Capítulo I (Parte 1)
Era el 13 de octubre de 2020. Estaba en casa con mamá y, bueno, también Liz. Celebrábamos mi cumpleaños número 19, pero el ambiente era opresivo, como si el aire mismo se hubiera vuelto pesado. Yo, en particular, me sentía atrapada en la inmensidad de mis pensamientos. La casa estaba sumergida en un silencio que parecía tener eco, resonando en cada rincón como un recordatorio constante de lo que había perdido.
Era comprensible. Hacía apenas un mes que mi mejor amiga, Ana, había fallecido. El mundo seguía su curso, pero yo me había quedado estancada en un instante que ya no existía. No podía derramar una sola lágrima; su muerte no parecía real. El aire me pesaba como si llevara piedras en los pulmones, y su ausencia era un abismo insondable, un cuarto vacío donde su voz resonaba, una sombra que se extendía por los rincones pero que nunca se dejaba tocar.
A veces la veía reflejada en el espejo empañado del baño, o sentía su presencia en el viento que rozaba mi piel. Pero solo era un recuerdo, una ilusión que se desvanecía tan pronto como intentaba agarrarla. Era la nada, el vacío que nunca tuvo un adiós.
La calidez de su cuerpo fue arrebatada en una sola noche, todo por culpa de la escoria que era su padre, Darío Herrera. Aquel hombre tenía una presencia inquietante, como si su sombra derramara brea sobre la inocencia. Sus ojos, de un azul frío y endurecido, parecían placas de hierro brillando bajo la luz de una planta muerta, carentes de cualquier rastro de calidez. Eran impenetrables, como el filo de un puñal olvidado en la escarcha.
Siempre noté algo extraño en él, pero nunca se lo mencioné a Ana. Nunca dije nada. Era su padre, ¿quién podría imaginar que sería capaz de semejante atrocidad? Sus ojos, dos pozos turbios de los que emanaba un deseo asqueroso por la sangre de su propia hija. Un deseo por carne pura, virgen, que nunca debió ser tocada. Carne que él convirtió en el reflejo de su torcido y repugnante deseo.
El mundo, injusto y ciego, permitió que su aliento espeso se enredara en lo puro, como hiedra venenosa trepando por un tallo frágil, como la noche devorando el último vestigio de luz.
Me sentía culpable. La noche antes de todo, Ana y yo habíamos peleado por algo sin sentido, algo que ni siquiera recuerdo. Era viernes, estábamos en mi casa, y habíamos planeado hacer una pijamada con su hermanito Arturo. Íbamos a desvelarnos viendo una serie que nos encantaba, pero por algún motivo terminamos discutiendo por algo tonto relacionado con el colegio. Ella se fue, llevándose a Arturo consigo. Eran alrededor de las once de la noche, no era muy tarde, pero vivimos en Latinoamérica, y siempre es peligroso. En circunstancias normales, me hubiera ofrecido a acompañarlos, pero estaba tan enojada que los dejé ir solos.
Su casa estaba alejada de la mía, a unos treinta minutos caminando rápido. Yo conocía su situación familiar. Su madre había fallecido cuando Arturo era apenas un bebé, así que su padre se quedó a cargo de ambos. Sus abuelos no podían ayudar, y toda la responsabilidad recayó en él. Ana tenía exactamente 8 años cuando su madre falleció teniendo que asumir la responsabilidad por su hermanito menor. Mis padres en ese momento ya tenían problemas en su relación, pero aun así mamá trato de ayudar en lo que más pudo a Ana. Su padre quería que abandonara la escuela en ese momento, pero mamá interfirió y le ayudo a cuidar a su hermanito y se hizo cargo en la mayoría de sus gastos en ese momento porque su padre simplemente no quiso hacerlo. Así pasaron alrededor de 7 años, mis papás ya se habían divorciado, pero mamá aún seguía cuidando de aquellos hermanos que parecían haber sido abandonadas por su única familia, su padre. Para mí en ese momento ya los consideraba parte de mi familia, pasamos mucho tiempo juntos, momentos felices y a veces tristes que la mayoría del tiempo se relacionaban con su padre. Ann ya era lo suficiente grande en ese momento y podía acatar mejor su responsabilidad con su hermanito, empezó a hacer ciertos trabajos en tiendas del vecindario, todo lo que ganaba lo usaba para comprar cosas de la escuela para ella y Art. En ese tiempo, su padre empezó a cambiar de mala forma, cada vez sus días en los que se hundían en el alcohol iban aumentando, en algunas ocasiones buscando a sus hijos mientras estaban en la escuela para agredirlos físicamente, sus comportamientos empeoraron. Ann tenía pensado terminar el colegio y ponerse a trabajar en serio para cuidar de su hermanito y alejarse de su padre.
