Respiré profundo, tratando desesperadamente de calmarme, pero cada vez se me hacia mas dificil, cada inhalacion era casi como si la niebla que se filtraba por las grietas de la choza nos estuviera consumiendo a ambos con su gélida presencia.
Mire mi hermano Adell, sus grandes ojos ya no reflejaban la inocencia que solian tener, sino una mezcla de miedo profundo y una tristeza que me resulto amarga. el miedo que sentia no se ocultaba detrás de la fragilidad, sino que se mostraba en su rostro como una sombra indecriptible.
Ese pequeño niño que habia criado, que se reia con facilidad y se aferraba a la esperanza con la misma fuerza con la que se aferraba a mi mano, ya no estaba allí. En su lugar, había una persona melancolica y llena de arrepentimientos, alguien que había empezado a comprender, quizas desde muy temprano la verdad de este cruel mundo.
Me estremecí al ver esa luz de terror en sus ojos. Ese brillo en sus pupilas me a traveso de tal forma que las palabras no eran suficiente para describirlo. Ya no era el mismo Adell. La luz de su sonrisa brillante había desaparecido, opacada por el sufrimiento. Y eso me pesaba más que cualquier cosa que pudiera haber imaginado.
—Entonces... ¿tenemos que correr? —su voz se rompió, su tono quebrado como si le costara creer que ese fuera el único camino que quedaba.
Pude observar claramente como sus manos temblaban, y por un momento, quise consolarlo, avrazarlo y decirle que todo iría bien, que escaparíamos y encontraríamos un lugar seguro. Pero la realidad me golpeó tan fuerte que no pude decir ni una sola palabra. Él también lo sabía. Una vez que lo hicieramos no habia vuelta atras. Y aunque su miedo era evidente, algo en él también se endureció. No sé si fue el instinto de supervivencia o simplemente la madurez , pero en este preciso momento, aunque la ansiedad dominaba su cuerpo, su decisión estaba clara.
—Sí —respondí, apretando su mano con más fuerza, haciendo sus debiles huesos crujieran bajo el fuerte apreton. No había espacio para dudas. Ya no podía permitir que el miedo siguiera apoderandose de nuestras vidas. Teníamos que salir de ahí. No iba a permitir que Adell sufriera más. No después de todo lo que habíamos pasado.
Miré hacia el exterior de la choza. La noche había caído completamente, y con ella, una niebla espesa que cubría todo el terreno. Los rayos débiles de la luna apenas lograban atravesar la espesa capa de vapor, casi como si la oscuridad sr hubiera convertido en una mantata que envolvia todo a nuestro alrededor. Escuché los gritos lejanos de los necrofagos, resonando como un eco que hacia impocible de olvidar en la vasta quietud de la aldea. Ellos siempre estaban cerca. Siempre al acecho. Siempre buscando la oportunidad de arrasar con lo que quedaba de nosotros.
El líder había impuesto un toque de queda. Nadie debía salir de sus chozas cuando caía la noche. Era la única forma de evitar atraer la atención de los necrofagos. Era la única manera de poder sobrevivir en este mundo apocaliptico. Esa misma regla era la que evitana que nos condenaramos.
Solté suavemente la mano de Adell y salí de la choza, intentando hacer el menor ruido posible. La niebla parecía tragarse todo a su paso, envolviendo cada rincón en la aldea. Me moví con cautela, cada paso con extremo cuidado, temiendo que cualquier sonido pudiera atraer la atención los muertos. Sabía que el almacén estaba cerca de la cabaña del líder, un lugar al que solo el y su grupo podian acceder , pero en ese momento, ya no había más opciones. Necesitábamos los suministros si queríamos sobrevivir. Teníamos que correr, pero también debíamos llevar lo necesario para no morir en el intento, ademas podia consideralo como un pago por intentar dañar a mi hermano.
