18 años Después.
Es un día de celebración en el poderoso reino De Asturias, En una humilde choza se observa un leve humo por la chimenea, a su vez una joven blanca y de largos cabellos rojizos mete panes de trigo en una caldera vieja y rota.
El frío se nota en su respiración y prepara un poco de Té de hierbas medicinales para una anciana postrada en una destartalada cama.
-Aquí tienes abuela... ¿te sientes bien?-La joven le da cariñosamente un viejo pote de arcilla.
La anciana mujer de ojos caídos tose un poco antes de tomar el preparado.
- Siento que ha llegado mi hora... - la chica para en seco lo que está haciendo.
Visiblemente nerviosa por lo que ha oído trata de disimular que no pasa nada.
-Pero de qué hablas abuela, tomate todo el té mientras está caliente...iré a buscar más leña, ya regreso-
Se abriga muy bien con ropones desgastados y sale al bosque de los alrededores, unas vagas lágrimas ruedan por sus mejillas mismas que limpia con brusquedad.
-Tonta...no pasa nada- aprieta ambas manos buscando calor.
- Ah¡¡ aquí hay unas leñas -levanta tres escasas ramas.
-esto no alcanza para nada, Ni que hacerle tendré que alejarme mas esta vez-
La chica camina dejando sus huellas en la nieve y el viento mueve ligeramente su larga cabellera roja.
La pobreza en el reino De Asturias es la misma que la de todos los reinos próximos, el país pasa por un oscuro tiempo de muerte y enfermedades, no hay trabajo y los soberanos solo se limitan a quitarles a los pobres lo poco que cosechan y hacen fiestas sin sentido.
Arthiel amarra su largo cabello rojizo en una trenza, Algo menudita de tamaño y delgada, es una muchacha que de no ser por su modesta apariencia destacaría mas de las que rondan el lugar.
Ha sido criada por su abuela; huérfana de padres y sin hermanos ni familia, juntas han podido salir adelante como han podido. La abuela siempre cariñosa y trabajadora. Se encargaba de traer al mundo a los niños de las mujeres de la zona desde hace ya varios años, Pero la edad de esta ya es tan avanzada como para ignorar lo que es inevitable.
Arthiel trabajó con el herrero del pueblo desde que tiene memoria, Observaba llegar a los escuderos por encargos de asombrosas espadas y armaduras muy bien elaboradas por el herrero y su hijo.
El herrero le enseñó todo lo que sabía y su hijo Alfred un aficionado a las batallas le enseñaba en sus ratos libres a ponerse en guardia y luchar, como todo un "caballero"
Alfred había sido siempre su gran amor, un muchacho un poco mayor que ella, con cabello castaño, ojos verdes y una sonrisa fresca.
Sus ojos miel brillaban de emoción cada vez que lo escuchaba soñar despierto con batallas y princesas que rescataba como en los cuentos.
-Arthy, si no fueras tan varonil pasarías por princesa- le decía.
-Entonces soy algo así como "¿tu mejor amigo?"-decía ella entre risas.
-Si...de cierto lo eres...así que ahora serás..."Arthur el grande".-
Ambos ríen mientras corrinchean por todos lados.*
El recuerdo le hace suspirar Mientras camina por el denso y oscuro bosque y una sonrisa se le figura en la comisura de los labios mientras un sonrojo se asoma a la vez.
Está tan distraída recogiendo leña no se percata del peligro cercano, hasta que se encuentra cara a cara con este.
El silencio del bosque la despierta de sus vagos pensamientos; Una manada de lobos salvajes la rodea peligrosamente cuando ella se percata ya es demasiado tarde.
Los aullidos la sacan de sus pensamientos. siente que la piel se le eriza y el miedo que la paraliza. mira todos lados y entre la espesa arboleda vislumbra unos ojos brillantes y unos rugidos.
Trata de evitar el ataque poniendo sus brazos cubriéndose la cara cuando de pronto se escucha el lloriqueo de uno de los lobos.
Alfred llega galopando a toda velocidad hasta ponerse delante suyo, con un arco y flechas y el cual traspasó el corazón de dicho lobo.
El caballo en el cual está montado relincho lo suficientemente fuerte para que los demás lobos salgan huyendo, se acerca a ella quien está de rodillas en el suelo y totalmente en shock.
-¿Estás bien?- ella afirma con la cabeza, El solo alcanza a abrazarla fuertemente y como pueden llevan las pocas ramas que Arthiel había levantado.
-¿Cómo se te ocurre ir por ese lado del bosque completamente sola?... ¿Quieres morir?-
-Yo...mi abuela tenía frío y....-el chico levanta la barbilla de la chica.