Ana me contaba que a veces él era amable, pero solo a veces. La mayoría del tiempo era un imbécil que esperaba que ella se comportara como su esposa. Ana tuvo que hacerse cargo de un bebé cuando ni siquiera tenía diez años. Su padre tenía un hábito particular: siempre llegaba borracho los viernes después del trabajo. Esos días eran un martirio para ella. Decía que la miraba con ojos perversos, como si no la viera como su hija, sino como una mujer.
Nos conocíamos desde siempre, y yo sabía de esto. Por eso los invitaba a mi casa. Eran pijamadas en las que nos quedábamos dormidas, y era lindo porque mamá siempre nos dejaba. En época de exámenes se quedaba en casa porque su tiempo de estudio aumentaba y en ocasiones los tiempos no le coincidían para prestarle atención a su hermanito. La pasábamos bien, aunque esos tiempos su padre peleaba con los míos, diciendo que no tenían por qué hacerse cargo de sus hijos. Él podía encargarse de ellos, decía.
Hasta ese día.
Ana había llegado a su casa. No soporté más estar peleada con ella por algo tan tonto, así que la llamé. Cuando contestó, hubo un silencio incómodo. La línea estuvo en silencio por menos de un minuto, hasta que empecé a disculparme. Sabía que no era mi culpa, pero no podía soportar estar peleada con ella. Era mi mejor amiga.
—Oye, lo siento... —empecé, pero ni siquiera me dejó terminar. Empezó a reír.
—No entiendo por qué empezamos a pelear por nuestras notas del examen —dijo Ana, haciendo una pausa—. Creo que yo debí sacar una A+. Lo hice perfecto. Esa C- va a manchar mi historial estudiantil —añadió, burlona.
—No creo que lo haga, pero si quieres sufrir, adelante —respondí, intentando sonar ligera.
La línea volvió a quedar en silencio. Parecía que su padre había llegado.
—¿Estarán bien? —pregunté, preocupada.
—Creo que sí. Ya aprendí esos movimientos de boxeo que me enseñaste —añadió Ana con una voz agitada—. Estaré bien. Perdón por lo de hoy.
Colgó.
Así que nos habíamos peleado por la nota de un examen. Me fui a dormir con la esperanza de que al día siguiente las cosas con Ana estuvieran bien.
Esa noche tuve un sueño. Parecía estar bajo el agua, pero no me estaba ahogando. Bajo el agua, el mundo era silencioso, envuelto en un velo líquido que suavizaba todo, excepto mis pensamientos. Era una calma escalofriante, como si todo lo demás hubiera sido olvidado. Las sombras se disolvían, y mis miedos se ahogaban en aquel silencio acuático. Era un sueño del que no quería despertar, porque enfrentar la realidad me resultaba devastador.
Pero desperté. Mamá me sacó bruscamente del sueño.
—¡Despierta, Victoria! —gritó, con una voz exaltada que indicaba que algo grave había sucedido.
No me llamó por el apodo que siempre usa conmigo. Cuando miré su rostro, sus ojos estaban rojos, llenos de tristeza, con una expresión sombría.
