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El llamado de los dioses

Oscuridad y decisión parte 1

Oscuridad y decisión parte 1

Apr 11, 2025

This content is intended for mature audiences for the following reasons.

  • •  Blood/Gore
  • •  Mental Health Topics
  • •  Physical violence
  • •  Cursing/Profanity
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Sara Blanc avanzaba lentamente por el sendero. A sus pies, las raíces negras sobresalían del suelo como si fueran las venas de un monstruo dormido, pulsando débilmente bajo su peso. Cada paso parecía más pesado que el anterior, no solo por el cansancio, sino por el aire denso que la rodeaba, cargado con una energía inquietante.

El bosque estaba sumido en un silencio antinatural. No había cantos de aves, ni crujidos de ramas, ni siquiera el susurro del viento entre los árboles. Y sin embargo, las hojas de las copas se agitaban suavemente, como si respondieran a algo que Sara no podía ver.

En sus manos temblorosas sostenía el diario de su madre, Celine Blanc. El cuero desgastado del libro parecía más cálido de lo normal, como si algo dentro de él cobrara vida a medida que se adentraba más en el sendero. Sara no podía ignorar la sensación de que el diario estaba reaccionando a este lugar, llamándola, empujándola hacia adelante.

El sendero finalmente se abrió hacia un claro rodeado de árboles retorcidos que parecían inclinarse hacia el centro, como si observaran lo que ocurría allí. En el corazón del claro se erigía un altar grotesco, una estructura de huesos humanos entrelazados, bañados en un resplandor púrpura que pulsaba como el latido de un corazón. Sobre el altar descansaba un cáliz tallado en obsidiana, del cual emanaba un humo negro que se desvanecía en el aire.

Alrededor del altar, figuras encapuchadas estaban arrodilladas en un círculo perfecto. Sus túnicas negras estaban adornadas con un símbolo que Sara reconoció al instante: un círculo rojo con un ojo negro en su centro. Era el mismo símbolo que había visto tantas veces en el diario de su madre. Su corazón se aceleró, y un torrente de preguntas inundó su mente.

—¿Qué… es esto? —susurró para sí misma, su voz apenas audible.

Las figuras encapuchadas murmuraban en un idioma antiguo, sus voces resonando como un eco dentro del claro. Cada palabra parecía vibrar en los huesos de Sara, haciéndola sentir pequeña e indefensa.

Una figura alta y majestuosa, que claramente era el líder, se levantó en el centro del círculo. Su túnica era más elaborada que las demás, y su máscara, hecha de metal ennegrecido, tenía cuernos largos y curvados. El brillo púrpura del altar parecía reflejarse en los ojos de la máscara, dándole una apariencia aún más intimidante.

—Hermanos y hermanas —dijo, levantando una mano para silenciar los murmullos—. La muerte no es el fin. Es la llave que abre las puertas de nuestro verdadero propósito. ¡Pronto, la purificación comenzará!

Sara retrocedió un paso, el terror comenzando a arraigarse en su pecho. Pero cuando su pie pisó una rama seca, el crujido resonó como un disparo en el silencio del claro.

El líder se giró lentamente hacia ella, sus ojos rojos brillando desde la oscuridad de la máscara.

—Parece que tenemos una invitada inesperada —dijo, con una voz profunda y resonante que cortaba el aire como una hoja.

Las figuras encapuchadas se levantaron al unísono, girándose hacia Sara. Sus máscaras grotescas, talladas en madera y hueso, ocultaban sus rostros, pero el aura de amenaza era inconfundible.

—Atráiganla al altar —ordenó el líder.

Dos de los cultistas avanzaron hacia Sara, sus movimientos lentos y deliberados, como si disfrutaran prolongando el momento. Sara levantó instintivamente las manos, y en ese instante, un círculo de rosas negras brotó del suelo a su alrededor. Las flores, perfectamente formadas, despedían un aroma dulce pero opresivo. Los cultistas que intentaron cruzar el círculo retrocedieron de inmediato, sus manos quemadas por roses de los pétalos en su piel.

