La noche empezaba a refrescar cuando los ánimos empezaban a apagarse. Isabel reposó la cabeza contra el pecho de Lázaro, mientras él, olvidando lo sucedido hacía apenas tres días, no le daba mayor importancia. Nada de aquello importaba en ese momento. Miró a su alrededor, y respiró aliviado al comprobar que la noche era perfecta junto a sus amigos.
Hacía sólo tres días que habló con Josan. Dijo que él no era real. Lo recordaba como un sueño confuso. Había pensado tanto en ello, que no estaba seguro de no haber cambiado nada.
- Claro que esto es real – le había dicho -. Pero tú no.
Lázaro se había quedado de piedra. Era algo tan absurdo, decir que él no era real. Estaba claro que sí lo era. O, si no, que le preguntara a Isabel.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Lázaro -. Yo sí soy real. Más real que tú.
- Claro que eres real – dijo entonces Josan, provocando un poco la ira de Lázaro -, pero no en este mundo.
- ¡Josan, te juro que no entiendo nada!
Lázaro hundió su cara en sus manos, mientras apoyaba los codos en la mesa. Josan se levantó y se colocó detrás de él, posando sus manos sobre los hombros del muchacho.
- Verás, el coma que sufriste ha hecho que, de alguna forma, cambiases de lugar. Esos sueños que tienes te muestran tu verdadera vida. Creemos que tu alma, de alguna forma, se ha cambiado de lugar con otra.
- ¿Con otra que conoce a mis amigos? Ellos estaban en ese sueño.
- Sí, bueno, puede que sea así. No lo niego. Tal vez sea tu mismo yo en otro mundo. Si el otro Lázaro también ha sufrido un trauma similar al tuyo, tal vez, al regresar, se equivocó de cuerpo. No sé si me explico.
- Un poco – confesó Lázaro.
- Tal vez, ahora mismo, el Lázaro que pertenece a este mundo está atrapado en el cuerpo del otro Lázaro. Pero creemos que aún no ha despertado.
- ¿Quiénes creéis?
- Yo y mis compañeros. He estado comentando tu caso con ellos. Lo hemos estudiado a fondo, y esa es la única conclusión a la que hemos llegado.
- ¿Y no habéis encontrado nada más lógico?
Josan rió.
- La fantasmatología no busca explicaciones lógicas. Para eso están las otras ciencias. Lázaro miró fijamente a Josan.
- Estáis locos. Tus amigos y tú.
Josan rió.
- Sí, supongo que así es.
El fantasmatólogo se acercó a su silla y la situó frente a Lázaro. Apoyó los codos en sus rodillas, apoyando las puntas de los pies en el suelo.
- A ver cómo te lo explico...
- Pues tú sabrás.
- Sabes que estaba interesado en tu caso. Es por eso mismo. El que tú estés aquí, con esos tatuajes, y esos sueños tan claros, es una prueba más de la existencia de ese otro mundo. - ¿Una prueba más?
- Sí. Este no es el primer caso como el tuyo. Más bien, el tercero.
- ¿Y dónde están los otros dos?
- Bueno, uno murió cuatro años después... pero nada que ver con esto: era muy viejo. El otro...
- ¿Qué pasó?
- Nada. Bueno, desapareció.
- ¡Vaya panorama más reconfortante! – exclamó Lázaro, irónico.
- Sí, la verdad es que sí. Los otros me dijeron que no debía comentarte nada aún. Pero yo pensaba que estarías preparado.
- ¿Tú crees?
- Bueno... aún sigues aquí.
Eso era verdad. En situaciones normales, se habría levantado y largado de allí. En el fondo, sabía que le decía la verdad.
- Pero, entonces, ¿qué debo hacer? ¿Volver o quedarme?
Josan se encogió de hombros.
- No sabemos como podrías volver. No sabemos si deberías volver. Ya estás hecho a este mundo, ¿por qué no quedarte?
- ¿Porque este no es mi sitio?
- Tal vez pueda llegar a serlo.
- Estoy viviendo la vida de otra persona.
- Esa otra persona también eres tú.
