El camino a través del bosque aparecía tenuemente iluminado por la luna y las estrellas. Los árboles dejaban un amplio paso a través de un camino que parecía transitado muy a menudo por carros y caballos. Pero los árboles de un lado parecían alargarse hacia los del otro, como intentando formar una bóveda que cubriera el cielo.
Hasta que cerraron el cielo, convirtiéndose en un pasillo.
La luna y las estrellas dejaron ya de iluminar el paso de Lázaro, hasta que, finalmente, se vio envuelto por la negrura.
Avanzó así, entre tinieblas, esforzándose sus ojos para tomar un mínimo haz de luz que le guiase por el camino.
Y, de pronto, luz.
No sabía de donde venía, pero el débil fulgor disipó la oscuridad en un nimio aunque agradecido triunfo.
Le quemaba.
Algo le quemaba a Lázaro en la piel.
Se miró el brazo, pero no veía allí la causa de la quemazón. Y sin embargo le quemaba. Se cubrió con la mano, y, poco a poco, notaba una pequeña señal luminosa en su brazo. Y el dibujo que formaba era similar a uno de los tatuajes que viera en aquella piel.
Entonces empezó a comprender.
Las marcas del sueño…
¿Acaso no oyó la voz de Josan sin que esta saliese de su garganta? ¿Le ayudaban ahora a ver el camino, los árboles, a ver, en definitiva, a través de la oscuridad?
Y a lo lejos. Allí vio una figura avanzar. Era una mujer. Pequeña, graciosa y de pelo corto.
- ¡Isabel! – la llamó Lázaro. Pero ella se limitó a girarse y a seguir su camino.
Lázaro la alcanzó al trote, y miró sus sonrojadas mejillas.
- Isa…
- Hola, Lázaro, mi cielo. ¿Cómo vas?
- No lo sé. Hace nada estaba muy confuso, pero creo que ahora lo estoy viendo más claro.
- Espero que así sea – contestó Isa tomando del brazo a Lázaro, acercándolo más a él, para evitar rozarse con las zarzas que les acosaban cada vez con más celo -. Sígueme, vamos, sígueme.
- Siempre te he seguido, Isabel – contestó Lázaro -. ¿Es así como saldré de aquí?
- Eso sólo tú lo puedes decidir.
Lázaro no entendía.
- ¿Y cómo voy a tomar esa decisión?
- ¿Es que no lo has comprendido? Esa decisión ya está tomada.
La pareja permaneció en silencio.
- ¿Y qué he decidido? – preguntó Lázaro.
Isabel dibujó en sus labios una triste sonrisa. Bajó la mirada, acariciando sus brazos.
- Muy bien lo sabes.
- ¿Pero qué me estás diciendo? No sé de qué me hablas, y me tratas como si tuviese todas las respuestas cuando sólo tengo preguntas y más preguntas cuyas respuestas sólo me dan más preguntas.
- Y, sin embargo, ya lo ves mucho más claro.
- Ahora dudo que sea así.
- Lo verás mucho más claro cuando encuentres a tus demonios y logres vencerlos.
- ¿Es de eso de lo que se trata, de vencer a unos demonios?
- No te hagas el despistado ahora que te das cuenta de que conocías todas las respuestas.
- Te equivocas, Isa, no conozco todas las respuestas.
- No, no todas, pero sí las más importantes.
- Isa, cielo, cada vez me siento más perdido.
- Bien, eso es que vas por buen camino.
- ¿Buen camino? Mira a tu alrededor. Esto no puede ser bueno. Estas zarzas secas, esta senda de perdición, no dan la idea de un buen camino.
- Veo que no comprendes.
- Claro que no comprendo.
Isabel se arrodillo, y tomó algo que crecía entre las zarzas.
Era una rosa, de brillante color rojo.
Isabel se la tendió a Lázaro. Este la observó. La flor parecía latir en su mano como un corazón. La olió, y su perfume transportó a Lázaro a tiempos lejanos, tiempos más felices, quizás.
