Días después de que Clara y James fueron aceptados en la logia, comenzó para ambos una nueva etapa de aprendizaje, silencio y transformación. Les fueron enseñados códigos de saludo, gestos sutiles de reconocimiento, maneras elegantes de vestir, y una conducta que debía mantenerse imperturbable aún en la más agitada de las tormentas. Ambos, convencidos de la grandeza de aquel ideal, aceptaron seguir las normas sin vacilación.
Una mañana tibia y de cielo limpio, James manifestó su inquietud:
—¿Qué haré con mi negocio? —preguntó mientras sostenía una nota que había recibido en mano.
El mensaje había sido enviado por su amigo Robert James, el francotirador, quien ahora atendía la tienda en su ausencia. En varias ocasiones, Henry Blackwell —el oscuro personaje del pasado— había ingresado al local con dos sujetos de pésima presencia. Sus visitas eran insistentes y llenas de sospecha.
—Tendrás que dejar esa zona —le indicó Samuel Thomson con voz grave—. Establecerás tu negocio en esta región. Además, pronto comenzarás tus estudios en medicina. No te preocupes por los gastos: la logia se encargará de apoyarte. Solo debes mantener el respeto absoluto hacia cada miembro y hacia esta institución, que es más antigua que los mismos gobiernos.
James asintió con determinación.
—Bien —dijo—. Enviadle un telegrama a Robert James. Iré a recoger mis pertenencias y volveré con él.
—Robert es un buen muchacho —añadió Samuel—. Ya no será más guardaespaldas; ha demostrado tener las virtudes necesarias para ser miembro de la logia. Durante dieciséis años fue fiel a mi lado.
James partió en un carruaje tirado por dos robustos caballos, acompañado por un nuevo escolta de confianza. La parte posterior del vehículo había sido adaptada para cargar equipajes pesados. Clara, al saber del viaje, quiso acompañarlo.
—No, Clara. Podría ser peligroso. Henry está desequilibrado... no me perdonaría si algo te ocurriera.
La joven frunció los labios, decepcionada, pero fue entonces que apareció el abogado Doctor Walton, impecablemente vestido, como siempre.
—Clara, él tiene razón —dijo el doctor con tono sereno—. Además, vine a traerte una excelente noticia.
—¿Recuerda mi propuesta de ley para defender internacionalmente a los niños y adolescentes? —preguntó ella de inmediato, encendiendo la esperanza en sus ojos—. Sé que suena absurda pero...
—Tu ley ha sido aprobada —interrumpió él con una sonrisa—. No aparecerás aún como su autora, ya que las mujeres no son admitidas como juristas ante la opinión pública... pero tranquila. Desde dentro de la logia, nuestros miembros del grado 33 harán que te conviertas en la primera abogada de América.
Clara no pudo contener el nudo en su garganta. Las lágrimas le corrieron lentamente por las mejillas. James sonrió, orgulloso de ella.
—Al regresar —dijo él— comenzaré mis estudios en medicina. Deséame suerte.
Clara no respondió con palabras. Corrió hacia él y lo abrazó con una fuerza inesperada. James, sorprendido, tardó en reaccionar… pero finalmente la estrechó entre sus brazos.
—Vuelve… prométemelo —murmuró ella, con la frente apoyada en su pecho.
—Te lo prometo —respondió James, cerrando los ojos.
Y así partió, con el sol descendiendo lentamente en el horizonte. El camino polvoriento parecía tranquilo, pero lo que no sabían era que las sombras comenzaban a moverse.
Horas después, al llegar a su tienda, James se percató de que todo seguía en orden. Robert James le recibió con una sonrisa, pero no tardaron en notar una mirada que observaba desde la distancia.
Henry Blackwell.
Escondido tras un puesto, con los dientes apretados y los ojos inyectados de furia, masculló entre dientes:
—Maldito… vive como rico, ya no trabaja y manda a otro en su lugar… le seguiré. Le seguiré hasta el fin si es necesario.
Sin ser visto, Henry se escabulló en un compartimiento oculto del carruaje —una especie de bodega baja donde solían guardarse barriles de agua— y se ocultó allí, con la mente consumida por el rencor.
Mientras tanto, desde la distancia, un par de rufianes amigos suyos observaban el movimiento. Sabían cuál era su rol: seguir el carruaje con discreción.
Y así, en medio del viaje de regreso, sin saberlo James llevaba consigo no solo su pasado… sino el peligro que amenazaba su futuro.

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