- ¿Y dónde está esa otra persona? En mi cuerpo, en otro mundo.
- Sí, pero, tal vez, él no despierte.
- ¿Crees que también él está en coma, o algo?
- Bueno – dijo señalando los tatuajes -. Sea quien sea, y esté donde esté, alguien le ha hecho las marcas de sueño, para que vuelva vivo. Estas marcas te protegen, y te piden que vuelvas. Pero, tal vez, vuelva el otro Lázaro, y le pase lo mismo que a ti, al llegar aquí. Al principio, estará confuso, y, luego, todo le parecerá tan normal como maravilloso.
Lázaro asintió.
- Tal vez sea verdad que esté en un sueño. Todo es demasiado bueno en esta vida como para ser verdad.
- ¿Y por qué quieres volver? – preguntó Josan.
Lázaro se encogió de hombros.
- No lo sé. Tal vez debería olvidarlo todo.
Tras unos segundos en silencio, se levantó.
- Creo que necesito que me dé el aire.
- Sí, bueno, te acompaño a la calle.
Tras cerrar el despacho, Lázaro y Josan salieron al pasillo del hospital, y, de allí, a la calle. Una vez fuera, el fantasmatólogo se puso unas gafas de sol, y miró al aparcamiento.
- ¿Te llevo a algún sitio?
- No, déjalo, he quedado con Isa dentro de una hora en la plaza. Me voy a dar un paseo hasta allí.
- Bueno, vale...
- Ya sé a quien me recuerdas.
Josan estaba perplejo.
- ¿A quién? – quiso saber.
- Si tuvieras el pelo más corto, serías pastadito al agente Smith.
Josan rió.
- ¿Qué pasa?
- Nada, que siempre acabo trabajando con fanáticos de Matrix.
Tras pasear un rato, llegó al lugar de la cita antes de tiempo, cosa que sorprendió a Isabel.
- ¿Cómo tú aquí tan temprano? – preguntó Isa, mientras Lázaro se limitaba a agarrar su cintura y besarla profundamente -. Venga, confiesa, ¿qué has hecho?
- Nada -. Lázaro sonrió tristemente, temiendo que el beso no le supiese ya igual.
- Oye, quería pedirte perdón. Debí haberte dicho que no dije nada en casa.
- Da igual.
- Ya, pero, imagínate que...
- ¡Quilla, que da igual!
Isabel miró perpleja a su novio.
- ¿Has hablado con Jose?
- Josan. Sí.
- Sí, eso. ¿Qué ha pasado? Has acabado pronto.
- Nada. Es sólo que tenía muchas ganas de verte.
Isabel besó nuevamente los labios de Lázaro, cuyas manos acariciaron sus caderas con ternura y miedo.
Eso fue el miércoles. Días después, el sábado, se jugaba el Trofeo Carranza. En los últimos seis años, se convirtió en tradición para los amigos de Lázaro el reunirse en la playa con otros miles de personas a pasar la noche.
Aparte de Hugo y los demás, Isabel anunció a Laza que, ese año, habían quedado, además, con Pablo.
Y eso a Lázaro no le hacía ninguna gracia.
- ¿Por qué no te gusta Pablo? – preguntó Isabel.
Por supuesto, Lázaro no le contó toda la verdad.
- Bueno, supongo que, si una chavala se pone a tirarme los tejos delante tuya, no te gustaría demasiado, ¿no?
- ¡Pero si Pablo tiene novia! ¿Cómo iba a ligar conmigo?
- ¿La conoces? – preguntó Lázaro.
- No. Pero va a venir a la barbacoa.
- ¿Y cómo sabes que es real?
- ¡Joder, Lázaro!
- Bueno, nada, era broma.
Así pues, se quedó esperando con Isabel, Rocío y Huguete a que el Macaco y compañía aparecieran. Estaban esperando en la puerta del Hotel Victoria cuando aparecieron.
- ¡Aquí están! – llamó Rocío a Lázaro y Hugo, que contemplaban la cantidad de gente que ante ellos preparaban los fuegos para la carne, y los fuertes licores para el postre.
