El carruaje avanzaba a toda velocidad, pesadamente impulsado por un solo caballo blanco, mientras James y Clara huían desesperadamente. Las ruedas crujían sobre el terreno irregular y detrás, como salidos de una pesadilla, los secuaces de Henry Blackwell los perseguían encendiendo antorchas. El eco de la voz de Blackwell se alzaba como un trueno detrás de ellos:
—¡Apresúrense! ¡Los quiero ver muertos a ambos! ¿¡Oyeron bien!?
Clara, con el corazón latiéndole con furia en el pecho, se arrepentía de no haber continuado las lecciones de tiro. En ese instante, más que nunca, deseaba tener un arma en sus manos. James, con expresión tensa, le tendió su revólver.
—Solo tengo cinco balas. Dispara a quien se acerque demasiado. No permitas que incendien el carruaje.
El fuego iluminaba las colinas y los rostros sombríos de los perseguidores. A pesar de la distancia, uno de los hombres logró lanzar una antorcha que alcanzó una de las ruedas traseras. El carruaje comenzó a tambalearse peligrosamente. Otro jinete se acercó, alzando una antorcha encendida, pero Clara, con precisión repentina, logró dispararle, haciéndolo caer del caballo.
A pesar del peligro, James mantenía la dirección. Sabía que, si lograban pasar el acantilado, estarían cerca de la logia. El caballo, asustado por el fuego, se desbocó. James sostuvo a Clara con fuerza por la cintura, intentando estabilizar el carruaje mientras evitaban la caída. Pero no fue suficiente. Justo al borde del acantilado, el eje trasero se partió. El carruaje volcó y ambos cayeron con él, abrazados, rodando hacia el abismo.
Henry Blackwell estalló en carcajadas al verlos desaparecer entre el polvo y las rocas.
—¡Ahora están muertos! ¡Y su tesoro será mío!
Pero su triunfo fue fugaz. De pronto, se escucharon disparos desde una colina cercana, seguidos de una voz firme y reconocible:
—¡Ni lo sueñes, maldito!
Era Samuel Thomson, montado en el caballo de James, el imponente Pegaso, acompañado por un escuadrón armado enviado por la logia. Los rodearon con precisión. Henry intentó resistirse.
—¡Jamás seré arrestado! —rugió entre risas dementes.
—¿Estás seguro? —respondió Samuel con serenidad—. Tenemos a los mejores abogados y estás completamente rodeado. Puedes elegir: prisión o muerte.
Uno de los disparos rozó el suelo junto a Henry. Sus hombres, temblorosos, se rindieron, dejando caer las armas. Mientras tanto, otro grupo de miembros de la logia descendía cuidadosamente el acantilado.
—¡James y Clara están vivos! —gritó uno de ellos—. ¡Llevémoslos a la enfermería!
Habían sido encontrados aún abrazados, aferrados el uno al otro, inconscientes pero con vida.
Días después, Henry Blackwell fue llevado a juicio. Durante el proceso, confesó haber incendiado la joyería de James, intentado asesinarlo, y además fue hallado culpable de trata de personas, explotación infantil y trabajo forzado. Toda su fortuna fue confiscada. Finalmente, recibió la condena de cadena perpetua.
Clara fue la fiscal del caso, convirtiéndose en la primera mujer en marcar un hito histórico en el sistema de justicia.
Tiempo después, Clara viajó a un pequeño pueblo. Aquel lugar la perseguía en recuerdos oscuros: años atrás había dejado allí a un niño sufriendo. Ahora tenía el poder de cambiar su destino.
Encontró al pequeño trabajando en el campo, mientras sus padres lo golpeaban. Clara, firme, invocó las nuevas leyes internacionales en defensa de la niñez. Ordenó su separación de aquella familia. El niño la reconoció, corrió hacia ella y la abrazó con lágrimas en los ojos.
—Te daré un nuevo hogar —le dijo—. O quizá... vengas a vivir conmigo.
Los abogados de la logia concluyeron que ella era apta para adoptarlo, aunque debía tener una familia constituida. Mientras los papeles se regularizaban, pasaron dos años.
Durante ese tiempo, James y Clara se dedicaron al estudio. Clara se convirtió en la primera abogada reconocida oficialmente del mundo moderno. James se graduó como médico sin dejar de lado su pasión por la joyería, negocio que creció y floreció en diversas ciudades como Nueva York, California, Nueva Jersey, Pensilvania, Ohio, Indiana, Illinois y Míchigan.
Con el tiempo, su vínculo se transformó en amor. El 27 de octubre, James y Clara contrajeron matrimonio. Adoptaron oficialmente al niño, completando así el círculo de amor y justicia que habían sembrado juntos.
Epílogo
Décadas después, en un rincón apacible del mundo moderno, una joven pareja, inquieta por sueños recurrentes, decidió someterse a una regresión hipnótica.
Lo que descubrieron fue sobrecogedor: en una vida pasada, habían sido James y Clara.
Los recuerdos, tan vívidos como dolorosos, los impulsaron a viajar al pequeño pueblo donde todo había ocurrido. Al llegar, visitaron un museo local. En una vitrina polvorienta, descansaban unas cartas, una joya antigua y un retrato.
Se presentaron y contaron su experiencia. Tras una investigación en los registros genealógicos del pueblo, se descubrió que ambos descendían, por ramas distintas, de familiares lejanos de James y Clara.
La historia, al parecer, no se había terminado.
Tal vez... nunca lo haría.

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