Sonreí al acercarme un poco más al suave pelaje de Nero, sintiendo la felicidad recorrer cada fibra de mi cuerpo al estar a su lado; mirando las estrellas y con un hermoso panorama romántico a nuestro alrededor.
—Ahh… Me gustaría algún día llegar a estar cerca de las estrellas —comenté soñadora sin dejar de ver el hermoso cielo nocturno.
—Un día te llevaré a la montaña más alta de todas, y podremos verlas desde ahí —prometió.
—Sería un sueño estar ahí contigo… ¿Me abrazarías si llegara a hacer mucho frío? —pregunté, imaginando cómo sería ese día.
—Te refugiaría en mi pecho y te acunaría entre mis patas, mientras descanso mi cuello sobre tu cuerpo, para que no sintieras la más mínima brisa fresca —declaró en un tono soñador, pero totalmente cargado de romanticismo, tanto así, que logró hacerme sonrojar con esas palabras.
Al no saber cómo responder, lo único que logré hacer fue darle un tímido beso en su brazo y ocultarme en él, a lo cual Nero rió gustoso antes de besarme en la frente.
—Te amo, Mi sirena del mar.
Mi rostro ardió un poco más de ser posible. Sentí su nariz dando golpes suaves contra mi mejilla para que lo viera, pero me negué rotundamente a hacerlo.
—¿Mi pequeña sirena del mar, se convirtió en un pequeño tomate nadador? —comentó con cierto aire sensual y de burla que sólo me hizo sonrojar más.
—Y-ya… ya sabes que… me sonrojo cuando me llamas así… —respondí entrecortadamente.
—¿Oh?, ¿A Mi pequeña sirenita, le gusta mucho que le llame así?
Me oculté aún más entre su pelaje. De no ser porque comenzó a acariciar todo mi cuerpo con sus colas suavemente para tranquilizarme, no lo habría vuelto a ver en toda la noche.
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