Aunque las cosas pudieron haber ido peor, no habían sido del todo favorables. Algunos de los caballos se negaban a continuar la marcha. Llovía con más fuerza, pero Lázaro no estaba dispuesto a retroceder.
Desde arriba, el continuo chorro de agua empezaba a ser fango. Y eso podría llegar a ser peligroso. Lázaro miró abajo. El pueblo no estaba muy lejos. Miró arriba, y pensó en los largos rizos oscuros. Y pensó si verdaderamente merecía la pena.
- ¿Qué piensas hacer? – le preguntó alguien a su espalda.
- Yo no sé tú – respondió Lázaro -, pero yo voy para arriba.
Eso era todo lo que recordaba de aquel sueño. Tal vez fuese más de lo que necesitaba, o tal vez no. ¿Había regresado a su antiguo sueño? Sólo tal vez. Lo verdaderamente importante era que empezaba a recordar.
La luz del sol entraba por el balcón mientras Lázaro se desperezaba tras su improvisada siesta. Miró el reloj. Sólo eran las seis. Cerró los ojos mientras abría la boca en un enorme bostezo, que fue interrumpido por un cojín lanzado por Paco.
- ¡Joder, papá! – exclamó Lázaro mientras él y su padre reían.
- ¿Cómo es posible? ¡Vaya asco de juventud! ¿No se te ocurre otro modo de malgastar estos años?
Tenía razón. Ya había perdido seis.
- Anda, ponte bien – pidió el padre a su hijo haciéndole gestos para que se incorporase.
Ambos se quedaron unos momentos en silencio.
- ¿Qué pasa?
- Piensas en esa chica, ¿a que sí?
- ¡¿Qué dices?! -, “¿Qué chica?”
- No me hagas caso – dijo su padre sonriendo malicioso -. Escucha, hijo. Durante este tiempo han cambiado muchas cosas.
- No me digas...
- No, en serio. Tú sabes que tu madre y yo teníamos muchos problemas antes de que tú...
- Cayese en coma.
- Sí. Eso. No creo que haga falta decírtelo. Tu madre y yo nos sentimos culpables y con motivo...
- No, papá...
- Sí, Lázaro. Sé, y tu madre también lo sabe, que fuimos la causa, aunque fuese indirecta, de tu accidente.
Eso era cierto. En parte.
- Quiero pedirte perdón...
- Papá...
- ¡No, escucha! También quiero darte las gracias.
“¿Las gracias?”
- Sé que no era tu intención, pero, la verdad, es que eso nos unió a tu madre y a mí. Ahora volvemos a estar juntos, y no se nos ocurriría volver a separarnos. Y eso es gracias a ti. - Bueno, papá... De nada, hijo.
El padre sonrió.
- ¿Vas a salir esta noche? – preguntó Paco.
- Claro que sí.
- Tú no haces caso de eso del reposo, ¿no?
- ¿Y malgastar mi juventud?
Lázaro se levantó y se dirigió a la ducha.
- Reposo ni reposo... ¿y qué te crees que era esto? – dijo por el camino.
Una vez en la ducha, abriendo por completo el agua fría, respiró hondo y se puso bajo el chorro, que caía desde su cabeza por sus brazos, hasta la punta de sus dedos, recorriendo los extraños tatuajes a los que todos habían dejado de tener en cuenta.
Una semana antes, se había acercado con Ángeles a un tatuador, al que le explicó la historia de cómo aparecieron en su piel. Él dijo que no era posible que se los hubiesen hecho sin que se diese cuenta. Tendría que haber estado inconsciente, y durante mucho tiempo. Aún así, la técnica utilizada parecía bastante rudimentaria. Y, lo que le pareció más extraño: habían cicatrizado a la perfección. El tatuador se ofreció a darles un repaso, pero Lázaro declinó la oferta.
“Pues son bonitos”, dijo para sí. “Por lo menos, a Isabel le gustan”.