—Ana murió —dijo sin rodeos—. Fue reportado por Art. Él llamó a la policía.
No me preparó, no hubo tacto. Simplemente me lanzó la noticia que me dejó en shock. Aquel sueño que había relajado mi existencia se rompió en mil pedazos.
—¿Qué tipo de broma es esta, mamá? —logré balbucear, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.
—Su padre abusó de ella y le quitó la vida. Él se dio a la fuga —continuó mamá, limpiándose las lágrimas que brotaban de sus ojos—. Art vendrá a casa. Prepararé todo para él.
Mi mente no podía asimilar lo que me estaban diciendo. Mamá nunca tuvo tacto para dar noticias importantes; siempre era directa. En un segundo, mi existencia adquirió un peso insoportable. Mi vista se nubló, y las lágrimas comenzaron a caer sin control. No entendía nada. El cielo se rompió en mil pedazos, y cada lágrima arrastraba consigo un fragmento de mi alma.
Me habían arrebatado a Ana, a alguien a quien consideraba como una hermana. Ya no estaba. El dolor me ahogaba, como un río sin cauce, y cada respiro era pesado. Cada pensamiento era un eco perdido en la inmensidad de mi mente.
Mi cuerpo temblaba, como si todo el peso del mundo hubiera caído sobre mis hombros. Las palabras se desmoronaban antes de llegar a mis labios. Mamá me abrazó con fuerza, tanto que empezó a doler.
—Entiendo lo que sientes, Tori —dijo—. Me haré cargo de todo. Haré que ese tipo se pudra en una cárcel.
Mamá es una gran abogada. Sabe lo que hace; después de todo, se especializa en estas cosas.
—Está bien, Luci —fue lo único que logré decir.
Mamá me dio un beso en la frente y se fue. Me quedé envuelta entre las sábanas, esperando que todo fuera parte de un sueño. Aquel sueño cálido que tuve antes me estaba preparando para lo que vendría: enfrentar una realidad dura y desgarradora.
Me quede en mi cama, asimilando lo que estaba pasando. Pensaba en Ana. Ella había mencionado algo de estudiar medicina si podía dejar a su hermanito al cuidado de alguien, a lo cual yo dije que también lo haría si ella estaba ahí, nunca la dejaría sola y dejaría que algo le suceda. Ese sueño de Ana ahora se había esfumado, ya no existía.
Justo cuando estaba envuelta en todos los recuerdos de Ana, llego su hermanito a mi habitación.
—Es tu culpa, todo fue porque pelaron —mientras sus lágrimas cubrían su rostro. —¿Por qué?
—Lo siento, lo siento. Art no pensé que alga así pasaría…—mi voz ya no salía.
Mi voz se congelo, no pude decir ni una sola palabra más, lo único que salía era una cascada interminable de lágrimas. Él tenía razón, si hubiera dejado de lado mi orgullo y le hubiera pedido que se quede en casa esto no habría pasado, pero ya era tarde para pensar en un arreglo.
Cuando intente ponerme de pie para hablar con Art, mis fuerzas en las piernas me abandonaron, Art fue hacia a mí para ayudarme. Quedé de rodillas en el suelo frío de mi habitación, cuando Art se acercó a mi lo único que hice fue abrazarlo mientras el sollozaba de tristeza.
—La vi tirada en el suelo. —mencionó Art— Ann estaba peleando con papá, dijo que me encerrara en la habitación y me tapara los oídos.
La lagrimas seguían brotando de mis ojos, que clase de respuesta debía darle, mis palabras no llegaban a mi boca. Sus palabras resonaban en mi como mil cuchillas clavándose en mí ser. Tragué saliva, tratando de mantener una compostura firme, pero mis manos temblaban tanto que tuve que apretarlas en puños para ocultarlo.
—Art… —susurre, tomando su pequeña cabeza para mirarlo a los ojos—. Lo siento mucho. No debías ver eso. No debías pasar por eso. —Mi voz se quebraba con cada palabra. Todavía estoy contigo, no te dejare solo, nunca.
