Karla siguió sumida en sus pensamientos hasta que algo captó su atención. Había un hombre con una cámara sacando fotos. No le debió llamar la atención, porque parecía algo bastante común (quizá fuera un periodista o un curioso) pero lo hizo. Le llamó la atención porque aquel hombre era más bien era un muchacho; no tendría más de diecisiete años. Le llamó la atención porque tenía la misma edad que ella, y porque parecía mortalmente asustado. Aquella persona vestía colores sombríos; de marrón oscuro y negro. Tenía parte del rostro escondido tras la cámara, pero Karla podía ver, cada vez que se retiraba de la cámara, que el miedo se reflejaba en su gesto. Se reflejaba, sobretodo, en sus ojos; y el ceño fruncido y en cómo abría y cerraba la boca en un intento de respirar con normalidad. Su pecho se movía en un movimiento irregular. Sus manos temblaban y provocaban que tuviera que repetir la misma foto varias veces.
Estaba fotografiando a los uniformados; policías, guardias civiles, personal sanitario y bomberos. Pero estaba enfocando a algo más específico; la pruebas. Todas y cada una de las pruebas que la policía municipal, la guardia civil y el cuerpo de bomberos estaba metiendo en los furgones policiales. Pruebas que no se veían muy bien desde la posición de Karla, no se veían más que escombros. Karla avanzó un poco hacia la izquierda para esconderse detrás de otros arbustos con la intención de tener una mejor posición de espionaje. Sin ninguna duda, estaba capturando en imagen el pequeño repetidor que un bombero estaba sacando del edificio derrumbado. El lugar estaba repleto de gente, pero al parecer aquel fotógrafo se las ingeniaba para capturar el repetidor. Después de hacer un par de fotos de éste, sacó la cara de detrás de la cámara y miró a su alrededor, quizás siendo consumido por el pánico. Karla se encogió a toda prisa de nuevo detrás del arbusto. Volvió a mirar y a enfocar la vista en sus ojos, en los ojos del chico. Tenía las pupilas dilatadas y la piel estaba sudando a su alrededor. Aquel hombre -muchacho- estaba drogado, además de asustado. Sin ninguna duda. La forma en la que se movía, ese ligero tambaleo, era demasiado peculiar. Desde luego, el miedo y la droga no era de las mejores combinaciones para hacer fotografía.
Karla oyó unas nuevas sirenas y giró la cabeza para ver de qué se trataba. La policía nacional estaba llegando, acaparando la zona. Karla, agazapada detrás del arbusto, volvió a buscar con la mirada al fotógrafo misterioso, y al cabo de un momento le encontró nuevamente. Seguía haciendo fotos a todo el escenario del atentado y a las furgonetas y coches de los cuerpos oficiales.
Karla se encontraba a unos veinte metros de él, y se movió para acercarse un poco más a él. Ahora estaba a diez metros, o menos. Vio como tres bomberos estaban saliendo del edificio derruido, pero no salían con ninguna víctima; estaban escondiendo lo que estaban sacando bajo una tela gruesa negra. Había otros policías rodeándolos que estaban apartando a la gente de aquellos. El fotógrafo sacó un par de fotos a aquella escena. Después se giró dejando colgar la cámara por la correa sobre su cuello y salió corriendo en dirección contraria al polideportivo. Karla le miró extrañada y después se dio cuenta de que una agente de la policía nacional le había hecho una seña, echándole.
Qué diablos, no había nada que perder. Por impulso, Karla salió corriendo detrás de él.
···
Karla siguió acechando al fotógrafo. Corrió detrás de él a una distancia de unos pocos metros por precaución, yendo detrás de edificio en edificio; de farola en farola; de árbol en árbol. Sabía perfectamente que si la descubría siguiéndole la habría fastidiado. Probablemente se asustaría más aún, y cambiaría su dirección, o dejaría de avanzar o pediría ayuda a otras personas de forma paranoica. Podría incluso atacarla, dado el estado aterrorizado y nervioso en el que se encontraba. Karla no se iba a arriesgar.
Al cabo de unos minutos de acecho, Karla se dio cuenta de que volvían a su pueblo, al municipio donde ella vivía. Habían ido hasta allí por la misma carretera que había usado anteriormente para ir al polideportivo.
Siguieron pasando los minutos, y cuanto más cerca estaban ambos del centro del pueblo, más segura estaba ella de que se estaban dirigiendo a la iglesia. Tenía razón. El fotógrafo entró a la plaza por la parte sureste de ésta, y no se paró a descansar un segundo hasta que entró en la iglesia. Había estado andando durante todo el camino con paso acelerado, agobiado. Karla le siguió sin dudar. Entró en el edificio tras meditarlo un instante.
No se sentía bien entrando en propiedades ajenas; de todas formas, lo hizo. Avanzó al acecho por un pasillo oscuro desde donde no se podía ver la capilla. Perdió la pista del chaval durante un segundo cuando se encontró con un pequeño espacio donde un débil resquicio de luz alumbraba dos caminos posibles. Unas escaleras que ascendían a un piso superior y otro pasillo, más estrecho aún, que parecía conducir a la parte delantera de la iglesia. Después de escuchar durante unos segundos, y de distinguir unos pasos apresurados y titubeantes en esa dirección, se decantó por las escaleras.
Subió lo más sigilosamente que pudo intentando no hacer crujir los pequeños tablones de madera que servían como escalones. Se preguntó si aquella escalera llevaba al campanario; tenía toda la pinta de ello.