Isabel.
¿Sería posible que no pudiese dejar de pensar en ella en todo este tiempo? Tres días, y ni un momento dejó de pensar en ella.
¿Se estaría convirtiendo en una obsesión? ¿O tal vez intentaba recuperar el tiempo que había perdido olvidándola?
Eso, desde luego, no se lo iba a perdonar.
¿Qué hora sería? Ah, claro, las seis.
¿Qué era eso que había soñado? ¿Sería lo mismo que durante esos seis años? Lo único que sabía era que esa noche había quedado con sus amigos para ir por ahí, a liarla un poco. Seguramente, irían a ese bar nuevo... que llevaba cuatro años abierto. ¿Vería esa noche a Isabel? Lázaro se reprendió a sí mismo de pensar como un chaval de diecisiete años.
“¡Que ya tengo veintitrés!”
- ...y por eso, como ya he dicho, es por lo que creo que España hizo bien no entrando en la Guerra.
- ¿Pero qué dices? Si España no entró en la Segunda Guerra Mundial fue porque no quiso Hitler.
- ¿Qué hablas? Yo creo que no.
- ¿Cómo que no? Hitler tenía a Franco comiendo de su mano, así -. El Pera hizo un gesto que no indicaba que le comiese de la mano, sino de otro sitio... -. Además, habría sido un fracaso para el Eje. Nosotros acabábamos de salir de la Guerra Civil. ¡Si éramos los más pobres de Europa!
- De todas formas, el Eje la cagó.
- Y menos mal...
Por encima de la música clásica (Héroes del Silencio) que salía de los altavoces del local, Nuria llamó la atención de Lázaro.
- ¿Qué ha pasado aquí? – le preguntó -. Cuando me fui, estabais hablando de películas cachondas.
¿Sería ese el momento para hablar por fin con ella?
- Será que eras la alegría de la reunión... ¡No, es coña!... Lo que pasa es que estábamos recordando La vida de Brian, cuando dije que yo sólo me había reído más que con esa película jugando a los juegos de Monkey Island. Entonces pregunté si habían sacado la cuarta parte, o alguna otra de Indiana Jones, y el tema cambió a las películas de Indiana Jones. Luego, a otras películas de la Segunda Guerra Mundial...
- ... Stalingrado, la mejor... – interrumpió Tato.
- ¡La gran evasión! – se escuchó una réplica.
- ...y, de eso, a la historia. Y al debate de dos borrachos – añadió señalando a Tato y al Pera.
-¿Tú no crees que La gran evasión es la mejor película sobre la Segunda Guerra Mundial? -. Lázaro se giró al escuchar tras de sí la voz de Isabel.
“¡Dioses, qué linda es!”
- La verdad, es que sí. Sin duda – respondió Lázaro -. ¿Cómo tú por aquí? – le preguntó tras darle dos besos.
- Esta, que me ha arrastrado acá – respondió Isabel señalando a su prima.
- ¿Qué? ¿Cómo estás? – saludó la chica castaña de enormes ojos verdes besando a su amigo.
- Aquí, departiendo acerca de la historia del pasado siglo – respondió su ex compañero de colegio e instituto adoptando pose intelectual.
- Ya, claro - respondió Ángeles.
- ¿Con quién estáis? – preguntó Laza.
- Con unas compañeras de clase. ¿Has hablado...? ¡Hola! – exclamó Ángeles al tiempo que se iba a saludar a Susi, quien estaba hablando con Isa -. Ahora vengo – le dijo a su amigo. Isabel se acercó de nuevo a su antiguo “paciente”.
- ¿Qué? – preguntó ella a media voz.
Lázaro se encogió de hombros.
Tras finalizar Flor venenosa, una música que bien podría ser de los años setenta salió de los altavoces. Era un órgano que a Lázaro se le antojó que contaría la historia de dos amantes. Al reconocer la pieza, miró a la chica que tenía frente a él, que sonreía como el más lindo de los duendes.