Art me miraba con ese ojos grandes y asustados, mirarlo cada vez se sentía como si mi alma se partiera en millones de fragmentos. Lo abrace con fuerza, como si pudiera protegerlo del dolor que sentía por perder a su hermana, como si pudiera protegerlo de todo con ese gesto.
—Ann… —murmuro Arturo contra mi hombro—. ¿Por qué papá hizo eso?
La culpa y la rabia se entrelazaban en mi pecho, cada palabra que decía Art era tan dolorosa que no sabía cómo afrontarlo. No tenía respuestas para él, solo promesas vacías que no podía cumplir. Lo único que sabía con certeza es que no dejaría que ese hombre se acerque a Arturo nunca más , ya no podrá lastimarlo. Nunca más.
—No lo sé, Art. —respondí finalmente, separándome un poco.
—Pero te prometo que no dejare que te pase nada. Ni a ti, ni a nadie más.
—Ann… Ann estaría orgullosa de lo valiente y fuerte que eres.
Arturo simplemente asintió, aunque sus lágrimas seguían resbalando por sus mejillas como ríos sin fin. Lo volví a abrazar, sintiendo como el peso de la responsabilidad caía sobre mis hombros, esta vez tengo que cuidar de él, no dejare que su padre se le vuelva a acercar nunca más en su vida. Ann ya no estaba, hare lo que sea necesario para proteger a Arturo, era lo único que quedaba, lo único que podía salvar.
Los días pasaron, el funeral de Ann fue lo más doloroso. Todos nuestros amigos asistieron, ese tipo seguía prófugo, los policías no podían seguirle el rastro.
Su paradero era algo con lo que yo podía ayudar, no mencione nada de esto a los policías; entre las conversaciones que tenía con Ann siempre estaban los lugares a los que ella debía ir para encontrar a su padre, bares y burdeles. Poco después de la muerte de Ana, la ira y la culpa carcomían mi mente, fui a rondar por aquellos lugares que me había mencionado anteriormente Ann, cubriendo mi rostro, no iba a dejar que el me reconozca, los días en los que hacía esto llevaba unos tenis blancos que ella me había regalado, tenis que después de días de rondar por lugares de mala muerte se tiñeron de un color rojo, era sangre. Desprendiendo un olor horrible, causado nauseas con el simple hecho de mirarlos. Esto me llevo a desaparecer de la vista de todos, incluso de mamá y descuidando a Art a quien prometí cuidar.
Mientras tanta mamá se encargaba de todo lo que pasaba, tenía que seguir cierto proceso para tomar la custodia de Arturo. Decidí que ese año no tomaría las pruebas para la universidad, tenía muchas cosas en que pensar así que si lo hacía no funcionaria.
Ann y yo acabábamos de graduarnos exactamente hace un mes, fue tan alegre, nos encontrábamos celebrando porque terminamos el colegio hasta hace poco. Todo cambio en un instante.
Mamá logro tomar la custodia de Art, también lo llevo con un psicólogo. Este trauma en su vida podía causarle problemas más adelante en el futuro. Luci también dijo que debía ir, me negué.
Yo me bloquee totalmente, parece que mis emociones se habían estancado. Únicamente reaccionaba al dolor físico, mi apetito disminuyo y los primeros días después de la muerte de Ana no podía comer. Todo me causaba asco y rechazaba la comida. También deje completamente el boxeo, practicarlo ya no me traía ningún tipo de calma.
Esos días fueron un completo dolor, un dolor que logro calmar Art. Dijo “prometiste cuidar de mí, ¿Por qué sigues así?” El hermano de Ana tiene un carácter similar a ella, siempre supera cualquier cosa con el tiempo y seguía dando lo mejor de su misma, ella era así. Guarde todo tipo de emoción negativa, solo iba a recordar a una Ana feliz, siempre sonriendo y regañándome todo el tiempo como si fuera una hermana mayor.
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