Clara seguía profundizando en la lectura. Sus días transcurrían entre libros de derecho, historia constitucional y principios filosóficos sobre la justicia. Era constante, aplicada y cada vez más firme en sus ideas. A menudo, discutía apasionadamente con su maestro, el sabio Edgar Belmont, quien la observaba con creciente admiración.
— Edgar Belmont —le dijo un día mientras cerraba con lentitud un tomo de derecho romano—, no puedes estudiar aún en un aula llena de varones. La ley todavía no lo permite… pero nosotros encontraremos el modo. Te lo prometo. Tú… tú serás la primera abogada de América —exclamó con entusiasmo, con la voz vibrante de orgullo paternal.
Clara, sorprendida por aquellas palabras, alzó la mirada con timidez y esperanza.
—¿Podrían invitar a James Carter a esta mansión? —preguntó, casi en susurros.
Edgar Belmont sonrió, como si ya hubiese previsto la petición.
—Claro que sí. De hecho, era justo lo que pensaba proponerte. Los líderes de la logia están considerando una ceremonia de iniciación para ambos. Es momento de que se conviertan en miembros oficiales de nuestra orden… la Logia Masónica Secreta. Ese es su verdadero nombre, aunque pocos lo saben. Nos estamos expandiendo por todo el mundo. Hace unos quince años, por ejemplo, un continente indígena logró su independencia de la corona española. Uno de sus primeros libertadores, Don José de San Martín, es parte de nuestra hermandad.
—¿Quién fue ese hombre? —preguntó Clara, interesada.
—Un estratega, un guerrero, pero ante todo, un hombre de visión. Liberó Argentina, Chile y luego unió ambos países para ayudar a liberar Perú. Su sueño era que la logia llegara a los rincones de América del Sur, sabiendo que bajo dominio español sería imposible crecer. Su causa era justa… y su voluntad, indomable.
Días después, James Carter recibió la invitación a formar parte de la logia. No llegó por carta ni telegrama, sino en persona. Un emisario elegante lo encontró en su lugar de trabajo, con palabras cortas pero firmes: "Es hora". James, sin dudarlo, aceptó. Algo en su interior le decía que era el momento de un nuevo comienzo.
La mansión se alzaba majestuosa entre los árboles, imponente como un templo. Al llegar, James fue recibido por el afable Samuel Thomson, junto al distinguido Doctor Walton, un abogado de renombre.
—James —dijo Samuel—, te presento al Doctor Walton.
El abogado extendió la mano con solemnidad y una sonrisa amable.
—Clara habla mucho de ti. Cuando conversamos con otros colegas, no puede evitar mencionarte. Es brillante, decidida… y sin duda, hermosa. Tiene todo para convertirse en la primera abogada de los Estados Unidos de Norteamérica.
James esbozó una sonrisa sincera.
—Me alegra saber que ha encontrado su camino. Siempre sentí que quería defender al inocente. Esa convicción… apareció en ella con fuerza desde que vio cómo maltrataban a una niña.
—Así es —añadió Walton—. Y no solo eso. La forma en que argumenta, estructura ideas y toca el corazón de los oyentes ha hecho que la reconozcan como la primera mujer en la historia de Helmcrest en entrar al camino del derecho.
En ese instante, Clara apareció desde el interior de la mansión. Su presencia irradiaba elegancia y determinación. Llevaba un traje oscuro que ella misma había diseñado: chaqueta entallada, camisa blanca, corbata corta y una falda larga. En sus manos, sostenía un libro. Su cabello recogido dejaba al descubierto un rostro sereno, de ojos vivaces. Al ver a James, sus mejillas se tiñeron de rubor. Él, por su parte, no pudo evitar desviar la mirada, algo nervioso.
Samuel, con voz amable, rompió aquel instante suspendido en el aire:
—Bien, chicos. Como ya saben, pronto les daremos la bienvenida oficial a la logia. Pero requeriremos su máximo compromiso. Tendrán sesiones de lectura, debates, y estudios avanzados. James, ¿te gustaría seguir una carrera similar a la de Clara?
—Sí —respondió—. Me agrada el derecho… aunque también me atrae la medicina.
—Entonces estudiarás medicina —respondió Samuel con entusiasmo—. Pero con el tiempo también les enseñaremos temas que la gente común no podría comprender. Libros sobre la vida, el alma, los misterios del mundo. Nuestros miembros deben ser educados, éticos… pero también sabios.
—¿Qué clase de libros? —preguntó James, apoyando los dedos en su mentón.
—Obras que la historia escondió —susurró Samuel—. Textos esotéricos, antiguas constituciones, tratados olvidados, ciencia vedada… verdades que el mundo aún no está listo para aceptar.
Pocos días después, llegó la ceremonia de iniciación.
Ambos, James y Clara, fueron conducidos a una sala donde predominaba el silencio y la luz de las velas. Vestían ropajes ceremoniales. A James le vendaron los ojos. A Clara también, pero de manera más simbólica, como recordatorio del velo que ella misma había arrancado con sus ideas.
Un hombre de voz grave habló:
—¿Estás dispuesto a callar cuando sea necesario… y a hablar cuando sea justo?
—Sí —respondió James, con la voz firme como roca.
¿estas dispuesto a morir en la ignorancia para renacer de nuevo? ,,si, respondió algo nervioso james.
De igual manera le hicieron las mismas preguntas a clara y esta respondió con muchísima seguridad
—Desde este día, sois buscadores de luz. La oscuridad os ha formado… pero no os definirá.
Y en ese instante, al quitarse las vendas, vieron ante ellos un espejo. Sus propios reflejos les recordaban que el enemigo, el maestro, la sombra y la luz… habitaban en uno mismo.
La iniciación había comenzado. No era un ingreso cualquiera. Era el renacimiento de quienes se atreven a cambiar el mundo con justicia, conocimiento… y compasión.

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