- ¿Lo ves? Cuando todo parece perdido, aparece la esperanza. Este es el camino. No es el más fácil, ni el más seguro. Puede que no sea en más adecuado, pero es el único que puedes seguir.
Lázaro levantó la mirada, buscando a Isabel.
Pero ya no estaba.
Así que Lázaro respiró hondo y siguió camino adelante.
Comenzó caminando con cuidado, atento de no dañarse con las cada vez más cercanas zarzas. Pero la impaciencia pronto empezó a empujarle. Pasos cada vez más largos y rápidos le llevaban por el pasaje de espinas.
Empezó a correr. Corría como el viento, sin importarle que el pasillo fuese cada vez más estrecho, y las espinas más afiladas, y la oscuridad más intensa.
Por alguna razón, dejó de ver lo que le rodeaba para ver sólo una luz al final. Llegó a ella, y atravesó el portal.
- ¡Por fin llegas! – dijo Alfonso -. Siempre tienes que llegar tarde…
Lázaro se encogió de hombros y pasó al salón de Tato, donde ya estaban todos sus amigos.
- ¿Y el Tato? – preguntó Lázaro -. Luego decís de mí… y eso que quedamos en su casa.
- Se está afeitando.
- Ya…
Lázaro se sentó en el sofá entre el Pera y Alfonso.
Al parecer, los padres de Tato habían salido esa noche, llevándose consigo a la linda Carmen, la hermana de Tato.
El Pera, Alfonso, Antonio y Vicente esperaban junto a Lázaro a que el Tato acabase quitarse esos cuatro pelos que desafiaban su lampiñez.
- ¿A qué hora hemos quedado con Hugo? – pregunto Lázaro.
- A menos cuarto donde siempre – respondió el Pera, cambiando de canal sin cesar.
- ¿Te quieres quedar quieto? – saltó Alfonso -. Me estás mareando.
- Oye, esta noche no os pensaréis recoger muy tarde, ¿no? – preguntó el Pera, ignorando a Alfonso.
- ¿Por qué?
- Es que ando un poco escaso de efectivo…
- ¡Miralo! – exclamó Tato, apareciendo con un corte en la barbilla.
“Catalán tenía que ser”, pensó Lázaro.
- ¡Catalán tenía que ser! – exclamó Tato.
Lázaro levantó la ceja.
Todo era tal y como lo recordara. No era la primera vez en sus diecisiete años que tenía un deja vú.
- Jeje… - rió Lázaro.
- ¿Qué te pasa?
“Un fallo de Matrix”.
- Nada, un pequeño deja vú.
- Un fallo de Matrix – dijo el Pera riendo.
La ceja de Lázaro volvió a levantarse.
- Venga, vámonos – decía Tato empujando a sus amigos a la puerta -. Apaga la tele, Alfonso, que todavía no hay porno, Lázaro, la luz, venga, venga, venga...
- Tengo que ir a mear – dijo el Pera.
- No, no tienes, venga, que hay prisa, coño, que esta noche va a caer Susi.
- ¡Aro, joé! – exclamó Lázaro.
- Que sí, y Nuria contigo.
- ¡¡Jaja!! – exclamó sarcástico Lázaro -. ¡Qué gracioso me parto la polla tío!
- ¿Por qué te pones así? – preguntó Tato cerrando con llave la puerta.
- Joder, tío, que tú sabes que a mí Nuria me gusta y que tiene novio.
- No, no tiene.
Lázaro calló. Tato empezó a bajar las escaleras.
- ¿Cómo que no tiene? – preguntó Lázaro.
- Que no, que cortaron a la semana o así de salir.
- ¿Quién te lo ha dicho?
- ¿Quién va a ser? Rocío – contestó Tato mientras bajaba por las escaleras.
- Pues no me ha dicho nada.
- Pues me extraña.
Lázaro se quedó clavado en el sitio, mientras Tato seguía bajando.
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