-Tendrías que haberme llamado...pudiste morir... ¿acaso no piensas en tu abuela?... ¿acaso no piensas en mi?- ella le mira asombrada y este la mira fijamente demostrando su verdadera preocupación para luego abrazarla bruscamente; ella también lo abraza y llora sacando ese miedo que hace momentos atrás la había invadido.
Una vez en la cabaña El le prepara un té y se lo da a la chica quien está un poco cabizbaja y temblorosa.
El ambiente se torna más tranquilo después de eso... ambos miran el escaso fuego de la vieja chimenea en silencio, solo un tiempo más tarde la abuela duerme profundamente en el cuarto de la choza, pues optaron no comentarle nada de lo sucedido y se encaminan hacia la puerta para despedirse.
-Bien ya es hora de irme, mi padre estará preocupado- el chico pone su arco alrededor de su cuello.
- Alfred... - El chico la mira- Y... ¿cómo es que diste conmigo?- el chico la mira sonriendo cálidamente.
-¿Quieres saber la verdad?- ella abre los ojos muy grandes de curiosidad.
- Me lo dijo mi corazón- la chica se sonroja y apenada mira hacia la chimenea tratando de ocultarlo.
El chico suelta un sonrisa divertida y este le molesta un poco por el hecho.
-Ya...ya está bien...mi padre les mando unos panes y unos quesos, así que al llegar y no encontrarte imaginé que habías ido al bosque por leña; al no dar tan fácil contigo tuve el presentimiento de que estabas en los alrededores peligrosos-
Ella baja la mirada pensativa.
-Pero oye¡¡...tuve suerte de encontrarte a tiempo...sino; ya serias solo una mata de cabello rojizo y desaliñado en la nieve... -el chico sigue riendo mientras le revuelve el cabello en juego dejándola toda despeinada.
-Bien...ahora sí, ya debo irme.- El chico está a punto de salir cuando de la nada una fuerte lluvia cae, es tan recia que es imposible ver el camino a lo lejos y el frío lo complicaba todo.
-Parece que no podré irme por el momento-dice mirando la lluvia caer.
-Si quieres...- se cubre el rostro intentando no mostrar vergüenza - puedes...quedarte aquí-
-mira a otra dirección tratando de disimular que está roja como un tomate.
-¿Quieres que me quede?-dice el chico apenas audiblemente.
-Yo...yo no....es decir, está muy fuerte la lluvia y...no quisiera que te enfermaras, es solo...ya sabes...para agradecerte que me salvaras hace un rato-
Alfred sonríe divertido por la escena.
-No tienes que ponerte nerviosa...solo dime qué quieres que me quede contigo y lo hare.-
La chica está a punto de reclamar cuando sorpresivamente el chico se acerca y la besa tiernamente.
Arthiel se congela con esto y su corazón parece detenerse también, el primer beso que recibe es cálido y tierno.
Al alejarse de ella ambos se miran y ella completamente sonrojada mira el suelo.
-Yo...Es otra de...de tus ¿bromas?- se estruje la roída falda del nerviosismo.
-Te quiero- dice de pronto Alfred y se acerca de nuevo a ella.
- Pienso pedirle tu mano a tu abuela en cuanto se mejore, ya le he dicho a mi padre, está feliz con la idea-
Un sentimiento de máxima alegría invade por completo su ser.
No sabe qué hacer o decir pero termina haciendo lo que cualquier chica completamente enamorada. Sonríe loca de felicidad y lo abraza con todas sus fuerzas.
-Pero... ¿Desde cuándo tu...?- el chico sonríe.
-Tonta... Desde siempre, claro está- la toma de la cintura.
-Pe...pero...yo...nunca te he dicho lo que yo...he sentido, ¡Nunca¡-
-Bueno, digamos que lo presentía. Es eso...o eras muy obvia...- ríe furtivamente.
La chica hace un ligero puchero mientras él la abraza una vez más.
-y ¿Entonces?... ¿Te casaras conmigo?-la chica sonríe y se mira dentro de esos ojos verdes que tanto ama.
-Si...-
Alfred la abraza de igual manera y una ráfaga de aire apaga repentinamente las tres velas que medio alumbran el lugar.
Al estar en la oscuridad y abrazados, Alfred la besa una vez mas y esta vez el beso es más profundo.
Lentamente se recuestan en las colchas gruesas que están en el piso y que hacen de cama de Arthiel besándose más íntimamente.
Ella trata de detener sus caricias que ya van por su muslo.
-No...mejor esperamos...- dice queditamente.
-¿Esperar?...Ya espere suficiente, te amo...y serás mi mujer para siempre como en los cuentos de hadas- un beso sella esa promesa mientras las caricias llegan hasta el fondo de su corazón.
Y fue así que aquella noche fría En un pequeño cuarto de la casita, Arthiel se hizo mujer de su mejor amigo, primer y único amor.*
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