¿Alguna vez has tenido el presentimiento de que el mundo se está riendo de ti?
Yo más de las veces que puedo contar. Si me pongo a repasar mis veintiséis años humanos, la cosa se pone deprimente y no queremos eso. Así que aquí los tres más recientes:
Cada vez que me encuentro una nueva estría, de esas rojas y abultadas que parecen la agresión de un animal salvaje. (Esos días paso la tarde deprimido comiendo helado, porque puedo... el helado es barato en esta ciudad, más si lo haces tú aunque te quede horrible).
Cada vez que duermo en este sillón tan pequeño e incómodo mientras escucho follar a la pareja que vive conmigo. Y los envidio mucho y una vez me metí un algodón en cada oído y al día siguiente se habían metido tanto que necesité ayuda para sacarlos. Ayuda de las mismas personas que me hicieron ponerlo en primer lugar.
Y el de justo ahora, un citatorio. No cualquier citatorio: EL CITATORIO.
Es mi fin. Es el mundo y el inframundo riéndose de mí: Oh pequeño Dennis, no te acomodes en tu patética vida, podemos revolcarla más ¡Así es tu suerte!
—Estás exagerando —dice Daya, la novia de mi exnovio, mientras me arrebata la carta a la que he dicho toda esa retaleta de cosas—. ¿Quién es tan raro como tú para seguir enviando mensajes a la antigua?
Ponerme pálido es lo menos que puedo hacer, es eso o chillar como un loco poseído. Y me niego a perder la compostura, por ahora, así que me quedo en el pequeño sofá, encajo mis uñas en el reposabrazos para evitar moverme. Daya no sabe que los altos jefes demoniacos no confían su comunicación a la tecnología, para ser honesto yo tampoco lo sabía pero sus razones tendrán.
Daya tuerce sus labios pintados de azul neón, luego frunce las cejas y al final sale de esa boquita una carcajada que seguro escucha el horrible vecino que tenemos.
—¿Qué clase de broma es esta? —exclama con desprecio cuando me arroja el papel, yo lo cojo en el aire.
—Una muy mala, es evidente —digo sonriendo ya tranquilo y controlo el temblor de mis manos, soy muy bueno en eso.
Daya asiente y se marcha a nuestra diminuta cocina.
Yo suelto el aire y sigo leyendo: EL PECADO CAPITAL DE LA CODICIA SOLICITA SU PRESENCIA EN XXX A LAS XXX. URGENTE. (Inserte sello de la realeza)
Apenas termino de memorizar la dirección, la hoja se consume por combustión espontánea, gimo cuando veo que me dejó una quemada en la palma. Quiero correr a ponerle agua, pero ¿Cómo le explicaría esto a Daya?
Listo. Mi vida está sentenciada.
A nadie, repito, a nadie, le gustaría encontrarse con alguno de los demonios que lideran esta ciudad. Menos ser llamado a su oficina.
En Drych se cayó uno de los templos sagrados que separaban a los tres mundos: El metamundo, el interludio y el inframundo. El metamundo está gobernado por nuestras antítesis, esos seres de colores brillantes y toda esa purpurina existencial e inmortal (Nunca he visto a los Dioses superiores, pero así me los imagino y en mi imaginación solo mando yo). Mientras que en el interludio viven los humanos y, debido a la caída de ese templo, digamos que el inframundo chocó con el interludio y ahora aquí residimos otras criaturas, entre ellas nosotros los demonios.
De entre toda esta variedad los Siete Pecados Capitales son los demonios de más alto rango que manipulan los hilos de todo lo que acontece a nivel político, económico y social.
Un demonio como yo, tan chiquito e insignificante está obligado por el contrato de nacimiento, a obedecerles. Así que mientras finjo que todo va bien en mi vida, tomo la novela romántica de época con la que estoy obsesionado desde esa mañana y paso página sin realmente leer, necesito pensar qué demonios he hecho yo que uno de esos sádicos demonios tenga que llamarme personalmente.
¡No merezco tal atención!
Y mira que lo digo de la forma menos despreciable por mí mismo que puedo, pero es que no tiene sentido. Nosotros sobrevivimos en este lugar, nunca nos llaman. Es como un rey concediendo una cita a un plebeyo. ¿Para qué?
¡Para que le corten la cabeza!
—Daya me dijo que te llegó una carta con una broma de mal gusto —dice mi exnovio saliendo de su cuarto, viene mordiendo el emparedado que Daya le ha hecho.
