La taberna estaba atestada y la chimenea rugía fuerte. En su mayoría eran galgos, con algún braco o pointer aislado. Todos cazadores. Era normal a esa hora; la mayoría de las partidas de caza diurnas volvían de su jornada mientras que las nocturnas se preparaban para salir. Nica entró y descendió las escaleras hacia las mesas como si fuese su propia casa, y fue esquivando cada silla mientras veía a que se dedicaba cada integrante: dados, cartas, bebidas… lo típico. Cuando llegó a la barra, un viejo galgo tuerto y cojo le hizo un gesto con la cabeza, Nica puso sobre la mesa un mechón de pelo blanco, extremadamente suave para ser cualquier presa normal. El camarero sonrió y lo recogió, lo llevó a una esquina del local donde un sabueso también bastante mayor se encontraba inmerso en un sinfín de papeleo y números a la luz de una tenue vela. El sabueso olió el trozo de pelo y asintió mientras miraba al galgo. Una enorme pizarra se encontraba al lado de la estantería con las bebidas. Mostraba una infinidad de nombres y cuadrantes. A simple vista parecía un caos pero todo se encontraba bastante bien organizado: partidas de caza con sus respectivos cazadores, presas, fechas, recompensas, mecenas y… rastreadores. Entre estos últimos se encontraba un nombre: La Mestiza. El galgo tachó la sección correspondiente y se agachó para abrir una pequeña caja fuerte de donde fue contando un grupo de monedas que introdujo en una bolsa de cuero. Se dirigió a Nica y se la cedió mientras se lo agradecía, Nica iba a devolver el agradecimiento cuando un joven galgo la empujó de su sitio haciendo volar parte de las monedas.
- Aparta, Mestiza – El abusón se regodeaba con su tropa mientras estos reían – Deja sitio a los canes de verdad.
En circunstancias normales Nica no habría dudado ni un segundo en propinarle un puñetazo, sin embargo, se encontraba en una taberna de galgos. Los galgos son una raza extremadamente orgullosa y con un compañerismo entre los suyos que dejaba que desear a cualquier otra raza. Nica ya había visto en más de una ocasión donde dos galgos se enzarzaban a navajazos y un tercer perro ajeno de otra raza insultaba a alguno de ellos en pleno fragor de la pelea para ver como estos dejaban aparte su disputa y dirigían sus armas contra aquel que osó ofender verbalmente a uno de los suyos. Nica simplemente se resignó y busco la moneda que se había caído. Estaba cansada, así que pidió una cerveza en el poco hueco que quedaba en la barra.
Cuando un último grupo de cánidos entró al local, el reloj sonó marcando los últimos 30 minutos antes de las siguientes partidas de caza. En ese momento, tanto el barman como el registrador se miraron y asintieron. El sabueso fue olfateando de mesa en mesa a todo ser viviente; estaba buscando a algo o alguien. Cuando acabó, le hizo una señal de negación a su compañero desde la puerta y comenzó a cerrarla con todos sus pestillos. Ningún integrante de la posada mostró interés alguno en los gestos del viejo rastreador, ni siquiera se inmutaron. Nica simplemente se acomodó en la barra mientras bebía su cerveza fría. No era la primera que veía esto.
- ¡Hermanos! ¡Ha llegado la hora de que nos alcemos! – comunicaba un galgo joven junto a la puerta dirigiéndose a todos los clientes - ¿Qué ha sido del honor de los galgos? ¿Qué ha sido de nuestras antiguas costumbres? Sólo somos marionetas en manos de la burguesía, simples servidores a los pies de quienes tienen dinero. ¡Es hora de cambiar nuestro mundo!
La taberna se revolvió en su mayoría. Muchos gritos, comentarios, insultos, trozos de comida lanzados al orador… No era la primera vez que escuchaban algo así y estaban ya aburridos de la misma trola inspiradora sin ningún fin. “¿Tú vas a dar de comer a nuestros hijos con esa palabrería?”,” ¿No has visto a los galgos colgados a las puertas de la ciudad?”, “Deja de decir tonterías y consigue un oficio digno de tu raza” Eran los comentarios más sonados entre toda multitud.
- Lo siento hermanos si anteriormente os hemos fallado- intentaba replicar como pudo. Tanto Nica como el sabueso olfatearon y alzaron la cabeza - pero estaba vez si será la definitiva. En el norte, se están convocando todos los antiguos clanes al servicio de una salvadora: Guin… - el orador fue interrumpido.
Alguien llamó a la puerta fuertemente. Todos intentaron volver a la normalidad. Volvieron a llamar esta vez más fuerte. El dueño del bar, el viejo galgo cojo, corrió todo lo que sus piernas pudieron para abrir. No eran cazadores. Ante él se disponía un gran cruce pitbull seguido de un pequeño pomerania y otro cruce de pitbull. “Esto se pone interesante” pensó Nica. Los cruces de aquella raza de combate eran reclutados como guardaespaldas o mercenarios, aquel pequeño perro no pertenecía al gobierno. Era un burgués con mucho dinero. Los escoltas volvieron a cerrar la puerta y se pusieron tras el pomerania, con las manos apoyadas en las grandes mazas de su cinto.