Me deslicé por el terreno embarrado, sorteando charcos y maleza, hasta llegar a la entrada del complejo donde se almacenaban los recursos de la aldea. El almacén era una estructura vieja, desgastada por el paso del tiempo y la lluvia, sus paredes de concreto agrietadas no mejor que las chozas en la que viviamos. La puerta, asegurada con gruesas cadenas y un candado oxidado, mostraba los signos de deterioro. Estaba prohibido acercarse. La última vez que alguien había entrado fue hace semanas, antes de que los necrofagos comenzaran a rodearnos con con mas persistencia que nunca.
La cadena estaba tan oxidada que no necesitaba mucha fuerza para que cayera. Tomé una pala de los alrededores y la empuñé con ambas manos. Me acerqué a la cerradura y, con toda la fuerza que pude reunir, la golpeé repetidamente. El sonido metálico de los golpes era ahogado por los gritos lejanos de los necrofagos, pero mi corazón latía con fuerza, un movimiento en falso y podia atraer a esas vestias a este lugar, afortunadamente nadie salia a estas horas asi que tenia bastante tiempo antes de que alguien viniera a investigar.
Con un crujido de la cerradura, la puerta cedió. No había tiempo para dudar. Empujé la puerta con rapidez, dejando que se abriera lo suficiente como para entrar. El silencio del almacén me envolvió de tal forma que me hizo sentir como si todo estuviera observándome. Los estantes llenos de cajas, bolsas y barriles de suministros algunos en estafo de descomposion, el espacio estaba siendo lentamente consumido por la humedad y el moho, y los pocos recursos que veia estaban casi agotados. Las raciones eran mínimas, escasas. El agua almacenada ya no era suficiente, y los alimentos enlatados que era lo unico comestible parecían haber sido abiertos y estaban a medio comer.
Cada estante que revisaba estaba más vacío que el anterior. Los sacos de harina, los frascos de conservas, los paquetes de arroz, todo estaba casi agotado. Lo que quedaba era solo suficiente para unas pocas semanas, tal vez menos. Y con los necrofagos al constantemente acechando los alrededores, la posibilidad de encontrar más provisiones fuera de la pasredes de esta aldea era prácticamente nula.
Camine pausadamente hacia el rincón más alejado del almacén, donde se encontraban las últimas cajas que no habían sido tocadas. Había que llevarse todo lo que pudiera caber en mi mochilas, pero cada movimiento era más violento y desesperado, parecia que el tiempo no habia perdonado las raciones. Miraba las cajas con un sentimiento de impotencia. ¿Era esto todo lo que quedaba?
Rápidamente, comencé a llenar las mochilas con lo que pude. Latas de sopa, algunas barras energéticas, bolsas de arroz, lo suficiente como para alimentar a dos personas durante más de un mes. No tome mas, solo eso, tmpoco era una persona desalmada que quiere ver sufrir a los demas, solo quiero que mi hermano esta a salvo.
Mi mente comenza a inundarse en ansiedad, el miedo a que algo o alguien nos descubriera se intensificaba con el pasar de los segundos. Sentía las manos temblorosas al tratar de empacar un poci mas de comida. La fatiga me embargaba, pero no podía ceder.
Puse lo que pude en la mochila y me volví hacia la puerta, en ese momento esche un ruido sordo como si de un animal se tratase. Era bajo, como un murmullo que parecía arrastrarse como en las sombras. A lo lejos la figura de una persona encorbada dando pasos tambaleantes era visible en la oscuridad, al parecer algunos necrofagos se habian colado. Estaba segura deeran ellos no solo por sus figuras, mas bien por los asquetosos gruñidos se oian cada vez más, estaba srgura tenia que irme rapido, no podía perder ni un segundo más.
Con un suspiro,volvi a la destartalada choza donde se encontraba adell, asegure la puerta y apague las velas que debilmente iluminaban los alrededores.
En un mundo desgarrado por un desastre que lo cambió todo, la esperanza es un lujo que pocos pueden permitirse. Samantha camina entre ruinas, sombras y traiciones, con un solo objetivo que le da sentido a cada día: sobrevivir. Pero en un lugar donde la humanidad ha sido reducida a su instinto más primitivo, hasta lo más pequeño puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Una historia de supervivencia, desesperación y fuerza silenciosa, donde cada paso es un riesgo… y cada decisión, un precio.
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