Karla caminó con el primer atisbo de sonrisa en la cara que había lucido desde hacía más de cuarenta y ocho horas por una calle apenas iluminada por siete farolas descuidadas. Regresaba a su casa después de haber salido de la autoescuela con el examen práctico de conducir, sin ninguna duda, aprobado; lo había clavado todo. Ese pico de felicidad fue algo anormal en ese momento. Pero ella lo agradeció.
Bajó por la calle casi pegando saltitos, casi feliz, y he dicho casi; que conste. Lo hubiese estado si no fuera por las pésimas circunstancias que estaban rodeando su vida en aquellos momentos. Su mente no parecía querer dejarla descansar de aquellos sucesos. Desde hacía dos días, flashes y recuerdos -tanto visuales como sonoros- le habían azotado la mente. Mientras cenaba, el día anterior, sin querer rememoró la singular y catastrófica imagen del polideportivo rodeado de escombros y polvo. Hacía unas horas había recibido un mensaje de su Esti, su mejor amiga. La vibración del móvil la había hecho temblar a ella, recordándola los mensajes amenazadores. Le había cogido pavor a aquel zumbido.
Estíbaliz, su mejor amiga, prácticamente le había obligado a hacer el examen de conducción práctico ese día, habiendo hecho el teórico unos meses atrás. Esti había sido, y estaba siendo, su ancla al mundo real. Le había estado forzando a seguir viviendo su vida de la forma más normal posible, incluso estando ambas en diferentes países, distanciadas. Esti llevaba casi un mes en el extranjero por un intercambio académico, pero estaba en avión volando hacia España de nuevo, para estar con su más querida amiga de la infancia.
La fecha del juicio de la madre y padrastro de Karla se había establecido para el último día de septiembre, el día treinta. Karla había cumplido años el día anterior, día veintinueve de marzo. El atentado había sido el veintiocho, y la desaparición el veintiséis. Los medios se habían encargado de que el mundo lo conociera todo; o casi todo. Se sabía la identidad de las tres personas que supuestamente habían provocado el atentado (solamente la identidad de dos de ellos, del otro la policía seguía sin saber el nombre), y se sabía que dos de ellos supuestamente habían chantajeado a una de sus hijas y asesinado a la otra. Era el gran escándalo paterno-filial de la temporada, según los propios pensamientos irónicos de Karla. No se sabía la identidad de aquella hija chantajeada, ni qué otras personas también lo habían sido. Tampoco se sabía nada acerca del ático o de la niña. Sin embargo, todo el mundo sabía que Emma Meitner estaba muerta.
Karla había permanecido bajo su manta de aislamiento, percibiendo sensaciones con eco, como si de fiebre se tratase, desde que había hablado por última vez con la agente Alicia Mantanza, hacía dos días. Había guardado su contacto en su nuevo móvil -ya que el antiguo se lo había dado a la policía- pero no había contactado con ella. No lo había visto necesario, y francamente, tenía la sensación de que la siguiente vez que escuchara su voz sería para algo malo, una mala noticia, un peor rumor -peor que los que ya habían salido- en relación al caso... Algo malo. Y Karla quería tomarse un descanso de toda aquella locura.
Al contrario de lo que pensó en un principio, su padre biológico no había contactado con ella. Ni para darle el pésame -cosa que en realidad no esperaba que hiciera, pero que cualquier ser humano con sentimientos haría- ni para nada de nada. Probablemente estaría encerrado en su propia agonía lamentándose de lo triste era su vida, o de lo solitaria. Y le echaría la culpa a los demás. Ciertamente, hace unos años, Karla hubiera esperado que se acercara a ella para intentar volver a ganársela, ya fuera por quedar bien ante los demás o ante sí mismo, o por no tener que autocompadecerse si lo consiguiera; pero en esos momentos no. Era un verdadero alivio, y Karla esperaba que esa situación continuase así. En realidad, esperaba, o deseaba que toda esa situación, se quedara tranquila, estática, sin moverse, sin avanzar. Solo quería un pequeño descanso. Realmente lo necesitaba.
