Tendido sobre su cama, Lázaro miraba la hora, las doce y cuarto, abandonando por un momento su obsesivo pensamiento: Isabel.
Llevaba toda la mañana pensando en la noche anterior. En como Isabel y él fueron uno, por primera vez. Pero no por última, esperaba.
“Por siempre, uno”, recordó el título de aquella canción de Yngwie Malmsteen. Pensó en levantarse para buscar el Seventh Sing, pues le apetecía escuchar la balada. Se lo pensó un poco. Finalmente, apoyó los nudillos en el colchón y se levantó de sopetón. No tardaría mucho en arrepentirse.
Aquella mañana, tal y como prometió a su amiga-amada-novia-amante, esperó a su despertar, que se sucedió al amanecer, cuando los rayos del sol se posaron suavemente en los tiernos ojos de Isa, que, tras intentar ocultarse de su luz, abrió los ojos, ocultos ya con la sombra de los dedos de Lázaro, que llevaba ya rato despierto, contemplando y acariciando suavemente el ovillo en el que estaba convertida Isabel en la que les pareció la noche más cálida del verano del 2006.
Desde luego, para ellos lo fue.
Eran entre las seis y las siete. Las siete fueron cuando, finalmente, se vistieron y se fueron de la vieja casa.
Durante el camino hasta la casa de Isabel, no cruzaron una sola palabra. Se limitaron a caminar abrazados, intercambiando miradas cómplices y cargadas de alegría mezclada con falso pudor. Finalmente, se despidieron con un beso y una cita para la tarde siguiente... la de ese mismo día.
Al llegar a su casa, en el mayor de los silencios, Lázaro se dirigió a su cuarto y se acostó. Eran cerca de las ocho.
Hacía menos de cuatro horas que se durmió. En la vieja casa de Isa, apenas concilió el sueño. En ninguna de las dos ocasiones pudo descansar debidamente.
Fue por eso que los colores se confundieron cuando su cabeza aumentó de peso al levantarse con tanta violencia.
Se llevó las manos a la cabeza, y vio, debajo de la mesa, sobresaliendo, el cuaderno que le trajo Ángeles horas antes de que se convirtiese en su prima política.
Olvidando la música, se dirigió a su diario. Lo sacó del montón de trastos inútiles, y lo abrió por la primera página.
"Si algo me pasase (¡Cielos, espero que no!), este cuaderno debe caer en manos de María de los Ángeles Soto Pelayo. Firmado, Lázaro Sanjuán Ortiz. 13-V-1999"
Bueno, eso era algo de lo que nunca estuvo del todo seguro, pero, después de todo, Ángeles era su mejor amiga.
Eso lo escribió cuando ya llevaba bastante tiempo con ese viejo cuaderno. Lo recordó al ver la primera entrada.
“6-X-1997
Siguiendo el consejo de Dani, quien, en un alarde de fe en mi persona, dice que debería escribir un diario, para cuando sea un famoso dibujante de cómic, las generaciones venideras puedan conocer el camino por el que me guió el destino, y cómo ello influyó en mi obra. Dani está colgado. Pero me convenció. ¿Y qué carajo voy a contar? Mi vida no es tan divertida. Pero, ¿qué ha pasado hoy? Hoy he conocido a una chavala increíble. Un montón de guapa. Tiene los ojos azules, el pelo castaño, rizado. No es muy alta, pero está para mojar pan. Muy buena chiquilla, parece. Tiene una sonrisa muy bonita. Olga, se llama.”
Por aquella época, a Lázaro le pareció que ese cuaderno contaría, principalmente, su historia con Olga. Aunque dejó de escribir cuando, mes y pico después, comenzaron a salir, para sorpresa de propios y extraños. Cuando, seis meses después cortaron, el diario volvió a crecer.
Dani. Apenas podía recordar quién era Dani.
¿Cuándo conoció a Isabel?
"8-VI-1998
Ayer por la tarde venía del tuto (¡ya queda menos!) y me encontré a Ángeles charlando con una chavala, que resultó ser su prima. Esto no tendría más cosa si no fuese porque la niña está que no te veas. Casualmente, es como a mí me gustan: bajita, con el pelo largo y liso, no muy oscuro, con los ojos claros, y muy guapa. Parece una chavala muy simpática. Isabel, se llama."