- Señores cazadores, ando buscando a todos los rastreadores de la zona - El pequeño can se aclaró la voz – Tenemos el rastro de una presa sin precedentes. Algo único por lo que muchos estaríamos dispuestos a pagar una gran suma. Olvidaos de los conejos albinos o los venados de grandes cornamentas. Esta vez tenemos algo sin parangón. ¿Alguno de vosotros conoce a un rastreador que se precie?
Todos guardaron silencio, incluido Nica. Ella ya había trabajado anteriormente con este tipo de canes. Pagaban tarde, la mitad de lo que anunciaban y siempre tenía que hacer algún trabajo de más que solía implicar algún riesgo innecesario como arrancarle un colmillo a un jabalí vivo, en conclusión, no le interesaba la oferta. Sus compañeros cazadores tampoco querían perder a Nica, era parte de la familia para muchos y cumplía con creces su cometido
- Vaya, vaya, veo que no sois colaborativos. Galgos, tan tontos como siempre. ¿Acaso creéis que no sé qué se están llevando reuniones ilegales en este lugar de mala muerte? – hizo un gesto a uno de los guardias.
El cruce de pitbull se acercó al primer can que vio y lo agarró por el pescuezo. La mala suerte cayó sobre el orador que se retorcía de dolor mientras era zarandeado impasiblemente. Todos los galgos se levantaron de la mesa al unísono portando desde cuchillos a puntas de flecha en mano.
- No os conviene hacer ninguna tontería – presumía el pomerania sin miedo alguno – O sale el nombre y localización del rastreador del lugar o me cargo a este y a los que vaya pillando hasta quedarme solo. No sois más útiles que la mierda de estos chuchos que tengo a mi espalda. Y si veo algún signo de mínima agresión, os aseguro que convierto todas estas praderas en granjas y os quedáis sin nada que llevaros a la boca hasta lo que os quede.
El aire era denso, la tensión en todo el lugar era pesado. Los galgos sabían que aun siendo de raza pura, estaban en la cadena más baja de la jerarquía y que las palabras de aquel mínimo perro eran suficiente para condenar a todas las familias del lugar.
- ¡Eh, tú! Deja las amenazas para los tuyos, aquí tienes a una rastreadora – Nica se incorporó.
Los mestizos son considerados el eslabón más bajo de la sociedad canina. Cada raza nace con un propósito, un oficio, un destino. Desde que nacen son instruidos para tal, no sólo porque la naturaleza les haya otorgado facilidades físicas o incluso mentales para desarrollar tales labores, sino porque su propia manada le instruirá y rechazará cualquier actividad ajena. Si bien es cierto que con el avance tecnológico más de una raza se adaptó a nuevos trabajos que fueron surgiendo, así como razas que pudieron desempeñar más de uno. De esta forma la sociedad canina avanza de tal forma que cada can tiene su profesión que le suple y ayuda a toda su comunidad. Por ello, los mestizos, es decir, el cruce entre perros de diferentes razas suele dar híbridos que no son tan especializados, siendo repudiados por el resto de la sociedad como incompetentes. Estos perros no sólo tienen mayor dificultad a la hora de buscarse la vida, sino que, además, cuando alcanzan la edad reproductiva, la máxima jerarquía les impone una cuota anual conocida como “Impuesto de mestizaje” con el fin de que, si siguen reproduciéndose, esas recaudaciones suplan el desgaste social que sufre toda la población por haber menos de pureza racial. No todo va a ser malo para los mestizos, o al menos así piensan las altas castas, que también presentan la opción de ser esterilizados aportando el pago de una cuota anual, para evitar la mezcla de razas y dar a conocer a la sociedad de que ellos no quisieron ser mestizos por elección propia, aunque la realidad es que la mayoría prefiere no pagar impuestos. Por este último motivo, la mayoría de cruces son estériles.
Nica era un cruce entre una madre podenca y un padre de raza de combate indeterminada. A diferencia de mucho de los suyos, Nica había heredado casi íntegramente la capacidad rastreadora de su madre y parte de la fuerza y el grueso pellejo de su padre. De esta forma se había ganado la vida y su fama en una profesión abocada a la extinción: El rastreo de presas. Con la aparición de la ganadería y la agricultura, todos los oficios relacionados con la caza comenzaron a decaer progresivamente. Actualmente, la mayoría de cazadores son simples sirvientes del noble al que le apetezca comer carne de campo por puro placer, ya que la mayoría de canes no distinguen con aquella de granja. Cualquier cazador puede buscar una presa, sin embargo, cuando el burgués busca una en concreto debe contratar a un rastreador. Sólo los mas ávidos buscadores perseveran en su oficio puesto que dependen mucho de su habilidad y conocimiento para satisfacer a aquellos que los contratan.
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