James y Clara llegaron al hotel montados en aquel caballo cansado, avanzando con dificultad. Ambos lucían agotados, pues la distancia había sido mayor a la que James había calculado. Apenas bajaron del caballo, fueron recibidos por Samuel Thomson, quien corrió hacia ellos con el ceño fruncido por la preocupación.
—¡¿Qué pasó?! —preguntó alarmado—. Llegaste un día después de la reunión.
James, aún respirando con dificultad, lo miró con cansancio.
—Lo siento... secuestraron a Clara en el tren. Tuve que saltar del vagón y perseguir al secuestrador a caballo. Al final logré atraparlo y me confesó quién lo envió.
Samuel dirigió su mirada a Clara, quien bajó la cabeza, temblando. Lágrimas silenciosas recorrían su rostro descompuesto por el miedo. Thomson se acercó con ternura y la abrazó.
—No estás sola —le susurró.
Luego abrazó a James, con la misma fuerza fraterna.
—Tú tampoco. Ahora dime, ¿quién fue?
James tragó saliva.
—Henry Blackwell —respondió, firme.
Samuel se ajustó los lentes con gesto pensativo.
—¿Qué más hiciste?
—Pensé traer al secuestrador con nosotros para que un abogado de la logia lo interrogue. Pero temí que se lo soltara o que diera la alarma. No tenía pruebas firmes. Henry podría simplemente negar todo.
—Entiendo —dijo Samuel—. Pasa al hotel. Enviaré un telegrama a los abogados de la logia. Ellos sabrán qué hacer.
Pasó un mes desde aquel incidente. Clara seguía practicando tiro al blanco todos los días, casi con rabia. James, una tarde, la observó mientras afilaba su puntería.
—Espera aquí, iré a buscar madera —le dijo.
Clara asintió. Aunque había recuperado algo de su fuerza, su mirada seguía cargada de rencores antiguos, sombras del pasado.
Decidieron ir a un pueblo cercano. James le explicó que allí conseguirían mejor madera. Subieron al carruaje y el caballo Pegaso se puso en marcha. Clara iba en silencio, perdida en sus pensamientos. Recordaba cuando fue abandonada, la sensación de ser invisible, de no ser suficiente.
Al llegar al pueblo, James bajó a comprar a una tienda, dejándola en el carruaje. Clara, al observar el lugar, vio una escena que la sacudió. Una niña, de no más de siete años, estaba siendo golpeada y humillada por su propia familia. Clara bajó de inmediato.
—¡Basta! ¡Dejen de lastimar a esa niña! —gritó con valentía.
Una mujer de porte altivo, de cabello rojizo y ojos fríos, la encaró.
—¿Y usted quién es para meterse en asuntos ajenos? Esta niña es una deshonra, no nació con la sangre limpia. ¡La odiamos!
Clara no se echó atrás.
—Preséntense, si van a hablar así.
El hombre, mayor y de porte orgulloso, intervino con voz arrogante.
—Soy Sir Albert Madrid y ella es mi esposa, Rose Schwarz. Somos de linaje puro, y usted no es nadie. Si no se aleja, llamaremos al sheriff.
En ese momento apareció James.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó mientras dejaba las maderas en el suelo.
—¡Están golpeando a su hija! —dijo Clara, sin vacilar—. Deberían existir leyes para proteger a los niños.
James puso una mano en el hombro de Clara.
—No podemos intervenir más de lo necesario...
—¿Cómo no van a querer a su hija? —replicó Clara, conteniendo las lágrimas—. ¡Me la llevaré yo!
Albert alzó la voz con desprecio:
—¡Llévatela si quieres! No es digna de nuestro apellido. Que se vaya con los otros parias del mundo.
La niña se asomó desde su escondite. Era rubia, blanca, de ojos azules, con una dulzura en la mirada que contrastaba con la crueldad de sus padres. James, algo incómodo, murmuró:
—Clara... sabes que no quiero hijos... tú tampoco...
Clara lo miró, con los ojos humedecidos.
—La vida... no tiene sentido —dijo en voz baja, y corrió al carruaje sin decir más.
James miró a la niña, recogió las maderas, y sin palabras volvió al carruaje.
Desde ese día, Clara ya no fue la misma. Dejó de practicar tiro al blanco. Cocinaba con desgano, sin alma. Vendía sin entusiasmo. James no sabía qué hacer para devolverle la luz a sus ojos.
Una mañana, Samuel Thomson apareció en la tienda con una propuesta.
—James, tengo una mansión en las afueras de Texas. Buen clima, privacidad. Tal vez a Clara le haría bien un cambio de aires. Recuerda... fue secuestrada, extorsionada por un degenerado... y no sabemos por qué su familia la repudia.
James lo pensó por un momento y suspiró.
—Está bien... si ella acepta, puede ir contigo.

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