—Érase una vez, una sirena que vivía feliz en el fondo del mar, pues era la hija más joven del rey tritón. Ella era cuidada por su abuelita, quien le contaba historias de la superficie, por lo que la sirena estaba fascinada por el mundo humano.
Un día, la sirena salvó a un príncipe de morir ahogado y se enamoró perdidamente de él. Así que acudió a la guarida de la bruja del mar para que le concediera piernas humanas, pero el hechizo tenía un precio: la sirenita perdería su hermosa voz y sentiría un dolor constante en cada paso que diese. Aun así, la sirena aceptó el trato y se convirtió en humana.
Sin embargo, el príncipe se enamoró de otra princesa y la sirenita quedó devastada. Pero, sus hermanas le ofrecieron un cuchillo mágico que le permitiría recuperar su cola de pez si asesinaba al príncipe. A pesar de todo, su amor por él era más grande. La sirena se negó a matarlo y, en cambio, se arrojó al mar, donde se convirtió en espuma.
—¡¿Pero por qué hizo eso?! Yo no me quedaría con alguien que no me quiere, mucho menos moriría por él o ella — exclamó Song. Escuchaba por primera vez el cuento en voz de su papá, el Rey Cire de Themnarq, y el final realmente lo había hecho enojar.
El monarca sonrió cansadamente y respondió: —Todos hemos hecho locuras por amor. Ya llegará el momento en que lo entenderás.
Pero el niño de cuatro años era de esos que cuestionan todo: —¡¿Y por qué un príncipe humano?! ¿Acaso en el mar no había también príncipes para la sirenita? ¿Y por qué el rey tritón no hizo nada para recuperar a su hija? ¿Y las hermanas no podrían haber matado al príncipe para devolverle a la sirenita su cola? ¿Acaso todos ellos no la amaban, o por qué no hicieron nada entonces?
El rey suspiró y empujó suavemente al pequeño para que se acostara en la cama, aunque para su tamaño, quedaba casi solo sobre la almohada. Había tenido un día muy largo y no quería desquitarse con su hijo.
—Es un cuento solamente, no todo lo que pasa en los cuentos tiene sentido.
—¡Pero hay cuentos que fueron reales! ¡Ahara me contó muchos cuentos que fueron reales, como el del príncipe selkie o el de la guerrera sin nombre!
—Pero este no sucedió en la realidad. Cálmate, ya es hora de dormir. Buenas noches — contestó Cire antes de levantarse de la silla junto a la cama de Song y salir de la habitación.
El pequeño príncipe se sintió doblemente frustrado, pero sabía que no le harían caso al ser hora de dormir, así que sólo pudo abrazar su almohada para sollozar menos fuerte. Mientras las lágrimas caían por sus mejillas, Song se preguntaba por qué alguien estaría dispuesto a sacrificarlo todo por alguien que no siente lo mismo por ellos. No podía entender que el amor pudiera llevar a tomar decisiones tan desesperadas. Para él, el amor debería ser algo hermoso y lleno de alegría, no algo que cause dolor y sufrimiento.
A medida que sus sollozos se iban calmando, Song decidió que él investigaría si había sucedido en verdad ese cuento, y cuando fuera mayor, castigaría a todos los que habían hecho daño a la sirenita. Aunque primero tendría que aprender a nadar, ya que había muchos personajes en el mar y no quería ahogarse. Con ese firme pensamiento, pude dormir finalmente.
A la mañana siguiente, Song se levantó muy decidido a iniciar su investigación, y corrió a buscar a su amiga Ahara, la bibliotecaria del castillo y mamá de su amigo de 5 años, Ikkena. Pero cuando llegó a la biblioteca, encontró que muchos adultos estaban a las puertas, conmocionados y nerviosos. Entre ellos, su mamá, Leira, la reina muda, quien al ver cómo llegaba corriendo, lo alzó en brazos, impidiendo que cruzara el umbral y llevándolo al jardín.
Song no entendía qué rayos sucedía, hasta que después del desayuno, Ikkena lo encontró y lloró: —Mi mamá ya no va a venir a casa, se fue al cielo.
Lógicamente, el pequeño príncipe lloró también y abrazó a su amigo. Ambos extrañaban desde esa mañana la dulce compañía de la joven morena que les contaba historias. Y para colmo, Song ya no podría preguntarle si la historia de la sirenita había sucedido en verdad.
El pequeño príncipe sintió que no era apropiado preguntar a Ikkena si acaso él sabía sobre esa historia, así que se mantuvo callado al respecto por varios días, hasta que una mañana el propio Ikkena le dijo: —Seré el próximo bibliotecario, así que tengo que comenzando a estudiar y ya no tendremos tiempo para jugar. Pero quiero aprender cuáles historias son reales y cuáles no, para continuar con el trabajo de mi mamá y ayudar a la gente así.
Song pensó por un momento y respondió emocionado: —¡Ikkena, eso es genial! ¿Y entonces, me ayudarías a investigar sobre una historia? No sé si es real, pero si sí lo es tengo mucho qué hacer al respecto.
El otro niño ascendiendo, y el pequeño príncipe le relató el cuento de la sirenita.
Ese día, con demasiada solemnidad para la que los adultos creían posible en ellos, Ikkena hizo un juramento para Song: descubriría la veracidad de cada historia que él le pidiera, y de esta manera honraría a su mamá, al mismo tiempo.
Cuatro años, cinco años, seis años... quince años hasta que llegó el momento de cumplir ese juramento.
Song es el príncipe de Themnarq. Desde pequeño está obsesionado con el mar y las sirenas, sobre todo con la triste historia de una sirenita que tal vez conoce mejor de lo que cree.
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