¡NO!, ¡NO!, ¡No esto no es posible!...
Las lágrimas resbalaban por mis mejillas al sentir el intermitente dolor de un pinchazo en mi pecho, más bien, justo en mi corazón.
¿Cómo es posible que me haya hecho esto?...
Inevitablemente mi torturada cabeza volvió a repetir ese momento en el que todo se había perdido para mí...
—¡Spyro! —grité a los cuatro vientos pero no obtuve respuesta.
¿A dónde había ido?, se supone que me había dicho que lo viera aquí para una sorpresa.
Escudriñé el valle con la mirada en busca de esa mancha púrpura de ojos alegres y sonrisa encantadora; sentí mis mejillas arder al tiempo que mi corazón se aceleró, golpeteando velozmente contra mi pecho. Sabía que esa clase de reacciones no eran nuevas en mí...en especial después de haberle gritado mis sentimientos en el fin del mundo a Spyro, pero aun así, la sensación era un tanto desconcertante. Ahora no podía siquiera verlo de reojo sin que mi corazón doliera un instante para después comenzar a latir rápidamente.
Inevitablemente pensé en todas las veces en que nuestras miradas se cruzaban de sorpresa, algunas veces simplemente nos sonreíamos y después mirábamos a otro lado, pero había ocasiones en que nos sosteníamos la mirada por unos largos segundos en los que no podía evitar pensar que teníamos una especie de "momento romántico" entre nosotros.
Miré el cielo con una sonrisa involuntaria que apareció en mis labios, no podía evitar sentirme emocionada cada vez que si quiera cruzábamos la mirada.
—..Spyro... —escuché su nombre en un tono un tanto meloso y juguetón.
¿Ember?, ¿Qué está haciendo con Spyro?.
Caminé hasta unos arbustos, pues el sonido provenía de ahí.
—¿Spyro, estás aquí? —pregunté cuando logré atravesar esa pequeña barrera.
Mis ojos se abrieron de la impresión al tiempo que el mundo dejó de girar por esos breves instantes. Ante mis ojos estaba Spyro sobre Ember, besándose muy apasionadamente sin ningún tipo de retención, parecía que ambos disfrutaban mucho de lo que hacían, pues ella gemía entre el beso. Pasaron un par de segundos más hasta que ambos se dieron cuenta de mi presencia.
—¡Cynder! —gritó Spyro asustado separándose de Ember mientras ella me sonreía triunfante.
—Spyro... ¿Que hacías con ella? —fue lo único que salió de mi boca.
Mi mente aún no había hecho conexión con lo que estaba viendo como para formular alguna pregunta coherente, o como para sentir algo que no fuera el shock de impresión.
—¿Spyro, acaso aún no le has dicho lo nuestro? —preguntó Ember levantándose del suelo mientras con su cara acariciaba la curvatura de su cuello.
En ese instante todo tuvo sentido. El tiempo volvió a su curso haciéndome liberar el aire que sin saber estaba reteniendo en mi pecho. De la nada sentí un pinchazo en mi corazón, como una especie de estaca clavada muy a fondo y que lentamente me iba desgarrando, haciendo brotar una especie de veneno amargo que me estaba matando.
—Spyro... creí que tu y yo... —hablé en voz baja, pues el dolor había producido un nudo en mi garganta que se negaba a dejar salir las lágrimas debajo de mis ojos listas para descender.
—¿Creíste que ambos tenían algo especial? —interrumpió Ember haciéndome mirar como ella caminaba tranquilamente hasta mí—, ¿No lo sabías verdad?, Spyro, volvió hasta aquí sólo por mí, porque ambos estamos destinados a ser una pareja, tu sólo eres una muy buena amiga que él hizo a lo largo de su viaje pero... ¿Enserio creías que él podría llegar a amar a una bestia como tú que fue dominada por, Malefor, y que además le causó mucho daño al permitir que, Ignitus, muriera? —terminó su discurso con una sonrisa satisfactoria.
Bajé mi mirada viendo como las lágrimas caían hacia el suelo sin poder creer todo lo que había escuchado.
No...eso no es cierto yo...¡Yo no quería hacerlo!, ¡Él me obligó a seguir sus órdenes!, ¡Él me corrompió para que adorara la maldad y le sirviera ciegamente!.
—¡Eso no fue mi culpa! —rugí en alto enfocando mi mirada en la de ella con determinación.
—¿Ah no?, ¿Tu qué piensas cariño? —le preguntó a Spyro mientras caminaba hasta él, dedicándole una encantadora mirada.
—Yo... —detuvo sus palabras mirando a Ember, parecía como si tuviera una lucha interna consigo mismo—, yo no puedo amar a una sirvienta de, Malefor... —sentenció con su mirada en la mía.
