Un totalmente descorazonado Lázaro avanzaba por el tenebroso mundo de sus recuerdos siguiendo una forma que le era cada vez más difícil de siquiera ver.
- Oye… ¿Cómo era tu nombre?
- Gica – respondió el “cazador de sueños”, girándose.
- Gica... es una especie de... no sé...
- Es mi nombre en rumano... ya sabes... como Hagi, o Popescu...
- Vaya – replicó Lázaro -, acabas de perder todo el misticismo que desprendías...
- ¿Era eso lo que me ibas a preguntar? – interrogó el guía volviendo la vista hacia adelante.
- ¡No! No... Cuando dijiste que conocías el terreno… hablabas en serio, ¿verdad?
- Claro.
- ¿Y cómo puede ser posible que los conozcas mejor que yo?
Gica miró hacia arriba, sin dejar de andar.
- ¿Qué ves allí? – preguntó, señalando a las alturas.
Lázaro alzó la vista para ver sólo negrura.
- Nada.
- Exacto. Tú no ves nada. Pero yo veo más allá. Sé que dentro de aquella oscuridad hay muchas cosas. Cosas que ni tú ni yo sabemos ahora qué pueden ser, pero que pronto las descubrirás.
- Tú debes ser muy amigo de Josan, ¿no?
- No mucho, apenas le conozco –. Sonrió -. Nuestra relación es puramente profesional.
- Ya.
- Pero si lo preguntas porque lo que acabo de decir te parece de raros… para tu tranquilidad te diré que… bueno, me temo que no puedo decir nada que te tranquilice.
Lázaro soltó una risa.
- Pues, curiosamente, eso me ha tranquilizado.
Entonces, algo pareció surgir de entre las sombras. Una raya de luz apareció de la pequeña puerta que abría el guía.
- Entra – le dijo.
- ¿A dónde?
Gica adoptó una pose peliculera.
- A ti.
- Eso ya no me tranquiliza.
- Vamos, Lázaro, no tengas miedo.
Gica abrió la puerta por completo, inundando los ojos de Lázaro de luz, y entró a aquello que fuera que se encontraba tras la puerta.
- ¿Vas a venir, o te vas a quedar solo en la negrura?
Con un temblor, Lázaro atravesó la puerta para verse en un lugar familiar.
- Jodo, esto es mi cuarto.
- Sí, bueno, es la visión que tienes en tus sueños de lo que es tu cuarto.
- ¿Y cómo es que salimos del armario?
- ¿Para qué vale una puerta?
- ¿Cómo?
- ¿Para qué vale una puerta? – repitió Gica.
- Para pasar de un lado a otro.
- Muy bien. Ten eso en cuenta a partir de ya. Cada vez que pases por una puerta aparecerás en un sitio distinto, y ni tú sabes a dónde puedes ir a parar.
- ¿Y lo del armario?
- Vamos, Lázaro, es todo metáfora.
- ¿Acabo de salir del armario? – preguntó Lázaro irónico.
Gica rió.
- No. Pero en un armario guardamos cosas, y no nos lleva a ninguna parte. Aléjate de los armarios.
- ¿Por qué?
- Porque no sabemos lo que hay.
- Pero acabamos de salir de uno… jeje, somos gays… - rió irónico.
- Sí, acabamos de salir de uno, pero ya te dije lo que había.
- No, no me lo dijiste.
- Exacto.
- Joder, eres peor que Josan.
- Mira, Lázaro, es aquí hasta donde te puedo acompañar.
- ¿Cómo?
- A partir de aquí, estarás solo. No te puedo ayudar a alcanzar la salida.
- ¿Por qué no?
- Porque nunca saldrías. Es un camino que deberás recorrer solo. Pero no te preocupes. Encontrarás por el camino a otros que te ayudarán.
- ¿Otros como tú?
- No. Otros en quienes puedes confiar. Yo ahora me voy. Suerte. Y adiós.
Gica abrió la puerta de la habitación y la atravesó.
- ¡Espera! – gritó Lázaro a Gica intentando alcanzarle -. ¡Gica!