El líder se detuvo, observando el círculo de flores con interés.

—Veo que llevas un don especial, hija de Perséfone —dijo, con una curiosidad fría en su voz—. Quizás no seas una amenaza… sino una aliada.

Sara, con el corazón latiendo frenéticamente, apretó el diario contra su pecho.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué llevan este símbolo? —preguntó, señalando las túnicas con la mano temblorosa.

El líder inclinó la cabeza, como si considerara sus preguntas.

—Somos los heraldos del renacer, los portadores del verdadero cambio. Este símbolo... —dijo, tocando el círculo en su túnica, con una reverencia casi reverencial— representa el ciclo sagrado de destrucción y resurgimiento. El fin... y el principio. Tu madre, Celine Blanc, también lo comprendió… demasiado tarde.

Sara sintió como si el suelo se deshiciera bajo sus pies.

—¿Mi madre? —preguntó, con los ojos abiertos por la incredulidad—. ¿Qué saben de ella?

El líder dio un paso al frente, ignorando el círculo de flores que lo separaba de Sara. Su voz bajó de tono, tornándose más suave, envolvente… venenosa.

—Ella anhelaba lo mismo que nosotros: el conocimiento prohibido, la verdad que se esconde en las entrañas de las sombras. Tal vez no soportó lo que vio… pero tú, tú tienes su fuego. Únete a nosotros, Sara. Juntos revelaremos lo que duerme más allá del velo... y traeremos el juicio al mundo.

Por un instante, Sara dudó. Las palabras del líder resonaban en su mente, tentándola con la promesa de respuestas. Si se unía a ellos, tal vez podría descubrir lo que su madre había estado buscando. Tal vez podría entender el significado del símbolo y las extrañas visiones que la perseguían.

Pero algo no estaba bien. Había una oscuridad en sus palabras, una frialdad que la hacía estremecer.

El líder, al notar su vacilación, bajó la mirada hacia el diario que Sara sostenía. Una chispa de reconocimiento brilló en sus ojos rojos.

—Ese libro… —dijo, su tono cambiando a uno más amenazante—. Ese libro no debería estar contigo.

Sara retrocedió, abrazando el diario contra su pecho.

—¿Qué sabes sobre esto? —preguntó, su voz ahora cargada de desafío.

El líder levantó una mano, y los cultistas comenzaron a rodearla.

—Suficiente como para saber que no puedes quedarte con él. Si no estás con nosotros, eres un obstáculo. Y los obstáculos deben ser eliminados.

Los cultistas avanzaron rápidamente, ignorando las flores negras que brotaban a su paso. Sara, desesperada, levantó las manos de nuevo, pero esta vez no ocurrió nada. El poder que había brotado antes parecía haberse agotado.

—¡No! —gritó, mientras los cultistas extendían sus manos hacia ella.

Justo cuando las manos de los cultistas estaban a punto de alcanzarla, una ráfaga de viento fuerte y helado atravesó el claro, arrancando hojas de los árboles y apagando momentáneamente el resplandor púrpura del altar.

Sara aprovechó el momento, dando un paso atrás y girando para correr hacia el bosque.

—¡Deténganla! —gritó el líder, su voz resonando como un trueno.

Mientras los cultistas la perseguían, Sara se adentró en el bosque, sus pasos tambaleándose mientras el diario pulsaba con más fuerza en sus manos. Aunque el terror la invadía, una pequeña voz en su interior le decía que debía seguir adelante.

El claro donde Ryuhoshi, Kenji y Hiroto se detuvieron estaba envuelto en una inquietante tranquilidad. La fogata que habían encendido era una pequeña chispa de vida en medio de un paisaje devastado. A su alrededor, los árboles estaban torcidos, sus ramas alargadas como si intentaran alcanzar el cielo oscuro. El aire era frío, cargado de un olor metálico que recordaba a sangre seca.

Kenji se frotaba los brazos, aunque no hacía tanto frío como para justificarlo.

—Este lugar está maldito —murmuró, lanzando una mirada nerviosa al bosque que los rodeaba—. No me gusta nada. Es como si algo nos estuviera mirando.

