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balas y diamantes

Capítulo 2: La tienda en Hudson

Capítulo 2: La tienda en Hudson

Jul 02, 2025

Habían pasado dos días desde que Clara se hospedaba en la casa de James.

—Ya te enseñé a atender al público, los nombres de cada pieza que vendo. Si alguien quiere venderme oro o joyas, me avisas. Yo estaré en el taller, trabajando en un nuevo tipo de cadena y viendo cómo diseñar un reloj fino para damas de clase alta.

Clara asintió, aunque su voz tembló ligeramente.

—Oki… pero, ¿qué hago si vienen delincuentes? Tengo miedo.

James la miró con calma, apoyando una mano en su hombro.

—No te preocupes. Hay formas de manejar esas situaciones. Lo importante es que aprendas a reaccionar con inteligencia.

La joven asintió, dispuesta a aprender.

James sonrió con confianza y dijo: —Relájate, nadie viene por aquí sin que yo lo note. Tengo a este amigo conmigo.

Dicho esto, mostró el mango de una pistola que asomaba de su bolsillo delantero antes de retirarse a su taller. Mientras tanto, un cliente ingresó a la tienda sin notar que, desde afuera, alguien más observaba con interés: Henry Blackwell. Con una mirada afilada, pensó para sí: "¿Tiene mujer o se consiguió una esclava? Me gusta".

El cliente se acercó al mostrador y saludó con cortesía. —Muy buenas tardes, busco un reloj de mano de oro puro.

Clara, aún algo tímida, respondió con seguridad: —Sí, tenemos varios modelos. Cuestan 400 dólares.

El hombre examinó las piezas con curiosidad. —No he visto estos modelos antes. ¿De dónde provienen?

—El dueño los fabrica —respondió Clara, sacando algunos modelos para mostrarle.

Finalmente, el cliente seleccionó uno y sacó los billetes de su bolsillo. —Me llevaré este de oro puro.

Clara, siguiendo la política de la tienda, sonrió y le extendió un pequeño obsequio. —Por su primera compra, le obsequiamos este anillo de plata.

El cliente pareció incómodo y negó con la cabeza. —No acepto regalos, gracias.

—Es un detalle del dueño —insistió Clara con amabilidad—. Para compras superiores a 350 dólares damos un pequeño obsequio. Así, regresará pronto.

El cliente sonrió y aceptó el anillo con un gesto agradecido antes de retirarse.

Más tarde, Henry Blackwell ingresó a la tienda. Su mirada astuta se posó sobre Clara, quien, sin sospechar nada, le devolvió el saludo.

—Hola —dijo el hombre con una sonrisa inescrutable—. ¿Cómo te llamas?

—Clara Fitzwilliam —respondió ella con inocencia.

—¿Eres hija, esposa o algún familiar del dueño? Lo pregunto porque él es un gran amigo mío —dijo, acercándose con aire seductor.

Clara sintió un escalofrío y respondió con nerviosismo: —Nada de eso, señor. Solo estaré unos días aquí y luego regresaré a casa.

Henry sonrió de forma inquietante. —Eso significa que no eres su familia… ¿Por qué no vienes a vivir conmigo? Me gustas mucho y podrías ser una excelente esposa en unos años.

Clara sintió que su cuerpo se tensaba, incapaz de moverse. De repente, un clic metálico resonó detrás de Henry. La boca de un arma se apoyó suavemente contra su cabeza.

—Será mejor que te alejes de aquí —la voz firme de James rompió el silencio—. Ella está bajo mi protección.

Henry alzó las manos con fingida tranquilidad. —¿Qué sucede? Si no es tu mujer, podrías vendérmela. O simplemente podría llevármela yo mismo y hacerla mía.

James apretó la mandíbula, sin bajar el arma. —Podría vaciarte esta pistola en la cabeza, aunque probablemente esté vacía por dentro. Qué lástima que no quieras hacer negocios conmigo, considerando que nos dedicamos a lo mismo. Pero veo que solo eres un pobre envidioso, incapaz de soportar el éxito ajeno.


Henry entrecerró los ojos y se alejó lentamente. —Esa mujer será mía… y tu negocio también.

