Después de abandonar Seattle, Mark se tomó un par de días para descansar. Siempre había rechazado los lujos que conllevaba ser un alfa dominante de una familia acaudalada de Seattle, sin embargo, su departamento era el único lujo con el que se sentía cómodo. Con unas vistas impresionantes que mostraban lo mejor de Manhattan, Mark podía sentir como si todo el estrés que había estado acumulando desapareciera.
Con una taza de té en mano, mirando parte del Empire State que se podía ver a través de su ventana, Mark reflexionó todo lo sucedido estas últimas semanas.
No podía seguir viviendo de un recuerdo fugaz que nunca volverá. Aunque anhele ver de nuevo a Chris y llevar a cabo todo lo que se imaginó esa noche mientras dormían juntos, la verdad es que, pensándolo bien, era imposible. Lo conoció en Las Vegas, un lugar bastante lejos de la ciudad de Nueva York. Él podría ser de cualquier parte del país. ¿Qué tanta suerte debería tener para que Chris estuviera en el mismo lugar que él? Solo sería cuestión de un golpe de suerte, pero no podía depender de eso para siempre. No era un adolescente viviendo de fantasías, era un hombre adulto divorciado de treinta y dos años. Debería sentirse avergonzado por tan siquiera tener esos pensamientos y deseos tan absurdos. La realidad siempre será distinta a la fantasía. Y la realidad dictaba seguir con su vida si no quería vivir miserablemente gracias a un deseo que nunca se volverá realidad.
Es momento de aceptar que no lo volverá a ver jamás.
Quizás Amy tenga razón. Quizás deba seguir con su vida, dejar de ser tan reservado y abrirse a nuevas personas. Nueva York es una ciudad bastante grande, puede que entre tantas y tantas personas, encuentre aquella que le ayude a olvidar a Chris.
Era lo mejor.
Le dio el último sorbo a su té y esta vez, honestamente, se prometió olvidarlo.
El tráfico neoyorquino era estresante como siempre. A través del espejo retrovisor, podía ver al taxista maldecir en silencio al conductor detrás suyo que estaba casi imitando la sinfonía n.° 5 de Beethoven con su claxon. Era algo bastante normal y ya estaba acostumbrado a la peculiar y ensordecedora melodía urbana de la ciudad.
Afortunadamente aún estaba a tiempo para llegar a la sesión de fotos para la revista Time. Le parecía cansado e innecesario hacer la sesión de fotos y la entrevista en dos días diferentes, pero al parecer la entrevista no solo saldría en la revista, sino que también sería filmada para luego ser publicada en el canal de Youtube de Time. Cuando le informaron sobre aquella idea, aunque al principio no estaba muy de acuerdo en ser filmado, terminó aceptando. Youtube tenía mucho más alcance que la revista, así que, en términos profesionales, le convenía bastante que su trabajo llegara a esa plataforma.
Su teléfono celular comenzó a sonar. Al ver el nombre en la pantalla, contestó inmediatamente.
―¿Cómo es que el galardonado Mark Kennedy no me ha avisado de su regreso a La Gran Manzana?
―Señor Craig. ―saludó Mark mientras miraba por la ventana, afortunadamente el taxi ya se estaba moviendo más rápido.
―Caray, Mark. Solo llámame Joseph.
―Es difícil llamarle de esa manera cuando es el editor ejecutivo de The New York Times ―bromeó.
Joseph Craig era el primer omega en ser editor ejecutivo. Muchos argumentaban que el motivo de su nombramiento fue porque era el omega del CEO de The New York Company, pero Mark sabía que Joseph era un excelente periodista y tenía más que merecido ese puesto. Curiosamente, el trabajo de Joseph fue parte de los motivos que tuvo para convertirse en periodista.
―Desde que ganaste el Pulitzer te perdí de vista. Escuché que te fuiste a celebrar solo en Las Vegas, ¿te divertiste?
Aquella pregunta le tomó por sorpresa. Lo último que quería era recordar lo que pasó en Las Vegas, pero se había prometido dejar todo eso atrás, así que contestó con naturalidad:
―Sí. Las Vegas siempre será un buen lugar para divertirse.
―¡Por supuesto que lo es! Debería ir a Las Vegas con mi esposo para celebrar mi cumpleaños. No todos los días se cumplen cincuenta años.
―¿No eres un poco viejo para ir a esos lugares?
―¡Tonterías! Nunca se es demasiado viejo.
Mark escuchó una risa a través de la bocina de su teléfono y casi inmediatamente comenzó a reír también.