Ryuhoshi permanecía en silencio, sentado junto a la fogata con la katana Hikari no Ha (光の刃, Filo de Luz) descansando sobre sus rodillas. Sus ojos estaban fijos en las llamas, pero su mente estaba en otra parte. El amuleto de jade en su pecho brillaba débilmente, pulsando con un ritmo que parecía sincronizarse con su respiración.

—No estás equivocado, Kenji —dijo Hiroto, rompiendo el silencio mientras ajustaba su bastón junto a él—. Este lugar está impregnado de una energía oscura, una que no es natural.

Kenji lo miró con incredulidad.

—¿Y por qué, exactamente, estamos aquí? ¿No podríamos haber parado en, no sé, algún lugar que no pareciera el set de una película de terror?

Ryu soltó un suspiro y levantó la vista hacia su amigo.

—¿Quieres un hotel cinco estrellas? Porque creo que ya pasamos por el último intacto hace unos kilómetros, justo antes de los demonios.

Kenji esbozó una sonrisa nerviosa y levantó las manos.

—Lo siento, señor “descendiente del Dragón”. Solo intento sobrevivir aquí sin que algo nos coma vivos.

Ryu negó con la cabeza, pero una pequeña sonrisa se formó en sus labios. A pesar de la tensión, Kenji siempre lograba encontrar una manera de aliviar el peso de la situación, aunque fuera con un comentario sarcástico.

Mientras Kenji intentaba mantener el ánimo, el amuleto de Ryu comenzó a brillar con más fuerza. Un destello azul iluminó brevemente el claro, captando la atención de todos.

—¿Se supone que haga eso? —preguntó Kenji, señalando el amuleto.

Ryu frunció el ceño y se levantó, colocando una mano sobre el jade que ahora parecía vibrar bajo su piel.

—No. Está reaccionando a algo.

Antes de que alguien pudiera decir algo más, un rugido inhumano resonó en la distancia. Era profundo, gutural, y cargado de una furia que hizo temblar las hojas de los árboles.

Kenji se puso de pie de un salto, agarrando su arco con fuerza.

—¡Eso no suena bien! ¿Qué fue eso?

Ryu no respondió de inmediato. En ese momento, una luz púrpura atravesó el horizonte, iluminando el cielo como un relámpago que no desaparecía. Desde su posición, podían ver el resplandor proveniente de lo que parecía ser el centro de una ciudad cercana.

Hiroto se levantó lentamente, observando el horizonte con una expresión grave.

—Es un portal —dijo finalmente, su voz baja pero llena de convicción—. Alguien o algo está queriendo abrir más portales como los de el otro día.

Ryuhoshi sintió un escalofrío recorrer su columna. Había algo en ese resplandor púrpura que lo hacía sentir expuesto, como si algo lo estuviera observando desde el otro lado de la distancia.

—Ryu, ¿estás bien? —preguntó Kenji, notando la palidez en el rostro de su amigo.

—Ese lugar… —murmuró Ryu, sin apartar la vista del resplandor—. No sé qué es, pero algo me dice que no deberíamos acercarnos.

Kenji soltó una risa nerviosa.

—Perfecto. Entonces propongo que nos vayamos en la dirección opuesta. ¿Qué opinan?

Hiroto lo ignoró y miró a Ryu.

—Lo que sientes no es un error. Esa luz está relacionada con los demonios. Tenemos que ir.

Kenji abrió la boca para protestar, pero antes de que pudiera decir algo, Hiroto levantó una mano.

—No hay tiempo para discutir. Suban al auto.

Rápidamente apagaron la fogata y se dirigieron hacia el auto de Ryu, estacionado en un camino de tierra a unos metros del claro. Kenji se subió al asiento trasero mientras Ryu ocupaba el asiento del copiloto.

Hiroto giró la llave en el encendido, y el motor rugió a la vida. Por un momento, el sonido familiar del auto les dio un breve respiro de normalidad.

