—¿Por qué usar a su propia hija? —preguntó intentando hacer como que asumía que sus padres habían sido los responsables de todo. Ella no conseguía creerlo, les conocía de sobra.
—No lo sabemos, ¿ironía, doble sentido? Ni idea —contestó Mantanza.
—¿Y la bomba que no explotó?
—Un fallo en el repetidor.
—¿Y por qué me lo has contado todo, porque sí? —preguntó Karla— al principio de nuestra conversación dijiste que no podías darme demasiados detalles, salvo los nombres de las otras personas extorsionadas y de la niña de doce años —se explicó.
Alicia Mantanza hizo una mueca.
—Tuve un amigo que pasó por una situación familiar, y a él no le contaron nada. Por aquel entonces, yo aún estaba en la academia, y no podía hacer nada. Sé lo mal que lo pasó. En todo caso, preferiría que toda la conversación que hemos tenido dentro de estas paredes se quede entre nosotras. Toma, —dijo dándole un trozo de papel blanco con nueve dígitos escritos en el— este es mi móvil. Llama si necesitas algo.
Karla le agradeció aquel gesto con una pequeña sonrisa.
—En todo caso, no te preocupes por tu padre. Mañana cumples dieciocho años. Y hasta entonces, es decir, hasta mañana, como están con todo el papeleo y toda la burocracia, tu custodia es de los servicios sociales de esta comunidad autónoma. Ya veremos dónde duermes esta noche, y qué pasa después. ¡Ah!, Karla —dijo mientras esta última se levantaba y se acercaba a la puerta. Alicia Mantanza la imitó —ya te lo he dicho, todo esto, bueno sin tantos detalles, es público, se ha filtrado. Me parece que ha sido una periodista llamada Lucía Adánez la que ha revelado más información sobre tus padres. El juicio y todo lo relacionado es público, no hemos podido mantener la privacidad. El atentado del polideportivo ha salido en todas partes, y ya se sabe quienes son los sospechosos. Es posible que alguien averigüe que tienen una hija y te encuentres con algún periodista pesado. Si es así —dijo acercándose a su oído—, ya sea hombre o mujer, patada en la entrepierna y huida.
Karla sonrió y abrió la puerta.
Alicia soltó una pequeña carcajada sin apenas gracia mientras ambas salían.
—Tienes derecho a vivir tranquila, después de todo esto.

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