Lázaro dibujó una sonrisa en su rostro. Buscó unas páginas más adelante.
"23-VI-1998
Putos exámenes... me van a quedar lo menos dos [...]. Hoy he vuelto a ver a la prima de Ángeles. Aquella tan linda. Estuve hablando con ella un poco. Parece una chavala muy interesante. Desde luego, me cae muy bien. Habrá que profundizar en la relación..."
Buscó un poco más adelante.
"16-VII-1998
Anoche, en la feria, encontramos a Ángeles y a las otras. Estaba Isabel (¡Ole!). Estuvimos un rato con ellas en la caseta de Magisterio. Y pude bailar un poco con ella. No mucho, pero algo es algo. Esa chavala podría llegar a ser algo importante."
Lázaro pareció sorprenderse. Aquello era algo que no recordaba del todo.
Recordó entonces el momento clave en ese diario, lo que, quizás, provocó la ira de Ángeles. Avanzó hasta la zona en la que la paranoia de que alguien que no fuese Ángeles, la que mejor le conocía, leyese eso, le impulsó a escribir en una clave que sólo podría comprender quien tan profundamente conociese sus sentimientos como su mejor amiga.
"El 20 de octubre de 1999, en mi mente veo una maravilla sobre el muro... Aquella que segó su broncínea cabellera a la caída del otoño, como sauce de hoja caduca, se manifestó como ángel mensajero de la alegría. Su sonrisa trajo un inesperado mensaje de fe. Cuando la Mariposa de Hierro cantó una historia de dos amantes, ella llevó sorprendida sus manos a su boca, anunciando su pasión por dicho canto. Tal vez, sea ella, Mi maravilla."
Habían pasado ya casi siete años de aquello... y aún no sabía si el sauce era de hoja caduca o perenne.
Desde mucho atrás, todo era dolor en aquella libreta. Lo de Nuria tenía todas las papeletas para ser un desastre, como resultó ser. Hasta ese día. Pasó de largo voluntariamente la noche que soñó con la tormenta. Aquella misma noche. Aquella en la que, definitivamente, se convenció a sí mismo que era Isabel quien le gustaba de verdad. Aunque fuese demasiado tarde.
Pasó también de largo aquella larga temporada en la que apenas vio a Nuria o a Isabel (aunque por esta última no le afectaba tanto), hasta que llegó al final de ese año.
“El uno de enero del año 2000, tu reflejo reveló mi deseo, y en el frío de la noche te hiciste presente en mi memoria. Aquella fría y vieja noche, desprecié mi mala fortuna, sin saber lo favorable que hasta entonces me fue. Con la mirada rechacé a la ninfa. Con el corazón vencí el pesar. El uno de enero del año 2000 todo empezaba y todo acababa. El viento del norte arrastraba mi cuerpo, sacando la poca vida en mí. Yo no lo sabía, pero estaba muriendo, y con mis manos aferraba la urna que guardaría las cenizas de mi corazón. La vida se me iba y yo sólo pensaba en ti.”
Lázaro recordó con una triste sonrisa aquellos momentos. La última nochevieja del milenio, según se mirase. Aquella noche iban a irse todos juntos por ahí, pero por causas nunca del todo esclarecidas, no pudo ser, y las niñas se fueron por su parte con Hugo, y los demás acabaron en otro sitio. Recordó a aquella chica a la que vio con su novio. Al principio, el susto que se llevó Lázaro al verlos fue lo que casi le amarga toda la noche: era casi idéntica a Nuria, pero no era ella, y no podía ser su hermana, ya que es hija única. Pero eso la devolvió a su mente, ya que la tenía un poco olvidada, y ya no le gustaba tanto como antes. Hasta que vio a su “reflejo”. Entonces, Nuria volvía a ser prioridad para él, hasta el punto de rechazar a una chavala, morena, de pelo corto y liso, de ojos oscuros y... bueno, la tía estaba bien buena. Y, aunque Lázaro nunca estuvo seguro de los planes de esa chica, él se limitó a pasar de ella.