Pero, cuando Lázaro lanzó una mirada al pasillo, no vio a nadie. Allí estaba el pasillo, corto, con fotos a ambos lados. Pero no estaba Gica. Estuvo a punto de salir del cuarto, pero recordó las palabras de Gica, y prefirió esperar un poco.
- Vaya mierda de guía...
Se giró. Miró a la cama y decidió echarse un momento. Tenía que ordenar un poco sus ideas. Bastantes cosas raras acababan de pasarle como para ahora no tomarse el asunto con más calma.
- ¿Qué haces ahí tirado? – le preguntó su madre.
Lázaro levantó la vista y la vio con unas sábanas recién planchadas. Le miraba entre extrañada y preocupada.
- No, nada en verdad – respondió su hijo -. Estaba pensando.
- ¿Y ya has pensado qué vas a hacer con tu vida? – siguió hablando ella mientras se dirigía al armario con una sonrisa.
- No, bueno, la verdad es que… ¡NO! – gritó al ver a su madre abriendo el armario.
- ¿Qué pasa?
Lázaro se sorprendió a sí mismo al advertir a su madre de un peligro que no sólo desconocía, si no que, además, cuya existencia ponía en duda.
- No, nada…
- Estás muy raro, hijo. Pasas demasiado tiempo en casa. Sal más, aprovecha el verano, que pronto se acabará.
Lázaro vio a su madre salir por la puerta, mientras pensaba en lo que le dijo. Tenía razón. No había salido de casa en todo el día, cosa rara en lo que llevaba de verano, en verdad.
Se disponía a levantarse de la cama cuando advirtió que el armario seguía abierto.
El terror le inundó, haciéndole imposible mover un solo músculo. El espectáculo de su ropa colgada y amontonada amorosamente en el interior del armario fue más que suficiente para llenarle de pánico.
¿Qué podía haber allá dentro?
De un salto, Lázaro se levantó de la cama, y en menos de dos pasos, alcanzó la puerta, y salió al pasillo.
Victoria.
Se encontraba, de repente, en la Playa Victoria. El sol del mediodía calentaba la arena, pero no había nadie en la playa. Entonces, las nubes cubrieron el cielo, y la luz clara se tornó gris oscura. El mar calmó su oleaje mientras el viento se detenía.
- Que raro, ¿no?
Lázaro se giró, y vio a Hugo, sentado en su toalla, con su bañador y sus gafas de sol.
- ¿El qué? – preguntó Lázaro sentándose a su lado y sacando un refresco de la neverita.
- La playa. Está vacía. Hace un momento estaba petada, y, en cuanto se tapa el sol, se queda sola. Y aquí estamos nosotros tres solos.
- Es verdad, no me había dado cuenta.
Lázaro rebuscó en su mochila y sacó una camiseta, que la colocó sobre su torso desnudo.
- Es que está refrescando, también – añadió Lázaro.
- Sí, eso sí es verdad.
Corriendo hacia ellos, vieron aproximarse a Ángeles, que corría desde el mar en busca de su toalla.
- Y, hasta dentro de un rato bueno, no pasa el tren.
- En cuanto cumpla dieciocho – dijo Lázaro -, me saco el carné.
Hugo miró a su amigo a los ojos.
- Y yo también.
- Pues, hala, lo hacemos.
- ¿Lo qué vais a hacer? – preguntó Ángeles al llegar junto a ellos.
- Sacarnos el carné en cuanto cumplamos dieciocho tacos – respondió Hugo.
- Ah, muy bien, así me sacáis de paseo todos los días – rió Ángeles.
- Illa, eso ha sonado muy mal – dijo Hugo, haciendo que todos se rieran.
Entonces Hugo se levantó, se vistió y se dirigió al paseo, dejando solos a Lázaro y Ángeles.
La chica sonrió a su amigo.
- Nos esperan momentos duros a partir de ahora – dijo ella.
- Lo sé, pero sé que siempre estaréis a mi lado.
Ángeles sonrió.
- Ahora debes volver.
- ¿A dónde? Yo pertenezco a este lugar, y a vosotros.
