Era una tarde muy soleada. Muy buena en septiembre. El verano daba ya sus últimos coletazos, y derrochaba las fuerzas acumuladas en los últimos días en un último esfuerzo por ofrecer semejante día a los mortales.
Se encontraban en la casa de campo que Palma tenía en Chiclana, y se habían reunido todos para despedir las vacaciones. El tiempo así lo exigía.
Para sorpresa de Lázaro, sus amigos también fueron invitados, y estos, mayor sorpresa, accedieron a ir. Teniendo en cuenta que, además, irían Rocío y sus amigas, Lázaro podía estar feliz de reunir entre las lindes de la propiedad del padre de Palma a todos aquellos amigos a los que más quería.
La tarde fue perfecta.
Desde que llegaron los primeros, los más madrugadores, sobre las once de la mañana, hasta que los primeros empezaron a recoger sus cosas, a eso de las siete u ocho, la tarde pasó entre risas y juegos, cuatro horas de barbacoa y una y media fregando. Un torneo de fútbol-2, un concurso de dardos, un certamen de chistes malos, un concierto de eructos...
Pero el verano, como se ha dicho, gastó en esa tarde todas sus fuerzas antes de morir. Antes de que los primeros fuesen a salir por la puerta, empezó a llover. Cada vez con más fuerza. Hugo, Tato y Pablo intentaron llegar a la parada del “Canario”, pero no les fue posible llegar. La lluvia era una tormenta en toda regla. A su regreso, supieron que las carreteras acababan de ser cortadas. Estaban atrapados en el campo de Palma hasta nuevo aviso.
Y nada hacía presagiar que eso fuese pronto...
Así que decidieron hacerse a la idea, algunos con más entusiasmo que otros. Cogieron todos los colchones de la casa (Palma tiene cinco hermanos) y los colocaron en el salón, donde pasarían todos la noche durmiendo lo menos posible.
- Ya que vamos a estar todos aquí – había dicho Palma -, lo mejor será que nos vigilemos.
En verdad, era para prolongar la fiesta. Pero eso no hacía falta decirlo.
Estuvieron toda la noche, que, a pesar de la tormenta, era cálida, riendo y contando historias y anécdotas. Lo pasaron aún mejor que durante el día. Pero las fuerzas iban menguando. Uno a uno, todos iban sucumbiendo al sueño. Lázaro se acostó lejos de Nuria, contrariamente a sus deseos. Se tendió junto a Alfonso, que era el único que quedaba despierto. A su espalda, un hueco, y más allá, estaba el sofá, sobre el que dormía Isabel. Pero, al darse la vuelta tras dormirse Alfonso, vio que allí estaba Isa. Respirando lentamente. Entonces despertó. Miró al estático Lázaro y sonrió. Linda.
- Hola... – saludó en voz baja.
- Hola... – respondió él.
- ¿No puedes dormir?
- No. Tengo demasiadas ganas de cachondeo.
Un relámpago vino a recordar que la tormenta seguía allí, mientras iluminaba el rostro de la niña. Acababa de cortar su lacia melena, y se veía tan linda... Se acercó un poco a su amigo.
- ¿Tienes miedo a la tormenta? – preguntó él en voz apenas audible.
- No... no mucho.
Durante toda la noche, hasta que pudo recordar, Lázaro estuvo charlando con Isabel. Especial rincón guarda en su memoria para el momento en el que Isabel, con motivo de ir al servicio, se levantó, y Lázaro pudo ver como se sacaba el trasero del bañador de entre sus carnes.
¡Ella tampoco hizo nada por disimular!
Al despertar, Lázaro vio que el sol había salido con ganas, y que Isabel reposaba su cabeza contra su pecho.
Entonces volvió a despertar. No estaba Isabel. Ni ninguno de sus amigos. Ni la casa de Palma. Ni el verano. Estaba él sólo, en su cuarto, y en otoño. En parte triste, y en parte alegre. ¿Habría olvidado a Nuria? Por lo que sabía, ella no quería estar con nadie, y eso le incluía a él. E Isabel... en parte, le gustaba. Parecía evidente que le gustaba ahora más. Dos días antes se la cruzó en la calle, y aunque sólo se saludaron... En parte, eso parecía, en determinados momentos, suficiente para él.