Karla no tenía más familia paterna por parte de su padre biológico. Sus abuelos paternos -los padres de su padrastro- habían fallecido unos meses atrás y el marido de su madre no tenía ni hermanos ni hermanas, al igual que sus difuntos padres. Karla no se llevaba con su familia materna. Visto desde esa perspectiva, podían llegar a considerarse una familia solitaria, o incluso rota. Pero visto desde el punto de vista de Karla o de Emma o Leize, su madre, o de Daniel, su padrastro, la suya era una familia, aunque tenía sus controversias, bastante unida y completa. Se complementaban entre ellos, no necesitaban mucho para ser felices. Esa era una de las peculiaridades de esa familia. Que se mantenía unida.
El apellido "Meitner" no era su apellido de verdad. Surgió a causa de una conversación de hace unos cuatro o cinco años, en la que Karla le decía a Emma que le desagradaba llevar el apellido de su padre biológico, y que, salvo en los aspectos legales, ya que ambas tenían la misma opinión, llevarían otro apellido. Yo que sé, había dicho Emma, para que nos llamen así en el trabajo o lo usemos para nombres artísticos. Quieres ser dibujante y escritora de cómics, ¿no? había preguntado con una sonrisa. Le podemos decir a la gente que nos sentiremos más cómodas si nos llaman de esa forma. Si nos respetan, nos llamarán así. Nos haremos respetar. Tenían doce años. Se pasaron una tarde tratando de hacer una combinación con el primer apellido de su madre y de su padrastro, pero el resultado había sido catastrófico. Así que escogieron en su lugar el apellido de una científica que ambas admiraban; Lise Meitner.
El pendrive donde tenía los archivos que estaban en el ordenador del ático había sido guardado en un cajón bajo llave. Karla no deseaba realmente averiguar lo que había dentro, investigar más a fondo esos documentos e imágenes.
Karla no había concedido ninguna entrevista ni tenía intención de desvelar su identidad como la "otra hija". Estaba mejor así. Si lo hacía, las personas, vecinos y periodistas, la atosigarían, bombardearían a preguntas, juzgarían y criticarían sin límite. Sus mejores amigos y algunos de los compañeros con los que mejor se llevaba en clase eran los únicos la habían relacionado con la "pareja terrorista" de la televisión. Karla no había tenido oportunidad de hablar con su madre ni con su padrastro desde la mañana del día veintiocho.
Por otra parte, el cuerpo de su hermana todavía no había aparecido. Había visto la imagen de la que le había hablado la policía, pero no sentía que su hermana hubiera fallecido de verdad. No quería creerlo. Pero aún así lo llamaba "cuerpo". Según lo que le había escrito la policía en un correo electrónico esa misma mañana, sus padres habían continuado negando saber dónde se encontraba Emma. Por supuesto que no. Ellos no lo habían hecho.
Karla había acelerado el paso al caer la noche. Se encontraba a unos metros de su casa, pero dejó de avanzar abruptamente al ver algo en el suelo. Era sangre. Un pequeño rastro, apenas perceptible. Lo siguió. Sin dudarlo un instante. ¿Estupidez o valentía? Karla era demasiado impulsiva.
Al segundo de girar por una bifurcación, siguiendo el débil rastro, y avanzar unos pasos por aquella calle estrecha, se encontró con un cuerpo tirado en el asfalto de la carretera. Parecía sangrar a causa de una herida situada en el abdomen y llevar allí algún tiempo. Aquello era perfectamente posible; esa zona del pueblo no era muy habitada o visitada, salvo por las personas que salían a hacer botellón en esa zona algunos fines de semana.
Karla se acercó a la persona tirada en el callejón y descubrió, incluso a pesar de la penumbra, que era un hombre, y que llevaba puesto un traje formal, de corbata. Apenas podía moverse. La castaña se siguió acercando cautelosamente a él, sacando a su vez la cuchilla que solía llevar encima. La aferró en la mano derecha, agachándose lentamente hasta llegar a la altura del hombre herido. Estaba boca abajo, y con la mano izquierda, Karla le dio lentamente la vuelta por su costado izquierdo.
Decididamente, era estupidez.

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