Akihabara, Japón
La noche había caído como un manto pesado, oscureciendo el mundo de una manera que parecía antinatural. Las estrellas brillaban con una intensidad que más que iluminar, perturbaba, dibujando constelaciones irreconocibles. En la sala principal de la casa junto al dojo Hoshino, Hiroto se encontraba sentado frente al altar donde descansaba el amuleto de jade.
El anciano lo observaba en silencio, sus dedos rozando con cuidado la superficie lisa del dragón tallado. Una pequeña luz verdosa emanaba del amuleto, pulsando como si tuviera vida propia.
—¿Cuánto tiempo más, viejo amigo? —susurró Hiroto, con una voz cargada de nostalgia y preocupación. Su mirada era distante, como si hablara con alguien invisible—. Pensé que estos días habían quedado atrás… pero parece que el destino siempre encuentra la forma de atraparnos.
Un susurro apenas perceptible resonó en la habitación. No era un sonido físico, sino algo más profundo, un eco en la mente del anciano. Hiroto cerró los ojos, recordando los años de su juventud, cuando él mismo había portado el poder del dragón, un poder que le había exigido más de lo que alguna vez quiso dar.
El recuerdo fue interrumpido por un sonido desgarrador. Un estruendo ensordecedor retumbó desde el cielo, como un grito de agonía que atravesaba el aire. Hiroto se levantó de inmediato, su rostro endurecido mientras tomaba su bastón y miraba hacia la ventana.
Afuera, Ryuhoshi y Kenji estaban en el patio, discutiendo las extrañas estrellas en el cielo.
—Esto no puede ser normal, Ryu —dijo Kenji, con su arco en la mano y las flechas listas en el carcaj.
—Nada de esto tiene sentido, Kenji. Pero no voy a empezar a creer en historias de espíritus solo porque el cielo esté raro —respondió Ryu, aunque su voz traicionaba una ligera incertidumbre.
De repente, el cielo pareció desgarrarse. Una grieta gigantesca se abrió, como si el tejido de la realidad estuviera siendo arrancado. Desde esa fisura, una luz rojiza bañó la tierra, iluminando los alrededores del dojo con un resplandor siniestro.
El viento comenzó a soplar con una fuerza sobrenatural, arrastrando hojas, polvo y ramas en un torbellino caótico. En la distancia, sonidos de disparos y explosiones se mezclaban con el rugido de aviones y el lamento de las sirenas. Era como si el mundo entero hubiera sido lanzado al caos en un instante.
—¡Mira eso! —gritó Kenji, señalando hacia el cielo.
De los portales abiertos descendían criaturas grotescas, demonios cuyas formas desafiaban cualquier lógica. Algunos tenían alas desgarradas que los mantenían en el aire, mientras otros caían pesadamente al suelo, sus cuerpos retorcidos y desproporcionados avanzando con hambre y rabia.
—¿Qué… qué son esas cosas? —balbuceó Ryu, retrocediendo instintivamente.
Hiroto salió al patio, su bastón en mano, observando la escena con una calma sorprendente.
—Son demonios —dijo, su voz grave pero firme—. Criaturas del abismo. Y no están aquí por casualidad.
Kenji tensó una flecha en su arco, listo para disparar a cualquiera que se acercara.
—¿Qué hacemos, Hiroto? ¡Son demasiados!
Hiroto miró hacia la casa, donde el amuleto de jade seguía brillando en el altar.
—Tenemos que regresar por el amuleto. Es nuestra única esperanza.
Los tres comenzaron a correr hacia la casa, pero una horda de demonios se interponía en su camino. Criaturas de todos los tamaños y formas avanzaban en dirección al altar, como si pudieran sentir la energía que emanaba del dragón de jade.
Kenji disparó una flecha que atravesó el pecho de uno de los demonios más pequeños, pero la criatura apenas se detuvo.
—¡No sirve! —gritó, retrocediendo mientras cargaba otra flecha.
Ryu, con su katana en mano, se preparó para defenderse cuando una de las criaturas saltó hacia ellos. Antes de que pudiera alcanzarlos, un destello de luz verde emanó del interior de la casa, deteniendo al demonio en el aire por un instante antes de arrojarlo hacia atrás.
—¿Qué fue eso? —preguntó Kenji, atónito.
Ryu sintió un calor inexplicable en su pecho. Miró sus manos, que brillaban con un leve resplandor verdoso.
—No lo sé… —murmuró, sintiendo que algo dentro de él despertaba.
Otra criatura cargó hacia ellos, pero esta vez Ryu reaccionó por instinto. Un impulso recorrió su cuerpo, y al levantar su katana, una onda de energía salió disparada hacia el demonio, cortándolo en dos.
Kenji lo miró con incredulidad.
—¿Qué demonios fue eso?
—Yo… no lo sé —respondió, su respiración agitada mientras miraba el brillo que envolvía su espada.
Hiroto llegó junto a ellos, cargando el amuleto de jade en una mano.
—Es el dragón que llevas dentro, Ryu. El poder que has heredado, aunque no lo entiendas todavía.
Ryu miró a su abuelo, confuso y asustado.
—¿El dragón…? Abuelo, ¿qué está pasando?
Hiroto no respondió de inmediato. En cambio, señaló hacia el dojo, donde las sombras de los demonios se acercaban peligrosamente.
—No hay tiempo para explicaciones. Debemos refugiarnos en el dojo. Allí estaremos más seguros… por ahora.

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