Tres días después, Isabel empezaba a salir con Josele.
No le dio mayor importancia. Bueno, un poco sí. Pero, en el fondo, seguía gustándole Nuria.
Ella, por lo menos, aunque no quisiese estar con él, por lo menos, tampoco con algún otro. Parecía un consuelo patético. Pero así era él.
Ahora, seis años y pico después de ese sueño, Lázaro no podía quitarse a Isabel de la cabeza. ¿Y no se acordó de ella hasta la noche del día que salió del hospital? Increíble. No se lo perdonaría.
¿La vería a la noche siguiente?
Rezaría, pero dejó de creer. Ahora, sólo esperaba.
Seis años después de soñar con la tormenta, la duda volvió a desaparecer en parte.
Pero prefirió apartar a las mujeres de su pensamiento por unos instantes. Se dedicó a pensar cómo habían evolucionado los distintos grupos de amigos durante su ausencia.
Los recuerdos de los primeros años de colegio aparecieron en su mente, pero no porque fuese entonces cuando conoció a “Huguete” y a Alfonso, sino porque visualizó mentalmente diagramas de Venn, en los que iba metiendo las caras de sus amigos. En primer lugar, estaba el conjunto que llamó “1”, o de los “Colmillos” (como se hacían llamar en esos años). En él se encontraban, junto con los tres compañeros de colegio, el Pera y Tato, que se incorporaron en el primer año de instituto. Luego estaba el grupo “2”, en el que estaban Rocío, Marta, Nuria, Gema y “Lotra”... o de las “Ángeles Negros” (Lázaro no sabía por qué se le ocurrió ese nombre, pero sonaba muy heavy... a ellas no les gustaría). Este grupo apareció en escena cuando Rocío le pidió salir a Hugo. Más tarde, la unión entre ambos conjuntos se reforzó con la unión de Tato y Marta. A pesar de que ambas uniones acabaron ya, las relaciones entre ambos grupos podrían seguir calificándose de “cordiales”. Luego estaba el grupo “3” (Lázaro tardó en pensar en un nombre hortera e inútil para este grupo, al que acabó bautizando como “Pabellón psiquiátrico”), formado por Ángeles (que conocía a Lázaro desde la infancia, al ser esta la vecina de su amigo Hugo), Susi y Palma. Y Amparo, Julia y Sandra, que, desde que se fueron a estudiar fuera, no las veían apenas. Lázaro, desde luego, desde antes del coma, no les veía el pelo. Luego se incorporó Isabel, la prima de Ángeles. Pero eso no fue hasta el “encasquetamiento” del grupo llamado “4”... también conocido como “Omega Supreme”. Luego estaba Pablo, pero ese era aparte, y ahora era el novio de “Lotra”. El Pera se “unió sentimentalmente” a Palma, haciendo que, en ausencia de Lázaro, el grupo que había dejado atrás siguiese relacionándose con aquel en el que se encontraba su mejor amiga. Relación que sufrió un ligero paréntesis, primero drástico, de separación total (coincidiendo con la ruptura entre el Pera y Palma), pero que, poco a poco, se fue haciendo más suave. Volvieron a ser amigos, a pesar de que el Pera empezase a salir con Susi, la mejor amiga de Palma, las cosas siguieron bien. Raro le parecía a Lázaro, pero Palma, por muy dura que fuese, o fingiese ser, era demasiado buena como para enfadarse con nadie. Así, las relaciones entre los grupos “1” y “3”, seguían siendo buenas, no así entre “2” y “3”, ya que, por algún motivo que Lázaro no acertaba a entender, Rocío no podía ver ni en pintura a Palma. ¿Tendría algún motivo oculto? Al menos, oculto para Lázaro. Probablemente. El grupo “4”, estaba ahí. Y poco más. No eran tan cercanos a los otros desde que Josele e Isabel cortaron, pero se seguían llevando bien, o eso decían. Pero estaban ahí todos para ver a Lázaro al despertar. Y eso le bastaba.