- Eso lo sabemos, porque así lo sentimos, pero debes volver porque tienes cosas que dejar en su sitio.
- Sabes que esto es una locura.
- Nunca lo he dudado – respondió Ángeles, mientras empezaba a recoger sus cosas –, pero la vida es un cúmulo de locuras sin solución, y no hay nada que hacer, excepto dejarse llevar en busca de una solución.
- ¿Es eso lo que me recomiendas, que me deje llevar?
- Pero buscando la solución. Esto no va a ser tan fácil, pero tampoco tan difícil.
Ángeles permaneció de pie, inmóvil, mirando a su amigo mientras se disponía a irse, una larga camiseta roja corta cubriendo su bello torso, un corto pantalón verde sus firmes muslos, una cinta blanca recogiendo su lacio y corto pelo castaño.
- Yo ahora me tengo que ir, pero sabes quién estará cerca tuya.
Lázaro se giró al mar mientras su amiga se dirigía al paseo. Aquello estaba totalmente desierto, salvo por él, y una figura que nadaba a lo lejos.
De repente, el cielo se oscureció por la noche y la tormenta que estalló. Lázaro se levantó como un resorte y corrió hacia el mar, a socorrer a la figura que intentaba alcanzar la orilla, pero él mismo se vio absorbido por la vorágine. Intentó alcanzar a la figura para llevarla a la orilla, pero no pudo mantener el control sobre las olas.
Finalmente, fue sacado del agua por aquella figura a la que intentase rescatar. Casi ahogado, le tendió boca arriba, vomitando algo de agua. Cerró los ojos. Respiró profundo. Y abrió los ojos.
La noche había caído sobre la playa. La luna y las estrellas iluminaban el cielo nocturno, tiñendo de plata la arena y el mar.
Se había quedado dormido.
Después de todo, fue un duro día de trabajo cortando leña en el monte, bajó a relajarse, y se quedó dormido.
No había nadie a esas horas en la playa, pero Lázaro consideró que se estaba bastante bien.
Se sentó en la arena, un poco dolorido por la postura y la humedad.
Miró al mar. Al bosque. A la playa. Sintió el sudor reseco sobre su cuerpo, y la arena pegada a su piel, y decidió darse un baño.
Entonces, vio algo moverse en el agua.
Lázaro cogió su hacha, acercándose a la orilla, para ver sorprendido la más hermosa aparición surgiendo del mar.
Una bella mujer, con una larga melena oscura salía de las aguas sin advertir su presencia.
Sólo el reflejo de la luna y las estrellas cubría su húmeda piel.
No fue hasta entonces que supo que alguien la observaba.
Inundada por el miedo, la joven se cubrió como pudo con sus pequeñas manos.
Pero, a pesar de que quien la observaba iba armado con un hacha, no parecía una amenaza.
Más bien parecía asustado.
- ¿Quién eres? – preguntó Lázaro -. Nunca te había visto por aquí.
- Soy… - intentó responder la muchacha -. Me llamo Isabel. Vivo allí, en la montaña.
- Ah… -. Lázaro parecía comprender -. Tú debes ser la bruja.
Contrariada, y sin apartar la mirada del hacha de Lázaro, ni sus manos de su cuerpo, Isabel se dirigió a sus ropas y se cubrió con ellas.
- Sí, supongo – respondió.
- No te imaginaba así.
- ¿Así como?
- Tan… hermosa…
La bruja sonrió, azorada, esperando a que Lázaro se girase para poder vestirse.
- ¿Y quién eres tú?
- Yo… yo soy Lázaro…
Lázaro…
…Lázaro…
La voz le resultaba familiar, pero no la identificaba.
- ¿Quién eres?
No veía nada ni a nadie. De repente, todo desapareció, excepto él.
- Soy Lázaro.
- También yo soy Lázaro.
- ¿Y dónde estás?
- Estoy aquí.
- También yo estoy aquí.
- Tú no puedes estar aquí. No debes estar aquí.
- Y, sin embargo, aquí estoy.
De pronto, un fogonazo de luz.
- Despierta, niño, tus amigos te esperan.
Paco consideraba divertido despertar a su hijo a base de fogonazos de linterna a los ojos cerrados.