―Espero que podamos reunirnos pronto. Aunque sea un café… Bueno, yo un café y tú un insípido té ―aunque era una burla por su gusto por el té, Mark sonrió―. Le conté a mi esposo de tu regreso, me pidió casi rogándome que publiques pronto en el periodico. Sabes que The New York Times siempre será tu hogar.
―No es que vaya a ganar un Pulitzer cada vez que publico algo.
―Sabes que no es por eso, muchacho tonto.
Mark sonrió de nuevo.
―Dame un respiro. Aún sigo con entrevistas por el premio.
―Lo sé, escuché que serás portada en Time. Estoy orgulloso de ti.
―Gracias… ―hizo una pausa al darse cuenta que estaba cada vez más cerca de su destino―. Después de todo este ajetreo, ¿qué tal si organizamos una cena? Tú, tu esposo y yo. Ya sabes, ponernos al día.
―¡Me parece una idea bastante buena! Avísame con tiempo, hijo. Para que me asegure que la agenda de Waylon esté libre para la cena.
―Lo haré, no te preocupes.
―Por cierto, ¿recuerdas que te dije que quería reclutar a un periodista digital independiente?
A Mark le tomó un momento recordar.
―El periodista que hace publicaciones en internet sobre empoderamiento omega, ¿no? ¿Cuál era su nombre de nuevo?
―Christopher Newman. Después de tanto tiempo por fin ha aceptado trabajar para nosotros.
―Al parecer compliste tu deseo de tener a alguien que deconstruya el estereotipo alfa y a la vez tener a un impulsor del empoderamiento omega.
―Es tiempo de cambios, Mark. Por un mundo mejor. Ojalá regreses pronto al periódico y así lo conozcas.
―Por supuesto ―el taxi se detuvo. Al fin había llegado al lugar donde le habían citado así que se despidió de Joseph―. Hablamos después, Joseph. Me alegra que hayas llamado.
―Si no lo hago yo, tú nunca lo harías. Te olvidas de este viejo que te tendió la mano ―por las risas que podía escuchar a través de la bocina, sabía que estaba bromeando.
―¡Oh, vamos! ―contagiado de nuevo por la risa de Joseph, Mark dijo antes de colgar:― Cuidate.
Mark le pagó al taxista y salió del vehículo. Al entrar al edificio, tuvo un recibimiento tan efusivo que se sintió avergonzado por tanta atención. Era solo un simple periodista pero al parecer haber ganado un premio como el Pulitzer tenía mucho peso en su trayectoria.
―¡Sr. Kennedy! Bienvenido. Gracias por darnos la oportunidad de tenerlo en la revista Time.
El saludo de aquel hombre que lo abordó de repente sonaba demasiado metódico. Probablemente se la había pasado repasando esa frase una y otra vez para no fallar. Mark mostró su mejor sonrisa profesional y respondió:
―Gracias a ustedes por considerarme.
Las palabras siguientes de aquel hombre fueron tan genéricas como en cualquier otra entrevista. Las típicas palabras que probablemente eran obligadas a decir por los altos directivos para hacer quedar bien a la revista. Aun así, no pudo evitar poner atención.
―Sabemos que es la primera vez que acepta una entrevista en donde exponga su imagen. Gracias por darnos la oportunidad de ser los primeros en mostrar la cara del alfa que está dejando en evidencia la normalizada tiranía alfa.
Mark sonrió de lado. Era la primera vez que escuchaba la palabra “tiranía” refiriéndose al contenido de su trabajo. Ciertamente era una forma bastante interesante de verlo.
El hombre continuó:
―También sabemos que busca un contenido sencillo para las fotos. El fotógrafo a cargo está al tanto de eso y ha diseñado una sesión sencilla pero a la vez bastante representativa. Sin embargo, es su primera vez dirigiendo una sesión, así que pido disculpas anticipadas por cualquier problema que pueda ocurrir.
―No se preocupe.
―Se lo presentaré.
El hombre se alejó de él apenas entraron en lo que parecía un departamento casi vacío con la excepción de lo que había sido traído por la gente de la revista. Por lo que podía observar, la mayoría de las personas presentes eran betas y uno que otro alfa normal.
Pronto aquel hombre regresó acompañado de al parecer otro beta, más pequeño pero a la vez con una cara bastante bonita. Nunca pensó que los betas masculinos podían lucir tan lindos como aquel hombre: Cabello negro ondulado, ojos color ambar y un rostro blanco con algo de pecas. Desgraciadamente, esa sutil belleza estaba siendo opacada por unos horribles anteojos.
―Sr. Kennedy, le presento a Eric Marshall, el fotógrafo a cargo.
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