El cielo de Nueva Austral era gris esa mañana.
Nubes pesadas cruzaban en silencio, era… una ciudad que se despertaba sin ganas. Desde el tejado, Axel observaba el mundo con los codos apoyados sobre sus rodillas y la mirada clavada en el horizonte. Desde arriba, todo parecía más pequeño. Las personas, los autos, incluso los hyper drones flotantes que mostraban publicidad.
¿Que es ser un héroe hoy?
Axel frunció el ceño.
Según comics, era lanzarse contra el fuego, luchar por justicia incluso cuando nadie miraba, ser esa figura que aparecía cuando todo estaba perdido. Eso sí era un Héroe real.
Pero ahora...
—Ahora parecen más, como estúpidos mercenarios… —murmuró para sí.
Había algo hipócrita en todo eso. El mundo necesitaba héroes, sí… pero lo que producía eran metahumanos tratados como celebridades y cámaras siguiéndolos a todas partes.
Él no quería ser como ellos.
Él quería ser un Héroe real.
No por gloria, ni fama. No por aplausos ni estadísticas.
Quería ser alguien que… No solo hiciera temblar a los intocables. Alguien cuya fuerza abriera puertas cerradas con miedo. Que pudiera mirar a la cara a los monstruos, los de verdad, no los que salen en las noticias. Y… no retroceder.
Y, aunque nadie lo sabía aún… él tenía un motivo.
Uno que venía no solo del altruismo, sino también de una herida. Una herida que lo empujaba hacia adelante como una bala perdida.
Y para lograr su objetivo… tenía que ser fuerte.
Muy fuerte.
Más fuerte que cualquiera… Y más que los que usan su poder para mantener el equilibrio sin cuestionar nada.
Axel no solo quería mantener el orden.
Cierta parte de el quería romperlo, si eso significaba descubrir la verdad.
Una verdad que llevaba años enterrada bajo el silencio y respuestas a medias.
Una verdad que le pertenecía.
Una ráfaga de viento le levantó la capucha y despeinó su cabello. Cerró los ojos y respiró profundo. Su corazón latía con una mezcla de incertidumbre y un poco de tristeza.
El reloj seguía avanzando.
Hoy era el último día antes de que todo cambiara. La última mañana antes de entrar al mundo que —con suerte o sin ella— lo transformaría en lo que necesitaba ser.
Se puso de pie sobre el borde del tejado.
Desde ahí, el mundo parecía a su alcance.
Pero Axel sabía que todavía estaba lejos.
Y que solo los que estaban dispuestos a ensuciarse las manos podían alcanzar algo tan alto.
Mientras bajaba a la ventana de su habitación, empezó a oler algo, tenía hambre y decidió salir de su cuarto ya que parecía haber movimiento en la casa. Intentando salir de su cuarto, rompió el picaporte y con una cara de molestia hizo un chasquido con la lengua y se propuso a bajar, parecía que su familia ya se había levantado para empezar el día.
La cocina olía a pan tostado, té fuerte y caos doméstico. Como todas las mañanas. Axel bajó las escaleras, con el picaporte roto de su puerta asomando discretamente del bolsillo. Al llegar al comedor, encontró el campo de batalla habitual: Sofía, su sobrinita, intentaba hacer levitar una cuchara sobre la mesa con la frente arrugada como si eso le ayudara, Anastasia, su hermana mayor, organizaba el desayuno mientras discutía por teléfono con alguien del trabajo, y Hernán, su cuñado, ya se había robado una tostada antes de que alguien pudiera quejarse.
—Buen dí-¿Rompiste otra puerta? Tendrías que aprender a controlar lo que haces con esa mano, maldito cerdo— Decía Hernán mientras lo miraba con una sonrisa burlesca y media tostada en la boca— Se que estas en la pubertad, pero eso no es excusa para destrozar todo lo que tocas.
—Cállate y come tu mierda de tostada —respondió Axel con cara de un típico adolescente irritado.