Otra noche más, al tirarse sobre la cama, Lázaro comenzó a darle vueltas al mismo asunto.
Por un lado estaba Nuria, la chica que, sin saberlo ni quererlo, tanto le hiciese sufrir. Aquella que, durante los últimos meses de su antigua vida, más sonrisas le sacó, más hermosos recuerdos le evocó, más horas de sueño le quitó y más lágrimas le hizo derramar. Ya no era aquella chiquilla de pelo largo, negro y poco cuidado. Aquella neo-hippie de quince años, que siempre pensaba en sus amigos ante todo. Aquella que, con una simple mirada inocente, hizo que la vida de Lázaro diese un fuerte quiebro de un día a otro, cambiando la senda que seguiría. Aquella futura comunera a la que no se le gastaban los temas de conversación. Ahora, Nuria llevaba el pelo mucho más cuidado. Estaba más alta y delgada, y parecía menos alegre. Pero, por lo demás, era Nuria.
Por otro, estaba Isabel. Antes de caer, apenas la conocía. Intentó hacer memoria, y no era capaz de contar hasta diez (se quedó en ocho) cuando recordó las veces que la había visto. No ya intercambiar con ella algunas palabras (sólo seis veces) o tener una conversación auténtica (sólo una). Ahora se veía en muchas ocasiones con ella, ya fuese de forma más o menos casual, o intencionada. Y Lázaro lo agradecía.
Ahora tenían veintidós y veintiún años. Ya eran unas mujeres. Y él sólo era un chaval de diecisiete años. Y como tal eran sus problemas.
Debería de preocuparse por lo que haría después del verano, se repetía. ¿Tendría que volver al instituto? Sólo se perdió seis años, pero qué seis...
Y durante esos años, ¿qué habrían hecho Nuria e Isabel? ¿Y qué había hecho él?
Lázaro sabía que, si al despertar, no recordaba un sueño, ya no lo recordaría. Eso lo sabía bien. Entonces, ¿por qué insistía? Nunca recordaría sus sueños del coma.
Y ese loco...
A la vuelta de su salida, se había cruzado con un tío al que no recordaba haber visto en la vida. “¿Cuándo vas a volver?”, le había dicho. No le echó cuenta hasta un rato después. Hasta entonces, no pensaba que le hablase a él. Pero ya era tarde. Y no volvió a considerarlo importante.
Además, tenía cosas más importantes a las que darle vueltas.
¿Se estaba enamorando de Isabel? Eso parecía evidente. En Nuria, apenas pensaba ya. ¿Merecía la pena? Después de lo que le hizo...
¿Merecía la pena recordar lo que pasó aquella noche?
- Quiero que salgamos juntos – le dijo.
Nuria callaba. Ya no reía. ¿Qué le causaba tal reacción? Estaban charlando los dos junto a la barra tan tranquilos... y, de repente, cuando el chico consiguió reunir las fuerzas necesarias, todo el coraje acumulado en los últimos meses... no se explicaba la fría reacción de su amiga.
- Lo sé – contestó ella.
Tras eso, la niña de negra melena con puntas abiertas salió del bar, ante la mirada atónita de Rocío, que interrumpió el paso de Lázaro preguntándole qué le había hecho. Lázaro sólo podía encogerse de hombros.
Desde aquel momento, Nuria había desaparecido para Lázaro. ¿Tan difícil le resultaba, simplemente, el haberle dicho que no, simple y llanamente no? Aunque sólo siguiesen siendo amigos. Incluso eso era preferible a aquello que estaba pasando.
Tres meses. Tres meses hacía que había cortado con Jesús. Y no salieron casi nada. ¿No le parecía suficiente? Tal vez no, pero era joven ¿Acaso pensaba que él sería igual? Lázaro no comprendía qué podría haberle pasado a una chiquilla como Nuria para que, con sólo quince años, le demostrase de esa forma que había perdido la fe en la humanidad. Y pensar que él estuvo a punto de dejarlo todo por ella... ¿Qué le haría Jesús en tan poco tiempo para que sufriese tanto? Y, ¿por qué tenía que tener nada que ver él con todo esto?
