Mi nombre es Tantalius, y pertenezco a la raza humana, la especie que gobierna la tierra de Asroa y estableció el Imperio del metal, originado hace 700 años de la mano de Dáelus el Artista del Metal y Tálema, la Tejedora Férrica. Se dice que la pareja era, no solo capaz de llevar a cabo las más grandes hazañas artísticas con el metal, sino también arquitectónicas y mecánicas entre tantas otras. Compartieron sus conocimientos y habilidades con el resto de humanos, logrando así una expansión rápida y el comienzo de la construcción del la Ciudadela en unos pocos años. Tras su muerte, las lecciones aprendidas evolucionaron y abrieron nuevas ramas del uso de los metales, creando así el mundo al que pertenezco.
Crecí en las altas torres plateadas de la Ciudadela del Metal y pasé gran parte de mi infancia observando y admirando a los ángeles metálicos, la élite del ejército del Imperio y defensores de la paz y la justicia, desde los caminos y las plazas que unían las torres en sus diferentes niveles, dejando que el viento mi pelo castaño y mis ropas, que a pesar de estar tejidas con fibras metálicas, eran ligeras y cálidas. A mis ojos ellos eran bellos, poderosos y gráciles.
El tiempo pasaba, pero mi veneración hacia ellos y mi sueño de unirme a sus filas no decrecieron. Todo lo contrario.
Una vez terminados mis estudios y habiendo alcanzado una determinada edad, ingresé en el ejército con un buen puesto gracias a mi esfuerzo académico, pero para mí no era suficiente. Cuando tuve la oportunidad, me presenté a los exámenes para entrar en el cuerpo de los ángeles metálicos
Me sentía eufórico cuando logré superar las pruebas, y el día en el que me puse la armadura y las alas fueron conectadas por primera vez a mi columna, estaba pletórico. También estaba sorprendido de lo ligera que eran ambas, sobre todo las alas. Esto se debía a que estaban hechas de una aleación de varios elementos metálicos que les confería una gran resistencia a la par que ligereza, sobre todo en las alas, donde la reducción de peso era vital para poder volar.
Ese día me convertí en un miembro de la vanguardia por la paz, o eso pensaba yo en mi ignorancia.
Durante mi primera etapa como ángel metálico estaba henchido de orgullo. Defendía a mi imperio y sus habitantes, tanto humanos como no humanos, de todo lo que se consideraba una amenaza, como el ejército rebelde, descrito por la propaganda como “una panda desordenada y caótica de anarquistas que quieren destruir el imperio que les ha protegido, cuidado y enseñado”.
Las dudas empezaron a atormentarme poco después.
Comments (0)
See all