Mis ojos se abrieron de la sorpresa y mi corazón sintió un fuerte golpe al escuchar sus palabras, en el fondo tenía la vaga esperanza de que él contradijera las palabras de Ember, que me defendiera y me apoyara...pero al final había terminado apuñalándome por la espalda.
Sin saber en qué más pensar, di un salto al aire y batí velozmente mis alas alejándome de ahí con mi corazón roto.
Y por eso ahora me encontraba en esta cueva; tirada en la entrada, cubriendo mi rostro con mis patas delanteras sin ninguna esperanza de seguir viviendo, lamentándome por lo estúpida que fui al enamorarme de ese dragón purpura que siempre perteneció a esa irritante y molesta bola rosada, mientras sentía como mi corazón se desmoronaba pedazo a pedazo bajo mi pecho.
—Se burló de nosotras... —me asusté al escuchar esa voz.
—¿Quién eres? —pregunté con algo de temor mientras miraba en todas direcciones pero por más que quería ver a la poseedora de esa voz no lo graba hacerlo.
—Vamos, Cynder, me conoces desde cachorra... —comentó burlonamente la voz femenina.
Mi mirada se endureció al tiempo que chasqueaba la lengua, ya sabía quién era, nada más y nada menos que mi lado oscuro.
—No estoy de humor hoy, vete —respondí cortante mientras me sentaba.
—Vamos, Cynder, ambas sabemos lo que queremos...hay que vengarnos de él...
—¿De quién? —cuestioné limpiando mis lágrimas con una de mis patas.
—De ese dragón purpura que nos rompió el corazón...
Mis ojos se abrieron de golpe al tiempo que a mi mente llegaba el fugaz recuerdo de verlo a él con Ember. Rechiné mis dientes ante el enojo y la impotencia que me consumían al ser incapaz de hacer algo por si quiera tener una pequeña oportunidad de desquitarme con esa maldita dragona rosa.
—¿Y si nos vengamos? —propuso mi lado oscuro.
—¿Vengarnos?, no puedo caer tan bajo, él me dejó muy en claro que la prefería a ella —dije manteniendo mi dignidad en alto pero, sin pensarlo, en mi argumento me había llevado a mi corazón entre las patas.
—Tal vez no vengarnos contra ella pero... ¿Contra él?, él fue el que nos rechazó... ¿Qué te parece darle un dolor igual al nuestro? —volvió a proponer.
¿Un dolor igual al nuestro?, Spyro no se merece eso, él es un dragón bueno, amable y generoso pero...también es un dragón que prefirió darme esperanzas de que podríamos ser algo y que no le importó que lo descubriera con ella...
—¿Y aún te preguntas quién dará el golpe bajo?, por los cielos así estaríamos a mano.
—Tienes razón...así él sentiría lo mismo que yo...pero no puedo —negué rotundamente y me levanté caminando hasta la entrada de la cueva, detallando con mi vista como el cielo se había oscurecido al igual que las gotas de lluvia caían intermitentemente—, incluso si él no me quiere... no puedo dañar al dragón que me ayudó a liberarme de las garras de, Malefor... muy a mi pesar —sentencié.
—¿Pero qué dices de darle una pequeña lección a esa pequeña lagartija rosada?, vamos, que lo de hoy no puede quedar así, ¿Cómo se atrevió a burlarse de nosotras?.
A mi mente llegó de golpe como sonreía y me miraba con la cara muy en alto, siempre con esa altivez y egocentrismo que solía sentir por sí misma la masa rosada.
—¿Por qué no? —dije finalmente con una sonrisa en mis labios.
—Perfecto.
Lentamente comencé a sentir como un escalofrío recorría mi espina dorsal, mis ojos se cerraron y de la nada todo fue oscuridad. Mi cuerpo se sentía diferente, como si una extraña energía se apoderada de él. Al abrir mis ojos me di cuenta de que ahora mi único pensamiento era la venganza.
—Vamos... se hace tarde para la diversión.
Mis alas se plegaron a mis costados y de un salto salí de la cueva. Cerré mis ojos disfrutando de la sensación de caer, el aire golpeando contra mi cuerpo y las gotas empapándome en el proceso. Justo cuando creí que ya había pasado suficiente tiempo abrí mis ojos y desplegué mis alas, elevándome al instante. Era revitalizante la sensación emocionante que embargaba mi cuerpo, podía oler la libertad a cada batir de mis alas, esa alegría de remontar los vientos sin miramiento y de poder sentirme en pleno éxtasis de liberación.
—Esto sólo hace que sea aún más emocionante la visita a la lagartija rosada —acompañé mi comentario de una risa, para después, comenzar a volar hacia el valle dónde los había visto a ellos dos por última vez.
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