Señores del inframundo, ya es medio día y este tipo seguía en la cama. Un poco de decencia.
Me muerdo la lengua, vamos, ¿Cómo me atrevo a juzgarlo? Yo vivo con mi ex y la novia de mi ex. ¿Alguien vio por dónde se me cayó el orgullo? Porque yo no.
—Una broma horrible —gimo y le extiendo la hoja. Él la lee con las manos temblorosas, se sienta a mi lado con el semblante oscuro.
—¡Maldición! Dennis ¿En qué te metiste?—reprende en mi oreja para que Daya no nos escuche.
—¡No he hecho nada! —digo molesto.
—Siempre mientes, Dennis. ¿Qué has hecho?
—Piensa positivo, ¿Qué tal si es un aumento? ¿Qué tal si descubrieron que mi padre era de la realeza y por mis venas corre sangre demoniaca real? ¿Qué tal si soy uno de los pecados capitales perdidos? ¿Eh?—Me pongo de pie sobre el sofá agitando el libro—. ¿Y si es una próxima historia de amor? ¡Oh! ¡Ohhh! ¿No sería eso un sueño hecho realidad? ¡Tal como en las novelas de Avenor! Yo, un simple plebeyo, un siervo inservible e insufrible que enamoró a primera vista a uno de los duques del inframundo. Y el señor me poseerá y me protegerá y me amará y...
Luego caigo en cuenta que se lo estoy diciendo al idiota con el que rompí precisamente porque...
—Eso es exagerado hasta para ti ¿te has visto en un espejo últimamente?
Porque nunca me encontró atractivo.
—Claro, estoy deslumbrante como siempre.
Mentira. No me miro en el espejo por voluntad propia. Sé que soy desagradable a la vista. Me tiro de vuelta al sofá, Sekvan me da un par de palmadas en el muslo, con esos ojos de compasión que siempre ha tenido para mí.
—Eres nulamente sexy, un virgen tiene más experiencia que tú ¿Cómo conquistarías a uno de esos pecados que seguramente tienen un harem para ellos?
—¿Nunca has tocado una comedia romántica en tu vida, Sekvan? ¿Has leído "Cuando el caballero sentimental se casó con la duquesa de alma fría"? O ¿Qué tal "El rey tiránico se ha enamorado del mago de la torre oscura"? ¿Qué me dices de "Su alteza, no lo amo pero mentiré para que no me mate en esta vida"?
—Dennis... esta ciudad no es para soñar.
Sakvan lo dice con suavidad. Sé que esa lástima es la que lo ha orillado a dejarme vivir con ellos.
...
Soy tan afortunado.
****
Huir es una de las reglas elementales de la supervivencia.
Cuando eres una presa, cuando no tienes las herramientas ni materiales, ni físicas, ni de personalidad para enfrentar a tus enemigos, la primera opción siempre es: Corre sin mirar atrás.
¿Pero se es capaz de escapar de alguien como el pecado de la Codicia? ¿No sería una locura siquiera intentarlo? Me encontraría y me despellejarían vivo.
Así que aquí estoy yo, claro que sí. Subí hasta un piso 155, en uno de los edificios más altos de Drych. Esta gente tiene esa fijación por las cosas altas, entre más arriba estés, más demuestras tu poder. Tan básico, tan simple y tan efectivo porque las piernas me tiemblan con solo la presión de estar aquí arriba.
Miré hacia abajo cuando venía por el pasillo y todos se veían tan insignificantes que me dio dolor de corazón. Así nos ven todos, así de pequeños, en una categoría menor a la de bichos reptando entre las coladeras comunales de los barrios pobres.
Una mujer demonio me guía hacia la oficina, ni pregunta mi nombre ni mis motivos.
Cuando entramos al recinto me quedo sin habla: una oficina recubierta de acolchonadas paredes de color verde oscuro. Una bruma tan espesa y fuerte me aplasta desde el escritorio principal. Es obvio que los Pecado Capitales no se parecen en nada a demonios ordinarios como yo. Su poder es tal que te doblegan sin siquiera intentarlo.
Por más vueltas que di en mi cabeza la noche anterior, no encontré una sola pista que me trajese a esta situación. No hay nada en mí que sea necesario para alguien.
—¡Dennis Kempt reportándose, señor! Mi señor, su majestad, su alteza... todas mis inútiles partes a su servicio.