Solía funcionar.
Lázaro miró a un lado y a otro cuando cesaron las ráfagas.
- Joder, papá, que sueño más raro…
- Tus amigos están aquí.
- ¿Desde qué hora?
- ¿“Hora”? Son años los que llevan aquí. Desde que te acostaste. ¿Has dormido bien? Te has hecho el remolón, y no ha habido forma de levantarte del catre. Pero ya va siendo hora. Es un día precioso, el sol brilla y hace calor, y no hay nada en el cielo que haga un gramo de sombra. Es un buen día para estar vivo – añadió Paco besando a su hijo en la cabeza -. Y tu gente te espera.
Lázaro se levantó y atravesó la puerta, apareciendo en el salón. Allí estaban Josan, Gica, las estatuas de cera y Laura.
- Hola – saludó Lázaro colgando la chaqueta en el perchero, quitándose el sombrero y sentándose entre la estatua-Isabel y la estatua-Hugo.
- ¿Cómo le ves? – preguntó Josan a Gica.
- Muy bien, creo que lo logrará.
Dicho esto, se levantaron junto con Laura y se dispusieron a salir.
- Suerte – dijo Laura junto con un beso.
- ¿Has dormido bien? – preguntó Isabel.
- Claro que sí, cielo – respondió Lázaro.
- Vaya, por un momento pensé que te habías olvidado de mí. Y si no fuese porque no hay nadie más aquí, diría que no hablabas conmigo.
- ¿Por qué dices eso? – se molestó Lázaro -. Si no hay nadie más aquí es porque ahora mismo no me apetece estar con nadie más.
Isabel bajó la mirada. Apartó el negro velo ante sus ojos para tomar un sorbo de té de la fina taza de porcelana blanca.
- Tenemos que irnos – dijo Isabel -, ya es la hora. Cuanto antes sea, mejor será, pero no me quiero apartar de ti.
- Pero tiene que ser así.
- Lo sé.
- Isa… hazme un favor.
- Dime…
- Dile a Isa que la quiero.
- Lo sé – respondió Isa -. Yo también te quiero.
- Me quieres, pero me dejas solo.
- Te dejo solo porque has de marchar solo.
- Pero mírame, estoy caminando por un desierto y tú no estás a mi lado. Mira. – Lázaro señaló la vasta extensión de arena -. Aquí no hay nadie.
Lázaro se dio cuenta entonces de que hablaba solo.
Y empezaba a oscurecer.
- Pronto hará demasiado frío como para seguir aquí -. Miró a ambos lados. Sólo había arena hasta donde alcanzaba la vista y más allá, varios miles de kilómetros -. A ver si para entonces hemos salido de aquí.
- No creo que podamos – dijo Lázaro.
- Lo sé – respondió Lázaro -, pero tenemos que intentarlo, aunque sea.
- Pero no saldremos de aquí si no mueves los pies, Laza.
- ¿Estás seguro, Lázaro?
- Bastante seguro.
Cuatro pasos después, la noche envolvió a Laza, pero ya daba igual, puesto que había llegado a su barrio. Sacó la llave del bolsillo y entró al portal. Miró el buzón, pero estaba vacío. Subió las escaleras, abrió el portón, y entró en su casa. Soltó el hacha y se tiró en la cama. La sal aún cubría su cuerpo, así que decidió, muy a su pesar, enjuagarse un poco antes de quedarse dormido.
Salió fuera. A esas horas, todos dormían en la aldea, excepto él y ese desconocido junto al pozo. Era como él, sólo que sin barba, y el pelo muy corto. Además, estaba más delgado, y vestía vaqueros y una camiseta de Metallica. Ignorándole, Lázaro se dirigió al pozo, y sacó un cubo con agua.
- ¿Te has perdido? – preguntó al forastero.
- Pues como tú – respondió mientras Lázaro metía su cabeza en el cubo.
Tras derramar el contenido del cubo sobre su piel, Lázaro comprobó que el forastero había desaparecido.
- Espero que encuentres tu camino, y que no te lleve a donde no debe.
Comments (0)
See all