viento seguía soplando, y el dojo parecía vibrar con una energía desconocida, como si el mundo mismo se preparara para lo que estaba por venir.

El viento seguía soplando con fuerza, sacudiendo las paredes del dojo como si el mismo edificio temblara ante lo que estaba ocurriendo. Hiroto, de pie frente al altar, parecía perdido en sus pensamientos, mientras Ryu y Kenji intercambiaban miradas de preocupación.

Finalmente, el anciano rompió el silencio.

—Kenji, vas a quedarte con nosotros durante unos días —declaró con voz firme, girándose hacia los dos jóvenes—. No es seguro que estés solo con lo que está ocurriendo.

Kenji arqueó una ceja, sorprendido.

—¿Quedarme aquí?

—Así es —respondió Hiroto, tomando el amuleto de jade del altar como si esperara que hiciera algo—. Si esto es lo que creo, necesitamos estar preparados para cualquier cosa. Es mejor que estés aquí, donde puedo protegerlos a ambos.

Ryu, todavía procesando todo, se cruzó de brazos.

—¿Protegernos de qué, abuelo? ¿Del viento? ¿De un eclipse?

—No seas estúpido querido nieto —replicó Hiroto, su mirada severa—. Esto no es solo un eclipse. Lo que sea que está sucediendo, es algo mucho más grande, solo espero que no sea lo que creo que es, murmuro.

Kenji, aunque también escéptico, no pudo evitar sentir un nudo en el estómago.

—No tengo problema en quedarme aquí, abuelo. Mis padres están de viaje, así que no hay nadie en casa. Solo espero que ellos estén bien…

El tono preocupado de Kenji hizo que Ryu bajara un poco la guardia. Aunque todavía no creía en las historias sobrenaturales de su abuelo, sabía que Kenji no hablaba a la ligera.

Hiroto asintió.

—Bien. Ve con Kenji a su casa y ayúdalo a recoger lo que necesite. Ropa, equipo, cualquier cosa que crea importante. No se demoren.

—Está bien —respondió Ryu, aunque su tono reflejaba una mezcla de molestia y resignación.

Kenji asintió, ajustando el arco en su espalda y revisando su carcaj.

—Vamos. Es mejor que lo hagamos rápido rápido.



Mientras conducían hacia la casa de Kenji, el aire se sentía denso, como si el viento trajera consigo una advertencia silenciosa. Las calles estaban casi desiertas, y las pocas personas que se veían parecían apresurarse a resguardarse en sus hogares.

Kenji miraba por la ventana, perdido en sus pensamientos.

—Espero que mis padres estén bien —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Estaban de viaje en Europa cuando todo esto empezó.

Ryu lo miró de reojo.

—Estarán bien. Es solo un eclipse raro, nada más.

Kenji soltó una risa amarga.

—¿De verdad crees eso? ¿Después de lo que vimos?

Ryu no respondió. Sabía que su amigo tenía razón, pero no quería admitirlo.

—No tiene sentido preocuparnos por lo que no podemos controlar —dijo finalmente, aunque su tono carecía de convicción.

Kenji se limitó a asentir, pero sus manos apretaban con fuerza el borde de su carcaj, como si aferrarse a algo tangible le diera consuelo.



La casa de Kenji era un lugar acogedor, aunque ahora parecía desolada sin sus padres. Al entrar, Kenji encendió las luces, revelando un salón lleno de recuerdos familiares: fotos enmarcadas, trofeos escolares y pequeñas decoraciones que mostraban una vida tranquila y ordinaria.

—No tardaré mucho —dijo Kenji, subiendo las escaleras hacia su habitación.

Ryu lo siguió, aunque su atención se desvió hacia una de las fotos en la pared. Mostraba a Kenji de niño, sosteniendo un arco pequeño mientras su padre lo ayudaba a apuntar.

—Siempre fuiste bueno con esto, ¿verdad? —preguntó Ryu, señalando el arco en la espalda de Kenji.

—Sí, aunque en ese entonces solo lo veía como un pasatiempo. Ahora... no sé. —Kenji sacudió la cabeza, como si quisiera ahuyentar un pensamiento incómodo.

En su habitación, Kenji recogió ropa, algunas herramientas de supervivencia y una linterna. También metió más flechas en su carcaj y guardó una pequeña navaja en su bolsillo.

—Listo. Creo que esto es todo —dijo, cerrando la mochila.

Ryu arqueó una ceja.

—¿Todo eso? ¿Planeas quedarte semanas?

—Solo estoy siendo precavido —respondió Kenji, encogiéndose de hombros—. Tú deberías hacer lo mismo.



