—Lo he intentado.
—Lo sé.
—Pero la policía cree que las pruebas son definitivas.
—Lo sé.
Leize Irigoyen, madre de Karla y Emma Meitner, asintió lentamente para confirmar lo anteriormente dicho sin dejar de mirar a su hija mayor. Se retorció un poco en la silla en la que estaba sentada, incómoda, y se inclinó hacia delante mientras tiritaba. En la sala para visitas hacía bastante frío. Bajo la cabeza, sin saber qué decirle a su hija.
—Es que... —alzó la cabeza de golpe— ¿sabes que...? —hizo una pausa— Sabes que nosotros no fuimos, ¿verdad?
—Claro que sí —suspiró frustrada Karla— ¿cómo esperas que crea que sois capaces de una cosa así?
—No lo sé, solo...
—La prisión preventiva está haciendo que pierdas la perspectiva de todo.
Su madre la miró seriamente. Después, sin encontrarse con ganas de pelear o de llevar la contraria a tal argumento, se encogió de hombros y suspiró.
—Dicen que todavía no la han encontrado —intentó cambiar de tema Leize.
Karla y Emma habían decidido contarle a su madre que su hija pequeña estaba viva. Ella aún estaba aterrorizada, pero se estaba recuperando de ello. Esti la estaba cuidando en ese momento. Karla se inclinó hacia delante, en dirección a su madre y con la intención de dar esa noticia, bajó la voz.
—Emma ondo dago —susurró en euskera. Su madre era vasca y, porque a Karla le encantaba aprender idiomas, quiso aprender aquella lengua de mano de su madre. Y por Madrid poca gente lo hablaba, lo cual Karla agradeció. Además, había hablado muy bajito.
La reacción de su madre fue la esperada por parte de Karla. Primero, su cerebro tardó en asimilar la información. Después abrió los ojos sin creérselo, respiró pesadamente del alivio y la agitación y terminó por sonreír.
—¿Cómo? —preguntó imitando el tono bajo de su hija. Ésta se limitó a poner un dedo sobre sus labios y a chistar discretamente—. ¿Lo sabe Daniel?
Karla confirmó que su padrastro lo sabía con un pequeño gesto con la cabeza. Volvió a ponerse el dedo índice en la boca cuando su madre hizo el gesto de volver a hablar. Seguramente, para preguntar cómo estaba, para cerciorarse de que estaba bien; a pesar de que Karla se lo acababa de murmurar. Sin embargo, Leize volvió a abrir la boca, esa vez con la intención de preguntar por qué no se lo decían a la policía. O quizás para pedir verla. Su hija le respondió la silenciosa pregunta al momento.
—A pesar de que las horas en las que desapareció no concuerdan con las del periodo de tiempo al que os atribuyen su secuestro, no es prueba suficiente para que os dejen de considerar culpables. Sobre todo, teniendo en cuenta que no podemos decirles dónde estuvisteis justo antes de su desaparición.
Leize asintió inclinándose hacia atrás en la silla. Movió el cuello de un lado a otro, dolorida por la incómoda posición en la que había estado mientras se quedaba pensativa.
—Y su custodia sería de otro —añadió Karla, intentando dar a entender que Emma sería obligada a estar con su padre biológico, aquel del cual no quería saber nada.
Leize no contestó. Ni confesó estar involucrada, indirectamente, en el atentado.
···
Karla tenía una manía muy peculiar; odiaba que la subestimaran, pero ella era la primera en hacerlo.
Había notado eso hacía unos años, mientras pasaba por todo el asunto de su padre biológico y de lo mucho que dio lata hasta que, por fin, Karla consiguió cortar toda relación con él. Lo había notado cada vez que no confiaba en sí misma ni en su fuerza o capacidades. Lo había notado cada vez que miraba atrás y se sorprendía al ver la cantidad de cosas que había pasado. Lo había notado al ir superando progresivamente sus traumas, como el del cuatro de enero. Un día que por poco había arruinado el sentido que tenía para Karla el Día de Reyes. Un día horrible.