Aquella noche, recordó Lázaro, era fría, húmeda... y muy aburrida. Le hubiera gustado irse con el otro grupo, pero no pudo ser. Y lo intentó, eso seguro. Aunque tal vez así fuese mejor. Esa noche era la que eligió para pedirle salir a Nuria, a pesar del breve olvido en el que la tenía. Y esa fue la noche en la que Nuria empezó a salir con Jesús. En parte, un poco de él murió esa noche. Al llegar a casa se sintió tan mal consigo mismo, que estuvo casi una semana sin salir de casa. Incluso enfermó. Tardó mucho en recibir la mala noticia.
“El siete de enero del año 2000 llegó el Apocalipsis a mi corazón. Y lloro en los hombros de los Reyes Magos, pues no me trajeron lo que pedí. Y las sombras se ciernen sobre mi luz. Pero el ave fénix resurge de las cenizas, iluminando mi triste senda con su fuego. Me quema, pero a él me aferro, mientras toma forma de mujer.”
“Los Reyes Magos”. Se refería a sus tres mejores amigos: Hugo, Rocío y Ángeles. Fue ese el día más triste desde que cortó con Olga, el que supo lo de Jesús. Y, sin embargo, dentro de su corazón, Isabel volvió a emerger. Esa noche... ¿soñó con ella? No podía estar seguro. ¿Salía ya con Josele? No, aún no... ¿no? ¿O sí? ¿Se refería realmente a Isabel?
Intentó poner en orden sus recuerdos.
Para empezar, fue por noviembre que empezó a salir con Olga, y cortaron en primavera, por raro que pareciese. Tenía él quince años. Poco después conoció a Isabel. A Nuria ya la conocía de antes.
Pero, durante un momento, Lázaro se sintió muy confundido. No era verdad que hubiese conocido a Isabel cuando empezó a gustarle Nuria, como pensaba hasta entonces. La conoció mucho antes de lo que pensaba en un principio... poco después de cortar con Olga.
Todo parecía cambiar su lugar en su memoria. Siguió leyendo.
“El veinte de enero del año 2000, Lázaro encontró la senda de la perdición. Ojalá nuestro tiempo no fuera pasado. Ojalá nuestra distancia no fuera espacio. ¿Por qué tienes que ser como eres? ¿Por qué tienes que ser única? ¿Por qué el pájaro de fuego vuelve a llamarme?”
La senda de la perdición...
Ese fue el día en el que Lázaro decidió que se acabaría eso de guiarse por sus sentimientos. Bastantes problemas tenía ya.
“¿Perdición?”, pensó Lázaro. Bueno, según pensaba Lázaro, la suerte no acompañaba a los que seguían un camino recto. Después de todo, todas aquellas a las que quiso, pero que se fueron con otros, fue siempre con gente a los que Lázaro consideraba inferiores tanto a ellas como a él mismo. Gentuza que no merecía a aquellas que conseguían. Gente que seguía la senda de perdición.
Como Josele.
En verdad, él no era malo. Pero Isabel era mucho mejor.
Y el pájaro de fuego. De nuevo, Isabel. Isabel y Josele, un binomio maldito.
Estaba claro que, por aquella época, Isabel volvía a interesarle. Algo tarde.
Siguió leyendo.
“El cuatro de febrero del año 2000 volví a amar como siempre a quien amé como nunca. Hermana por siempre deseada, amiga donde todos me fallaron. Amante soñada de todo amante soñador, que en toda mi vida amante en soledad fui.”
Vale, eso podía haber enfadado a Ángeles. Que tal vez empezase a sentir algo por ella, era algo razonable para ocultarle a su mejor amiga. Además, ella tendría que comprender que pasaba por una mala racha. No sólo por lo de Nuria o Isabel, si no también por lo de sus padres. Y lo de decidir darse a la mala vida.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lázaro antes de seguir leyendo.
“El once de febrero del año 2000 ardió en mi corazón la llama sofocada. El azabache rechazó el baile por abrazar el ceniciento carbón. Pero el oro, entre mis manos, se mantenía lejano, por mi voluntad, ignorante, el tesoro, de lo que pasaba en mi corazón. Los ángeles nos guiaban, y yo, añorando, junto a su pelo, los viejos tiempos que nunca fueron.”
Vaya. Eso era algo que casi había olvidado también.
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