Bueno, a fin de cuentas, parecía que se las arreglaron para llevarse bien sin él. ¡Pero se había perdido tanto...! Por ejemplo, cómo empezaron a salir el Pera y Susi. Eso debería haber sido de antología. Cómo Pablo decidía meterse a profesional. Cómo se fueron todos a Sevilla para la Feria de Abril en una furgoneta, sin gustarle el flamenco a ninguno. Los últimos seis carnavales. Las últimas seis Nocheviejas. Cómo le contaría Hugo, entre avergonzado y excitado, el hecho de haber perdido la virginidad... Ahora que lo pensaba... ¡Era el único de sus amigos que seguía siendo virgen! ¿O no? Bueno, después de todo, lo de Hugo y Rocío lo daba por sentado. Y lo de Tato y Marta, también. El Pera había estado con Palma y con otras cuantas. Y ahora, con Susi. Y Alfonso... Alfonso el “Pichabrava”.
“¡Mierda...!”
No es que el hecho en sí le preocupase. ¿Y qué más daba, después de todo? Él sólo había vivido diecisiete años. Tan patético no podía ser. Pero, que sus amigos ya... ¿E iba a ser él el último? ¿Precisamente él?
“Bueno”, pensó. “A lo mejor me equivoco. Marta siempre pareció bastante casta. Y algo pava. Pero no tiene nada que ver. Si quería a Tato tanto como parece ser que fue... Y el Pera... bueno, quitando a Susi y Palma, nunca ha durado mucho con ninguna. Pero es que en esas dos está el problema. No es que sean unas guarras, ni mucho menos. Pero es que, a su edad, con lo ricas que están... si siguen intactas es que no quieren... ¿Y por qué no?”
Sería mejor dejar de pensar en eso. Tenía mayores problemas que su virginidad. Por ejemplo, sus estudios. No tenía ni el BUP, y, ahora, ni existía. ¿Qué iba a hacer ahora? Esperaba no tener que repetir toda la secundaria.
“¡Joder!”, pensó. “Si me hubiese presentado a física, a lo mejor ya tenía el bachillerato.”
Los arrepentimientos por no haberse presentado a la pendiente nunca fueron mayores. Aunque le consolaba pensar que, de todas formas, hubiera suspendido. Y, de todas formas, ¿para qué le servía? Aunque tuviese el bachillerato, no podría hacer el COU. ¿Y cómo se las iba a arreglar para entrar en veterinaria?
Lázaro dio una vuelta en la cama, mientras consideraba el moverse y sacar la sábana de debajo de él, antes de que hiciese demasiado frío. Pero, ¡qué demonios!, era julio.
Él siempre había sido un tío listo. Y mejor estudiante de lo que merecía ser. Saldría de esta.
¿Sería de verdad el único virgen del grupo?
La luz que se colaba por la ventana como un descarado caudal obligó a Lázaro a abrir los ojos mientras blasfemaba contra la sacrílega cortina.
- ¡Levántate y anda! – escuchó a una autoritaria voz.
Lázaro sólo conseguía ver una mancha oscura, hasta que se dio cuenta de que estaba con la nariz pegada a la pared. Se volvió y pudo ver a un sonriente Hugo.
- ¡Me cago en la puta de oros! – exclamó Lázaro, que se levantó de un salto y apretó entre sus brazos a su mejor amigo, hasta el punto en que este debió golpearle para que le dejase respirar.
- Vale, vale, tranquilo... – respiró Hugo -. Que parece que no me hayas visto en seis años.
- Eres un mierda. ¿Dónde has estado?
- En Segovia, de vacaciones.
- Ya, pero, ¿cómo se te ocurre irte allí en verano...?
Ambos callaron unos momentos.
- Cabroncete... ¿Qué has estado haciendo en Segovia?
- Lo de siempre... ver a la familia...
- ¿Cuándo llegaste?
- Anoche. Tenía un mensaje de Tato en el contestador, que me dijo que te habías levantado. Enseguida me duché y me vine, pero tu madre me dijo que habías salido. Y salí a buscaros, pero no te encontré.