Cuando finalmente se marchó, Clara rompió en llanto. James la observó en silencio, sintiendo una punzada de incomodidad. No era alguien afectuoso, no sabía cómo reaccionar ante un abrazo o una muestra de gratitud. Finalmente, optó por una leve sonrisa y dijo: —No te preocupes. Mientras estés aquí, yo te protegeré.

Clara, sin decir palabra, se lanzó a sus brazos. James quedó inmóvil, sin saber cómo corresponder el gesto.


Unos días después…

Tomas Vargas ingresó a la tienda y se dirigió al mostrador con un tono amigable. —Hola, niña. Busco a James, dile que soy Tomas Vargas.

Clara asintió y fue al taller, donde James estaba fundiendo metal con concentración. —James, ha venido el señor Tomas Vargas. Desea verte.

James dejó sus herramientas sobre la mesa y asintió. —Voy enseguida.

Salió a recibir a Tomas y le extendió la mano en un apretón firme.

—Vine a entregarte un presente de mi jefe —anunció Tomas con una sonrisa—. Es un caballo. Te está esperando afuera.

Ambos salieron y vieron un magnífico corcel atado en la entrada. Joven, fuerte y elegante, su porte era el de un animal digno de la nobleza.

—Acércate y ponle un nombre —le animó Tomas.

James observó al animal con admiración y tras unos segundos, declaró con orgullo: —Lo llamaré Pegaso. Solo los hijos de dioses, héroes y leyendas han montado uno. Y yo seré una leyenda en el mundo de la joyería.

Tomas Vargas sonrió y dijo: —Así es, con este caballo irás a las reuniones que tendremos una vez a la semana. Ve siempre con ropa nueva de clase.

Mientras tanto, Henry Blackwell observaba con envidia desde su tienda. Apretó los dientes y pensó: "Mataré a ese maldito caballo".


Esa misma noche, en la cocina, James cocinaba mientras Clara picaba zanahorias.

—Lamento mucho lo que pasó hace un par de días —dijo James, sin apartar la vista de la olla—. No hables con nadie, yo te protegeré de todo pervertido. Solo dedícate a vender y ofrecer mis productos. Por cierto, te felicito, en estos días has vendido muy bien, eres muy buena vendiendo.

Clara, concentrada en su tarea, respondió: —Deseo aprender a usar armas para ser pistolera.

James frunció el ceño y la reprendió: —¡Hey! Yo sé usar armas, pero matar a alguien no es un juego. ¿Pistolera?

—Así podría defender a los inocentes, ser cazarrecompensas o al menos protegerme de los abusivos —insistió Clara, con determinación.

James la observó en silencio por un momento antes de suspirar. —No pienso como el resto que dice que una chica no debe usar un arma. Y aunque no mato a nadie, te enseñaré a disparar. Tomas me dijo que correría peligro... Pero cuando regreses a casa, ellos no te permitirán usar armas.

Clara dejó el cuchillo sobre la mesa y levantó la mirada. —Yo no regresaré a casa. Ellos creen que la mujer solo sirve para casarse y tener hijos. Tú me diste la oportunidad de trabajar como un varón. Como van las cosas, dudo que regresen por mí.

James soltó una leve risa irónica. —No bromees, niña. Yo no nací para ser padre. También estoy en contra de seguir lo que todo el mundo considera normal... Aunque en estos días siento que te he conocido antes.

Clara frunció el ceño con curiosidad. —Imposible. Eres mayor que yo. Pero... sí, siento que te conocí antes. ¿Es posible que hayamos nacido en otro lugar antes de nacer aquí?

James meditó su respuesta mientras pasaba las zanahorias a la olla. —Una vez conocí a un cliente que venía de la India. Me trajo unas piedras de Egipto y me habló de un tema curioso llamado la reencarnación. No le di importancia, pero persistía en el tema, diciendo: "Tú y yo no nos hemos encontrado de casualidad, esto estaba planeado". Yo no entendí lo que quería decir... Pero ahora, tal vez, empiezo a hacerlo.

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La aventura de James apenas comienza, y ahora no está solo.

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