—¿Sabes, Ryu? —dijo Kenji mientras ajustaba su arco en el espacio entre sus piernas—. Siempre dije que tu auto era genial, pero creo que deberías considerar agregarle algún tipo de armadura. Tal vez lanzallamas.

—Claro, porque eso es completamente práctico —respondió Ryu mientras hiroto ponía el auto en marcha—. ¿Algo más, Kenji? ¿Un cañón en el techo?

Kenji se encogió de hombros, sonriendo levemente.

—Solo digo que nunca sabes cuándo puedes necesitar uno.

El auto avanzó por el camino serpenteante, dejando atrás el claro y adentrándose en una carretera rodeada de árboles. A medida que se acercaban a la ciudad, los signos de destrucción se hicieron evidentes. Los árboles a los lados del camino estaban quemados, y el pavimento estaba agrietado como si algo inmenso hubiera pasado por allí.

Finalmente, llegaron a las afueras de la ciudad. Lo que vieron hizo que Kenji se quedara sin palabras.

La ciudad estaba en ruinas. Edificios derrumbados bloqueaban las calles, y vehículos carbonizados estaban esparcidos por todas partes. Las farolas titilaban débilmente, como si intentaran resistir la oscuridad que se cernía sobre el lugar. En las paredes de algunos edificios, manchas de sangre formaban patrones grotescos, como si alguien las hubiera usado para dibujar símbolos incomprensibles.

—Esto… esto no puede ser real… —murmuró Kenji, sus ojos recorriendo la devastación.

—Es real —respondió Hiroto, su tono sombrío—. Y no será la última vez que veamos algo así.

Hiroto detuvo el auto en una esquina, apagando las luces para evitar llamar la atención. Desde su posición, podían ver claramente el resplandor púrpura que iluminaba el cielo en la distancia.

—Está allí —dijo Hiroto, señalando hacia el centro de la ciudad—. Es el origen de esa energía.

Ryu asintió, pero no pudo evitar sentir un peso creciente en su pecho.

—Siento algo… algo malo. Es como si ese lugar nos estuviera esperando.

Kenji tragó saliva y agarró una de sus flechas, comprobando la punta por vigésima vez.

—Bueno, genial. Es un lugar espeluznante que nos quiere muertos. ¿Qué podría malir sal?

Ryu negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír ligeramente ante el intento de su amigo por aliviar la tensión.

—Mantente cerca, Kenji. Esto no va a ser fácil.

Hiroto colocó una mano en el hombro de Ryu .

—Recuerda, no dejes que tus sentimientos te consuman. Confía en tu instinto, pero mantén tu mente clara.

Ryu respiró hondo, apretando el amuleto en su pecho antes de que Hiroto pusiera el auto en marcha nuevamente, dirigiéndose hacia el corazón de la oscuridad.

El bosque parecía cerrarse alrededor de Sara mientras corría desesperada entre los árboles retorcidos. Las raíces negras sobresalían del suelo, intentando atrapar sus pies a cada paso, y las sombras se alargaban como si fueran manos ansiosas por detenerla. Detrás de ella, las voces del culto resonaban en el aire, un cántico que parecía penetrar en sus huesos.

—¡No puedo seguir así! —jadeó, su pecho ardiendo mientras intentaba mantener el ritmo.

El diario de su madre latía contra su pecho, como si intentara advertirle de algo, pero no tenía tiempo de detenerse a comprenderlo. De repente, el resplandor púrpura del altar, que antes solo era visible desde la distancia, se intensificó hasta cubrir el cielo con su luz. Sara frenó en seco, cubriéndose los ojos mientras el brillo la cegaba momentáneamente.

—No… otra vez no… —susurró, su voz temblorosa mientras los recuerdos de su infancia inundaban su mente.

Se giró lentamente hacia el origen del resplandor, y ahí estaba el altar, el mismo lugar del que había huido. Ahora, parecía más vivo que nunca, como si respondiera al cántico del culto. Las figuras encapuchadas estaban de pie alrededor, levantando sus brazos hacia el cielo mientras el líder sostenía el cáliz en alto, una sonrisa cruel dibujada en su rostro.


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