Al final no era al campanario a donde le dirigieron las escaleras, era otra sala, pequeña y oscura, de la que partían otras escaleras que efectivamente conducían al campanario. Karla había estado en esa iglesia anteriormente, a pesar de su ateísmo. Había olvidado cómo era la iglesia por dentro; no recordaba muchos de los pasillos y espacios allí, pero sabía que los había recorrido alguna vez. En todas las ocasiones que había subido allí (una vez casi subió al campanario, haciendo trastadas con su hermana) nunca había visto aquella planta. Había pasado siete años y medio desde la última vez que subieron allí por su décimo cumpleaños, y no había absolutamente nada nuevo por aquel entonces; no se había hecho ninguna reforma, puesto que no había sido necesario. Miró hacia las escaleras que conducían al campanario, que parecían ser una continuación de las que acababa de subir, y observó que eran completamente nuevas, al igual que todo lo del piso que la rodeaba.
—Trae —la sorprendió una orden proveniente de una voz masculina. La voz de otra persona que había llegado a aquel piso antes que ella y el fotógrafo. La voz pertenecía a, por lo que pudo ver Karla, un hombre adulto, alto y de movimientos bruscos. Pero no estaba hablando con Karla, ni siquiera la había visto. Ella había estado escondida detrás de una columna desde que había terminado de subir las escaleras viejas, mirando a su alrededor. Las paredes y el suelo eran nuevos, al igual que el techo. Pudo distinguir una silla junto a una mesa con un dos ordenadores y dos pantallas. O quizás solo era un ordenador muy grande. El espacio era bastante amplio, a pesar de que el techo era muy bajo. También divisó unas cajas grandes, como las que se usan para una mudanza, apiladas en una esquina. Había una sola ventana, desde la cual, según calculó Karla, se veía la parte delantera de la plaza de la iglesia. Aquella habitación estaba muy mal iluminada, con solo un rayo de luz entre aquella oscuridad causada por las telas negras pegadas a las ventanas.
—Dame... dame la... —eso era una súplica. La voz ronca y delirante del fotógrafo rompió el silencio que se había formado mientras la otra figura tomaba y miraba la cámara que le había dado el chico. Él, mientras chasqueaba la lengua con impertinencia, avanzó hacia la mesa de los ordenadores y cogió una especie de... ¿palo fino? se preguntó Karla. La figura alta se lo tendió sin interés al adolescente.
El chico se quitó la cámara del cuello y se la entregó a la otra figura que estaba presente, la que acababa de hablar, con las manos aún temblorosas. La figura de movimientos bruscos la encendió; Karla supuso que comprobando si había determinadas fotos allí. El adolescente no parecía estar trabajando para la figura a la que acababa de entregar la cámara. Había algo más en su relación... Le está comprando, pensó Karla. No iba mal encaminada.
Mientras tanto, el hombre adulto volvía a fijar la vista en la cámara, y el chico tembloroso tomó el palo con ansiedad. Con las manos más espasmódicas que nunca, se lo acercó al brazo y se lo clavó. Karla pudo entonces deducir que aquello era una jeringuilla, y que lo más seguro era que estaba lleno de alguna droga. La sustancia fue vaciada dentro del cuerpo del chico mientras este suspiraba de alivio.
Al cabo de unos segundos, el silencio volvió a romperse.
—Fuera, vamos —demandó la figura del hombre de malas maneras. Había en su voz un tono de dejadez y al mismo tiempo de sadismo que le puso los pelos de punta a Karla. Avanzó un paso hacia delante, dispuesto a salir con el drogadicto. Parecía querer llevarle -arrastrarle, viendo las condiciones en las que se encontraba- a algún sitio. El chaval no reaccionó, estaba estático. ¿Estático de terror? ¿O había tomado demasiado? La figura no parecía haber puesto especial cuidado a la dosis que le había dado al muchacho. El adolescente se movió entonces un poco y elevó levemente su mano hacia el otro sujeto. Parecía estar esperando la cámara de fotos, pero la figura no parecía dispuesta a dársela.
Karla se volvió a encoger detrás de la columna dónde estaba escondida, precavida. No le hacía ninguna gracia el hecho de espiar a alguien, y menos si ese alguien parecía vivir en una especie de ático en lo alto de la iglesia municipal y estaba acompañado de un adolescente drogadicto. Por unos instantes, no escuchó más que un semi-silencio roto por aleteos de pájaros y un ligero bullicio provocado por la gente que estaba en la plaza de la iglesia. Por ello, Karla volvió a moverse con la intención de volver a asomarse para seguir curioseando.
No le dio tiempo siquiera a asomar la coronilla antes de sobresaltarse con una brusquedad notable. Se frotó las manos en los pantalones con nerviosismo después de inclinarse de golpe hacia detrás de la columna con el corazón a mil.
De improviso se había oído un ruido estrepitoso, que recordaba al de los cristales rotos. No, ese ruido era de cristales rotos. Intentó sacar un poco la cabeza de su escondite y pudo ver que la figura que en aquellos instantes tenía la cámara había estrellado con brusquedad y en un arrebato de furia una botella de cerveza contra el suelo -botella de la cual Karla no se había percatado hasta entonces.
El chaval se sobresaltó un poco por aquella acción, pero sin desistir del todo en la idea de recuperar la cámara. No se empezó a asustar de verdad hasta que la figura sacó algo de su espalda, algo que hasta ese instante había permanecido oculto bajo la camiseta, entre el pantalón y la parte baja de su espalda. Agarró el revólver -ilegal- negro metálico y apuntó con éste directamente a la cabeza del recién chutado. Este último se asustó. Por fin; había estado algo inconsciente del mundo que le rodeaba hasta ese momento.
El rostro del hombre armado no reflejaba ninguna expresión mínimamente humana.

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