Venía el Macaco con otros dos, y cogido de la mano con una guapa muchacha de pelo castaño, que saludó directamente a Lázaro.
- ¡Hola! – exclamó ella -. ¡Qué casualidad, ¿no?!
La alegre voz y la efusividad de la chica sorprendieron tanto a Isabel, como a la pareja que le acompañaba junto a su novio.
- ¡Hola, Laura! – saludó Lázaro -. ¿Cómo te va?
- Muy bien – respondió feliz la chica, asintiendo con una sonrisa en los labios.
- ¿Os conocéis? – preguntó Pablo.
- Sí – respondió veloz Laura -. Del instituto.
- No me acuerdo de ti – intervino Hugo, confuso.
- Pues yo de ti, sí, Hugo.
- Bueno, vale, dejad que os presente – se anticipó Lázaro a Pablo -. Ella es Laura, y, por aquí, Isabel, Rocío y Hugo. Y ellos dos... -. Lázaro se mordió la lengua cuando estuvo a punto de presentar a Marcos y Lucas.
Así que ellos también estaban allí...
- Yo soy Marcos – se presentó el viejo amigo en otro mundo de Lázaro -. Este es mi hermano, Lucas.
- Hola – saludó Lucas, sin levantar las manos a causa de la carga que llevaba.
Laura miraba fijamente a los ojos de Lázaro, asintiendo en silencio.
Pero él no sabía qué pasaba.
Isabel rodeó con su brazo la cintura de Lázaro, y éste pudo sentir algo raro en su novia. La miró a los ojos. Ella le devolvió la mirada y sonrió, maliciosa.
- Bueno – dijo Hugo al fin -. ¿Nos vamos?
De eso hacía sólo unas horas. El jaleo reinante hasta hacía una hora y media parecía totalmente olvidado, cuando los fuegos se apagaron y el humo abandonó el cielo de la Victoria, mostrando las estrellas en una noche clara y luminosa. Refugiados de la iluminación urbana del Paseo Marítimo, miles de jóvenes se dedicaban a saciar su sed, algunos con alcohol u otras bebidas. Otros saciaban otro tipo de sed. De amor, de diversión... Otros se dedicaban a hablar, a susurrarse palabras al oído, a compartir secretos y nuevos descubrimientos, así como rememorando viejas anécdotas nacidas en el mismo ambiente.
En el grupo de Lázaro, algo extraño había sucedido. Tato y Marta, después de dar un paseo juntos, y solos, se habían tendido algo más apartados del grupo, y hablaban y reían en voz baja. Lázaro sonrió, alegre por sus amigos. Ahora, las dos parejas que dejó hacía seis años parecían volver a encontrarse.
¡Que bonito era todo!
Las estrellas, sus amigos, la noche, el mar, la arena... Isabel.
El silencio de la noche salpicado de las voces susurrantes de miles de corazones inquietos.
Un eructo del Pera rompió la belleza del momento. Aunque las risas que siguieron mostraron la escasa molestia que supuso.
- Estaba todo bueno, ¿eh? – preguntó Tato, que se había encargado, junto con Rocío, Laura y Nuria, de la comida.
- Sí – contestó el Pera -. Mucho, pero ha faltado algo.
- ¿Qué ha faltado? – se indignó Nuria -. Estaba perfecto.
- Muy soso – respondió el Pera -. Faltaba sal.
- “Sal...” – dijo Laura, con una sonrisa, dejando que su palabra se perdiera en la noche. Marcos, como obedeciendo una orden, agarró la guitarra de “Lotra”, y golpeó suavemente, rítmicamente, la caja con sus uñas. Primero, golpeó con el índice. Luego, con el índice, el corazón y de nuevo el índice. Índice, corazón, índice. Así varias veces, como los cascos de un caballo que, solitario y decidido, recorren una senda.
“¿Senda?”, pensó Lázaro.
Marcos tocó cinco notas. Luego, volvió a tocarlas. Una vez más, añadiendo dos más agudas al final.
- “He de encontrar...” – cantó Laura - “... una senda que me lleve a un lugar”.
- “Y no me siento capaz...” – le acompañó Lázaro – “... de iniciar, nueva vida sin más”.
