Julia se pasó toda la noche dando vueltas en su cama. Al poco que se develaba, miraba su móvil una vez más.
—¿Por qué no me contestas...? —murmuró, mientras sus pensamientos se retorcían.
Desde las 20:32 de la tarde, hasta las cinco de la mañana, Julia no dejó de enviarle mensajes cada media hora. Al principio enfadada; luego, confusa; y, por ultimo, un con una angustia que le sobrecogía.
—Luciano, como no me contestes mañana me presento en tu casa, que lo sepas. Y me da igual que tengas exámenes. JUM.
—De hecho, me da igual si me contestas, mañana voy a ir a verte en persona, por que no sé que de que vas, ni si quiera me has dado las buenas noches.
—Por favor, cuando puedas, dime lo que sea.
Los mensajes de Julia flotaron en la noche, varando como botellas que se arrojan al mar, en una dirección, hacia el silencio sepulcral; de las no respuestas de su novio.
A media mañana, mientras se preparaba para ir a la universidad, ya le había enviado diez audios, le había llamado tres veces y le envió treinta y ocho mensajes. De los cuales, había borrado más de 15, arrepentida de haberlos escrito.
En el bus, en dirección a la facultad, trató de desconectar viendo vídeos en TikTok. Pero aquel cruel y maldito algoritmo, no paraba de recordarle; cada 4 videos y medio, lo feliz que era la vida en pareja.
—Quizás ahora si que me coja la llamada —murmuró, dando un banquete con sus uñas. Mientras los pitidos de la línea telefónica parecían durar horas. —A esta hora debería de estar despierto... —rumió entre su inquietud.
—Ha llamado al seis, dos, dos, uno, seis... —contestó la mujer, que le daba vida a la voz del buzón.
—¡Joder! —gritó, provocando las indiscretas miradas de los otros pasajeros. Pero nadie se interesó lo suficiente como para preguntarle. Así que volvieron a sus propias pantallas, refugiados en su pequeño mundo, y manteniendo las distancias emocionales con aquella chica de atrás.
"Cálmate Juli, él no es así, Luciano es un buen chaval, si no te contesta será por que se habrá dejado el teléfono en la casa." Quiso pensar.
Al terminar las clases, arrastró a Tatiana hasta las residencias universitarias de su novio. Julia se había ganado la confianza del conserje, y la dejó pasar sin ninguna objeción.
—Esta es la puerta... —Dijo Julia, mirando aquel marco rectangular, como si quisiera fundirlo con la mirada. Julia dudó por unos instantes sobre si debería de decir lo que pensaba, ya que solía gafarlo todo con sus comentarios pesimistas— ¿Y si está con otra?
—Pues toca, y así sales de dudas —respondió Tatiana, cansada de tanto drama. —Y si está con otra, les partimos la cara a los dos. Uno por gilipollas y la otra por zorra.
—No sé yo si podría contra nadie, mido medio metro, soy un tapón...
—Pero si las bajitas sois las que peor genio tenéis, solo tienes que dejarte llevar.
—Tati... no tengo fuerzas de pelearme con nadie ahora, mira como estoy —, Julia estaba temblando como un flan. Su pecho se hinchaba hasta no poder más, y se deshinchaba rápidamente, mientras dejaba salir todo el aire desde desde la nariz. —Yo no puedo hacerlo sola, a mi esto de las confrontaciones me mata.
—Juuuli, que vas a estar bien, de verdad. Dame tu mano.
Tatiana tocó tres veces la puerta y a cada golpe más fuerte, mientras sostenía de su mano izquierda a una Julia temblorosa.
—¡Voy! —se escuchó una voz masculina, al otro lado de la puerta...
La apertura de tres candados en orden descendente fueron los sonidos que siguieron a esa voz, la puerta se abrió y al otro lado estaba un chico rubio de ojos verdes.
Llevaba una gorra de los Lakers, unos pantalones cortos holgados y una camiseta de baloncesto que hacían juego con el color de sus ojos. Tenía la mano puesta sobre el marco de la puerta, lo que hacía que los tirantes de la camiseta se retrajeran y dejasen ver parte de su pecho. Tenía los párpados pesados, el cabello despeinado, como si acabara de despertarse.
—¿Hola..? ¿Qué haces aquí, Julia? —preguntó, con una voz grave y adormecida.

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