Karla se bajó del coche de sus padres y cerró la puerta. Con la chaqueta en la mano, ya que estaba empezando el típico calor sofocante del centro de la meseta -calor que a ella le encantaba. Avanzó unos metros hasta llegar a su casa. Al entrar se descalzó, tirando sus botines por el suelo y dejó la chaqueta en el sofá. Respiró hondo al detenerse en medio de la cocina, y cerró los ojos en un inútil intento de poner la mente en blanco.
—¿Cómo están los padres? —preguntó Emma a su espalda. Karla se giró y se encontró a su hermana en pijama. La saludó con una sonrisa y un simple "bien". Emma se acercó a la nevera y sacó comida. Había estado casi cinco días desaparecida, y no había comido en todo ese tiempo. Por eso, cuando se había reencontrado con su hermana el día anterior, había engullido comida a cada rato. Solo habían pasado veinticuatro horas desde el reencuentro, pero había ganado salud visiblemente. Sus ojeras se habían aclarado a la par que su humor mejorado.
—¿Y Esti? —preguntó Karla mientras cogía un vaso de cristal y se servía agua. Bebió un sorbo y se sentó en la encimera, sonriendo a su hermana. Emma la sonrió de vuelta. A Karla le encantaba verla sonreír.
—Se fue hace cinco minutos, creo que su padre necesita que le eche una mano en casa.
—Ya —respondió Karla, comprendiéndolo. El padre de Esti no tenía buena movilidad en gran parte del cuerpo y necesitaba ayuda a menudo.
Karla observó cómo su hermana se hacía una tortilla y, mientras tanto, mordía una manzana. Conocía a Emma. Los sucesos de aquellos cinco días, a pesar de no poder recordar mucho, la iban a golpear en algún momento. En aquellos instantes parecía estar bien, pero eso iba a cambiar. Era posible que no esa noche, pero quizás al día siguiente sí. Emma tendía a bloquear las emociones fuertes protegiéndose a sí misma de esa forma, pero la muralla siempre se terminaba por romper.
Entonces, tuvo una idea. Karla subió las escaleras corriendo, sorprendiendo a su hermana por su repentina salida, y entró a su habitación abriendo la puerta de golpe. Se dirigió a la estantería y cogió el cuaderno de tapas duras y oscuras. Agarró un bolígrafo y fue al piso de abajo. Al entrar en la cocina, su hermana estaba en el mismo lugar que antes, mirando hacia la puerta.
—Mira.
—¿Qué es esto? —preguntó Emma después de leer aquella frase solitaria: "el control suele implicar desconocimiento". Karla le había tendido ese cuaderno abierto por la primera página, y eso era lo que se había encontrado; con unas palabras escritas a mano por su hermana mayor.
—Es donde escribo lo que se me pasa por la cabeza estos últimos días —contestó Karla. Después, al lado de su nombre, escribió: "y Emma". Así sería el cuaderno de las dos. A continuación, se sentó en la mesa y, debajo de la primera frase, escribió: "Los conceptos del bien y el mal son subjetivos". Emma, entonces, le quitó el boli de la mano y tachó lo que su hermana acababa de escribir. Luego escribió al lado: "Los conceptos del bien y el mal, así como el de la belleza, son subjetivos". Esbozó una leve sonrisa y preguntó:
—¿A quién le puede parecer bello hacer sufrir a una niña? —dijo sabiendo que a Karla no le hacía ni pizca de gracia que la llamaran niña—. ¿Y obligarla a ser partícipe de un acto como lo de los explosivos?
Se quedaron unos minutos en silencio. Ambas pensativas.
—Emma —ésta miró a su hermana—. Te prometo que no me dejaré volver a coaccionar, o a amenazar, o llámalo "x".
—Karla, Karla, Karla —dijo Emma negando con la cabeza—. No te culpo, ¿sabes?
Karla suspiró frustrada. Y se hizo una promesa a sí misma y a su hermana.
—La próxima vez seré más fuerte y buscaré una solución. Siempre hay una salida ¿no? La próxima vez no me lo guardaré, se lo diré a alguien. La próxima vez, evitaré que vuelva a suceder, evitaré que haya otra próxima vez —Karla fue bajando gradualmente su tono de voz hasta quedar en silencio, y a punto de dormirse. Emma la llevó a su cama nada más suceder esto acostándose junto a ella. Fue la noche más tranquila que tuvieron en mucho tiempo.

Comments (1)
See all