El viaje de regreso fue igual de tenso que el de ida. Las luces de la ciudad parpadeaban ocasionalmente, y las sombras parecían alargarse de forma antinatural bajo el cielo carmesí.

Kenji rompió el silencio nuevamente.

—¿Y si tu abuelo tiene razón?

Ryu suspiró.

—No lo sé, bro. Todo esto me parece demasiado… surrealista.

Kenji lo miró fijamente.

—No importa si crees o no. Algo está pasando, y tenemos que estar preparados.

Ryu no respondió. Aunque no quería admitirlo, algo en su interior le decía que Kenji y Hiroto estaban en lo cierto.

Al llegar al dojo, Hiroto los esperaba en la entrada, con el amuleto de jade en sus manos.

—Descansen un poco, pero estén listos. La noche aún no ha terminado —dijo, antes de girarse hacia el altar.

Ryu y Kenji intercambiaron una mirada. Fuera lo que fuera lo que estaba ocurriendo, sabían que su mundo estaba a punto de cambiar para siempre.

 


En el Aeropuerto de Narita

Sara descendió del avión con pasos vacilantes, arrastrando una pequeña maleta detrás de ella. El bullicio de la terminal era ensordecedor: anuncios por los altavoces, el murmullo de viajeros apresurados y el constante eco de pasos sobre el suelo brillante. Pero para Sara, todo parecía distante, como si una capa invisible la separara del resto del mundo.

Su mente estaba nublada, atrapada entre el miedo y la incertidumbre. Desde la visión en su apartamento en Marsella, una sensación implacable la había empujado hacia Japón. No entendía por qué, pero sabía que no podía ignorar esa fuerza.

Caminó hasta una zona menos concurrida de la terminal y dejó caer su maleta junto a una banca de metal. Con manos temblorosas, sacó el diario de su madre de su mochila. Lo abrió en una página marcada que parecía gritarle con una urgencia muda. Allí, en medio de dibujos de flores negras y blancas, estaba escrita una frase en francés que había leído docenas de veces, pero que ahora resonaba como nunca antes:

"La conexión se encuentra donde el sol despierta y el dragón se alza."

Sara recorrió las palabras con los dedos, y de repente, un escalofrío recorrió su cuerpo. Fue como si el aire a su alrededor se volviera más denso. Las luces fluorescentes del aeropuerto parpadearon por un instante, y un zumbido grave llenó sus oídos.

Cerró los ojos, y la voz que había oído en su visión, esa voz profunda y etérea, volvió a resonar en su mente:

—Sara… te necesitan… el dragón… despierta.

Un dolor punzante atravesó su cabeza, y otra imagen se formó en su mente. Era el mismo campo marchito, pero esta vez, más definido. Las flores muertas crujían bajo un viento extraño, y la figura femenina con la corona de pétalos oscuros estaba de pie frente a ella nuevamente.

La figura extendió una mano, señalando algo en la distancia. El horizonte brillaba con un destello rojizo, y aunque no había sol, el resplandor era tan intenso que Sara tuvo que cubrirse los ojos en la visión.

Cuando abrió los ojos nuevamente, estaba de vuelta en la terminal del aeropuerto, respirando con dificultad. Sujetó el diario contra su pecho mientras su mente luchaba por procesar lo que acababa de experimentar.

—El dragón… —murmuró, repitiendo las palabras del diario y de la visión.

El aeropuerto a su alrededor seguía funcionando como si nada hubiera pasado, pero para Sara, el mundo había cambiado.

De repente, una sombra pasó por la ventana más cercana. Miró hacia afuera y vio que el cielo de tono rojizo, aunque todavía iluminado, tenía un tono extraño, como si una tormenta estuviera gestándose en el sol. Su instinto le decía que no debía ignorar ese presagio.

—Estoy en el lugar correcto… —susurró para sí misma, aunque la incertidumbre aún la carcomía.

Tomó su maleta y salió de la terminal, decidida a seguir esa sensación inquietante que la había llevado hasta Japón.



Mientras el eclipse alcanzaba su punto máximo, el mundo entero pareció contener la respiración. En Akihara, el amuleto de jade en el dojo comenzó a brillar con una intensidad cegadora, y Hiroto se levantó de golpe.

—Ha comenzado —dijo en voz baja.

En un bagon de tren dirigiéndose a tokio, Sara sintió un escalofrío recorrer su cuerpo mientras el diario de su madre parecía calentarse entre sus manos.

En ese momento, aunque aún no lo sabían, los caminos de Ryuhoshi y Sara estaban a punto de cruzarse, unidos por fuerzas que ninguno de ellos comprendía del todo.

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