Perplejos, algunos amigos de Lázaro volvieron su atención a los que juntos cantaban aquella vieja canción.
- “Quisiera emprender, la aventura que no me haga volver” –. Las voces de ambos se acompañaban a la perfección. - “... dejar de una vez lo que yo mismo no puedo entender”.
Las miradas de ambos se escrutaban mutuamente, buscando el momento exacto en el que las palabras debían surgir de lo profundo de su alma.
- “¡Por una vez! ¡Lo que siempre soñé hacer, prometedme, construir una senda! ¡Sí, por una vez! ¡Lo que siempre soñé hacer, prometedme, construir una senda que pueda recorrer!”
La atención de todos se centró en Laura y Lázaro. Y en los sonidos salidos de la guitarra de “Lotra”, tocada por los dedos de Marcos.
Para algunos, acababan de conocerse, y, sin embargo, parecían coordinados a la perfección.
- “Detrás de un disfraz...” – siguieron cantando -, “... tartamudo ante la adversidad...,” – mirándose fijamente – “... por un hilillo de voz...” –. Laura sonreía. – “... se va la poca razón...” – Lázaro fruncía el entrecejo, buscando en la mirada de la muchacha – “que nos permite tu escaso valor” -. Lázaro miró a Pablo, clavando su fiera mirada -. “Y he de cruzar...” – Lázaro volvió a mirar a Laura, cuyos labios permanecían quietos en una sonrisa -. “... dar el paso ¡hacia una vida anterior!” – Lázaro apretó suavemente sus brazos, cruzados sobre la cintura de Isabel -. “Si hay destellos de magia...” -. Laura volvía a cantar, sonriendo maliciosa y alegre a Lázaro -. “... entre los besos de la traición”.
Una vez más, cantaron el estribillo de la canción. Lázaro, aunque confuso, pensando no tanto en la letra como en lo que parecía decirle. Marcos se dedicó en cuerpo y alma con el solo, sencillo, hasta que las voces de Laura y Lázaro volvieron a unirse, por última vez, en el estribillo, donde dejaron el corazón.
Con algún solitario aplauso y gestos de asentimiento, los improvisados músicos acabaron su ejecución.
Laura sonreía, como siempre, mientras su mejilla recibía a los labios de Pablo.
Lázaro, por su parte, estaba más confuso que nunca. Esa canción, Senda, una de sus favoritas de Héroes del Silencio, parecía, en cierto modo, hablar de él. ¿Qué sabía Laura? ¿Cómo estaba allí? ¿A qué se debía esa coincidencia?
Tal vez tuviese algo que ver. Ella sabía de sus sueños, debía saberlo, trabajaba con Josan. Además, podría haber leído el diario que cada martes le pasaba a Josan. Sabía por lo que estaba pasando. Y le salía con esa canción. ¿Querría, realmente, decirle algo? ¿Y por qué delante de todos? ¿Por qué no esperar a estar solos los dos?
Mareado, confuso, asustado, preocupado... recordando las palabras de Josan del miércoles.
Tal vez Laura tuviese, en modo alguno, la clave.
Tal vez le decía que ella sabía cómo podía volver, que sabía cómo devolverle a su mundo. Y se lo decía allí, para que pudiese decidir, rodeado de aquellos que le tomaban por su amigo, su amante, su compañero. Su Lázaro.
Pero ahora era él quien se sentía como un ciego sin guía. Y Laura estaba allí. Tal vez su guía, tal vez su verdadera perdición.
Queriendo olvidar todo aquello, se recostó, buscando entre sus brazos el cariño de Isabel en el momento en el que más lo necesitaba.
Cerró los brazos, de nuevo con suavidad, mientras hundía el rostro en el cuello de Isabel.
Ella, recorriendo un escalofrío su cuerpo, se agitó, apartándose un poco de Lázaro. Se giró y le miró a los ojos, sonriendo.
- Vamos, hijo – le dijo -. No seas tan empalagoso.
Se separó de él y se sentó junto a Rocío.
Lázaro, por su parte, se sentía un poco más vacío.
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