El caso es que, durante el resto de la noche, Nuria se negó a hablar, o incluso ya cruzarse siquiera, con él. Y no eran ni las doce. Las doce menos cuarto del dieciocho de marzo del año 2000.
Fue entonces cuando, casualmente, se encontró con Ángeles. Él estaba entre confundido y echo polvo.
- ¿Qué te pasa? – preguntó ella.
- Se lo he dicho.
- ¿Y qué ha pasado?
Lázaro tardó en responder.
- Nada. No quiere ni verme.
Ángeles se quedó pensando.
- ¿Se lo habías comentado a alguien?
- ¿El qué?
- Que se lo ibas a pedir.
- Claro, a Hugo, a Alfonso, al Pera, a Tato... y ya está.
- Pero, ¿lo sabía alguien más?
- Supongo que la noticia... se habrían enterado todos los tíos. Porque Pablo me dijo que con dos cojones...
- Pues alguien se ha chivado...
- Hola, ¿qué pasa?
Recordó Lázaro entonces que apareció en ese momento Isabel. Hacía algo que salía con Josele, unos cuatro meses. Creía recordar que también él rondaba la zona.
- Es Nuria – respondió Ángeles.
- ¿Se lo has dicho? – preguntó Isabel.
Lázaro no recordaba si estaba o no alegre.
La verdad, es que no recordaba haberle respondido. Bastante mal lo estaba pasando ya.
Ahora se le cruzaba por la mente, ¿no era mucha casualidad que siempre se acabase encontrando con Ángeles y las demás?
Fue esa, posiblemente, la octava vez que vio a Isabel en su vida. La última en la antigua. A Isabel y a Ángeles. Y a Palma. Y a Susi, y a Hugo, Rocío, Tato, Alfonso, Marta, “Lotra”, Pablo, María, Luis, Antonio, Gema, Jose, Vicente y al Pera. Y a Nuria.
Nuria desapareció junto con sus amigas, excepto Rocío, que permaneció para amargarles la noche a Lázaro y sus amigos, con la excusa de que ella, sin Hugo no se iba.
Y se fue lo justo para perderse la ronda de cubalibres que vino luego.
Lázaro cogió la primera de la que suponía una larga serie de bebidas. Pero se detuvo. “¿Me voy a emborrachar por una mujer?”, pensó. “Por una mujer que no tiene ni tan siquiera el valor de decirme lo que piensa a la cara, aunque sólo sea por hacerme el favor de saber qué es lo que pasa”. Dudó un rato. Él no era por costumbre bebedor. No salía mucho. Tal vez, en un año. Pero, ¿qué carajo, para cuándo lo iba a dejar? Tenía diecisiete años. “¿Me voy a emborrachar por una mujer? ¿Y por quién mejor?”. Por los veintitrés años de matrimonio de sus padres, que se iban al carajo. Tras eso, otro, y otro. Y, luego, ron solo. Parecía ser que los amigos de Lázaro le animarían por todos los medios. Aunque fuesen los menos ortodoxos.
- ¿Pastilla azul o roja? -. ¿Le habían hecho esa pregunta, o la recordaba de Matrix? Lo que sí sabía era que ya no razonaba. Sólo que convenció a Alfonso, que iba más o menos como él, para que le dejase dar una vuelta en la moto. Luego, las cosas son confusas, hasta que despertó a los seis años.
¿Era el coma una especie de venganza hacia Nuria? Él no quería verlo así. Para él era una forma, no intencionada, eso sí, de pedirle perdón.
¿Le habría perdonado? Parecía que sí. Pero él se preguntaba si Nuria se culpaba a sí misma. Esperaba que no. No tenía sentido.
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