- ¡Espera un momentito! Yo te vi anoche.
- ¿Cuándo?
- ¿Tú no me dijiste que cuándo iba a volver?
- ¿Anoche?
- Sí. En la calle de “Lotra”, pasando su casa.
- ¡Coño! No me digas que eras tú.
- ¿Eras tú?
- Sí. Estaba hablando por teléfono, y no te eché cuenta.
- ¿Con quién hablabas?
- Nada. Una amiga.
Lázaro calló y miró con mirada inquisitiva.
- Ya me contarás.
- Sí, ya. Bueno, eso y un montón de cosas que me tendrás que contar tú.
- No creo que haya mucho que contar.
- ¿Que no? No es eso lo que dice Ángeles.
- ¿Cuándo la has visto?
- Esta mañana, en la parada de debajo de mi casa. El autobús estaba llegando, así que no me ha contado nada. Sólo que estabas levantado. Yo le dije que ya lo sabía, que a eso venía. No le dio tiempo a más, porque ya se iba el autobús.
- Así que Ángeles piensa que pasa algo, ¿eh? -. Lázaro se llevó la mano a la barbilla en una pose de Sherlock de pacotilla -. Resulta interesante.
- Y, bueno, lo que todo el mundo se ha estado preguntando el último mes... ¿dónde carajo estabas?
¿Cómo qué dónde estuvo? ¿Dónde iba a estar? Estuvo seis años de su juventud tirado en una cama, enchufado a un montón de cosas en las que no quería ni pensar, perdiendo uno a uno todos esos días que no volverían. Seis años y tres meses perdidos para siempre... Seis años durmiendo... y soñando...
En un momento, todos esos años cobraron cuerpo en su memoria. ¿Podría volver a recordar un sueño una vez lo olvidó?
La tierra era grande y hermosa en aquellos tiempos. Bañada por el mar que acá golpeaba furioso contra las rocas, allá acariciaba suavemente las arenas. En una brusca línea, el oro de la playa se enfrentaba a la esmeralda del campo, dando paso al pueblo. Un pequeño grupo de casas de madera, humildes, pero bien construidas. Sencillas y fuertes, hechas para resistir las lluvias del invierno. Allí los niños jugueteaban con él, como hacía años no veía en sus calles, entre los establos y los campos de labranza. Una mujer mayor les llamaba al orden, mientras ellos correteaban a su alrededor para alegría de todos. Un edificio algo mayor, hecho en piedra mucho tiempo atrás, con una nueva cruz sobre su torre más alta, se erguía humilde entre sus vecinos. De su interior, salían dos ancianos, uno de ellos parecía el sacerdote. Departía amistosamente con su compañero acerca de los milagros del Señor para ese día, mientras saludaba con una sonrisa a aquel que no quería creer en el nuevo dios. El sonido de una forja llamó su atención, y allí, cubierto de hollín y sudor, el herrero llamaba a las muchachas que por allí pasaban, haciendo alarde de sí mismo, con una descarada sonrisa en los labios. Él le saludó y siguió caminando, tierra adentro. Allí estaba el bosque. Era su hogar y su centro de trabajo. Su herramienta, el hacha. Era leñador, y todos los días bajaba con su carro lleno de leña para abastecer a la modesta industria del poblado. Ya era primavera, y su propio negocio se resentía, pero le daba igual. Seguía siendo feliz. Hacia el este veía la colina, en cuya cima estaba el viejo templo pagano, donde tantas veces le esperaba ella. Pero ahora, no estaba allí, si no frente a él. Había aparecido del bosque, sin que él lo notara. Sonrió, apartándose del rostro sus castaños rizos.
- ¿Dónde has estado? – preguntó ella.
- ¿Dónde has estado? – había preguntado Huguete.
- ¿Dónde quieres que estuviese? En el hospital...
- No, picha, digo los días aquellos que te escapaste. No nos quedamos tranquilos hasta que apareciste.
Lázaro miró los tatuajes de su piel.
- Pues no tengo ni idea.
Comments (0)
See all