—¡Axel, esas no son formas de hablarle a tu cuñado!¡Controla tu boca que estoy en llamada! pequeño imbécil —respondió Anastasia sin dejar de mirar la pantalla—. Sí, Dalia, te decía que el reporte de ingresos no está cuadrando… Sí, también creo que Robert es un incompetente. Ya te llamo.
Cortó, dejó el móvil a un lado y se giró a Axel con un suspiro.
—¿Y tú? ¿Qué has roto ahora?
Axel sacó el picaporte del bolsillo y lo dejó sobre la mesa con delicadeza.
—No fue a propósito, déjame en paz.
—¿Sabes? Algún día tu y yo vamos a salir en las noticias y el titular va a ser “una hermosa mujer asesina a un chimpancé demoníaco con cara de caca y salva el mundo”—exclamó Anastasia, un poco estresada. Agarró una taza y se la dio a Axel—. Toma. Toma tu té antes de que decida envenenarlo.
—Ahh… Entonces eso explicaría por qué me siento tan raro estos días —dijo Axel, mientras tomaba asiento.
—Te sientes raro porque tienes deficiencia cerebral, ya te he dicho que tenías que dejar de masajearte mucho esa zona —dijo Hernán, riéndose —. Espero te cases pronto para que no te vuelvas loco.
—¿Porque le dices esas cosas al niño?¿Acaso tu vas a pagar la boda si se casa?—interrumpió Luisa, su abuela, colocando una bandeja en el centro de la mesa. —Axel tu solo debes concéntrate en tus estudios y no hagas caso a lo que dice.
—Gracias abue —dijo Axel, aliviado, agarrando una tostada—. Eres la única que me quiere aparentemente.
—Te quiero cuando no rompes mi casa —respondió ella sin perder la sonrisa.
—¡Tío Axel!¿Tú podrás volar? —interrumpió Sofía de golpe—. ¿Vas a tener una capa?
—¿Quién te dijo eso? —Preguntó Hernán, mientras se servía más té.
—Lo soñé y también soñé tenía una espada gigante —dijo, orgullosa.
—No estaría mal tener una espada —dijo Axel, pensativo—. ¿Se podrán usar en la academia? Después de todo es una academia para crear “héroes”.
—Solo si quieres que te expulsen el primer día —dijo Hernán.
—De todas formas tendré que usar un arma en el futuro —dijo Axel con media sonrisa—. el único problema es el uniforme ridículo que me dieron, parece ropa de enfermero.
—Cállate antes de que te quede un hematoma nuevo ¡Y no critiques el uniforme! Me salió caro…—Protesto Anastasia— Además, por supuesto que no te gusta, si pareces un burro con corbata cuando lo llevas puesto. —mientras largaba una carcajada.
Luisa observaba todo en silencio, como siempre, pero con los ojos brillantes. Había pasado por mucho en su vida, y aún así, no se perdía un solo desayuno con ellos. Tal vez porque sabía que esos momentos eran los que realmente importaban demasiado como para volverlos a perder.
—¿Hey estúpida hermana, vas a acompañarme hasta la entrada?? —dijo Axel, esta vez con un tono algo más serio, girándose hacia Anastasia.
Anastasia bajó la taza con lentitud.
—¿De verdad me estás preguntando eso?
Ella lo miró como si lo fuera a golpear… pero luego sonrió.
—Por supuesto, ¿Porque me perdería la entrada de mi hermano por su propia cuenta a un manicomio?
—Gracias… bruja.
—De nada… basura.
Mientras los platos se vaciaban y cada uno volvía a lo suyo, Sofía volvió a mirar su cuchara con intensidad.
¡La cuchara se levantó!
Apenas unos centímetros. Pero flotó.
—¡Mamá! ¡Lo hice! ¡Flotó de verdad!
Anastasia giró lentamente.
—¡Ya te dije que dejes de jugar con los utensilios te puedes lastimar!
Axel observó a su sobrina con ternura y luego miró su propia mano.
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