Alguien póngame cinta en la boca, por favor. ¿Me debería de hincar? ¿Hago una reverencia? ¡Madre de los mil pisos! Nunca aprendí sobre protocolo en estas situaciones. Actívate instinto de supervivencia.
El demonio me barré con esos ojos verdes brillantes, una bruma que sale de la nada le cubre el rostro, así que no puedo ver sus facciones. Ese es uno de los poderes de un alto rango, si yo pudiera hacer eso también andaría así para que nadie me hablase.
Este es Codicia, el hermano mayor. Se rumorea que es el más serio y frío de los hermanos. Sinceramente no tengo intenciones de conocer al resto, solo quiero volver a mi vida sinsabor, gracias.
—¿Quién? —pregunta y su voz me recorre con desprecio. Sus cuernos apuntan hacia mí, un movimiento en falso y me regresarán al inframundo donde me utilizarán como combustible para los pozos de fuego.
—Dennis Kempt, demonio inferior, de la clase más baja y despreciable, sin valor alguno, ese Dennis Kempt. Me mandaron un citatorio para hoy.
Entrelazo mis manos y juego con ellas, bajo la mirada.
—Claro, tienes razón —dice y escucho que teclea la pantalla holográfica—. ¿Conoces a Zachary Wayne?
Parpadeo atónito. Mi cerebro derrapa, es ir a toda velocidad con los patines por pendiente y luego ver un obstáculo imposible de esquivar, intentas frenar y en el proceso te vas de cara y das tres vueltas contra el húmedo pavimento.
—¿Señor?
—Que si conoces a Zachary Wayne, es sencillo: ¿Sí o no?
—Lo conocía, señor. Hace veinte años que no nos vemos.
Escucho como la silla cruje, no me atrevo a levantar la vista.
—Me servirás. Dennis Kempt, tienes que seducirlo.
Tres de mis neuronas se agarran sus manos y reciben una descarga eléctrica, allá van. No volverán, cada día me vuelvo más tonto.
—¿Cómo dice, señor?
Alzo la vista, la sonrisa que se trasluce entre la bruma oscura de sus facciones me hiela la sangre.
—Es "Sí, primer duque"
—Sí, primer duque.
—No deberá ser difícil para ti. ¿No eres acaso un demonio de lujuria?
La poca sangre que me queda se va a mi cara. ¿Ha visto mi peso, señor, digo, primer duque? ¿Cómo le digo que no he tenido acción en los últimos tres o cuatro años? ¿Cómo le digo que un pedazo de carne congelada tiene mejor desempeño sexual y carisma que yo? ¿Debería saltar por el ventanal?
...
Ahora estoy a 86 pisos de altura.
La mayor diferencia es que hace unas horas estaba protegido por las paredes y los ventanales, ahora solo un andamio de metal y unas cuerdas ajustadas a mi cinturón de trabajo me impiden la caída libre.
—No creo que terminemos a tiempo —se queja mi compañero metiendo el rodillo en la bandeja del líquido protector.
—¡Claro que sí! Zhuz, zhuz y en dos patadas estarán hechos todos los vidrios de este piso.
Sonrío, mi compañero no me regresa la mueca.
En Drych llueve 28 de los 34 días del mes. Los días en que el cielo se despeja por algunas horas, los dueños de los altos rascacielos mandan a sus empleados a impermeabilizar los vidrios para que los señores de dentro puedan seguir viendo la ciudad a sus pies.
Nos conocen como "Ripsie", los limpiadores de las escaleras del cielo. Suena bonito, no sé si creer que lo sea. Pagan mejor que en muchos otros lugares.
Me miro en el reflejo mientras paso el rodillo por los ventanales, tengo la cara demacrada, los ojos hundidos con unas ojeras negras que pareciesen maquilladas. Mi cabello está opaco, algo que es deplorable porque es naturalmente de colores vibrantes: morado que se degrada a rosa. Si esos dos colores se ven sucios y apagados, son solo un reflejo de mi yo entero.
—¡46789! —grita mi compañero, no entiendo por qué hasta que es muy tarde, me apoyo en el barandal de metal, este se desprende, no consigo agarrarme al otro porque justo entonces mi mano arde por la quemada de esa mañana y en un parpadeo el andamio se desprende, me resbalo y caigo en caída libre, la adrenalina me late en los oídos y mi estúpida vida no pasa frente a mis ojos, solo los reflejos de los bien limpiados vidrios, hasta que me estrello contra una ventana varios pisos abajo—. Iré por ayuda, aguanta 46789.
Si tuviera alas como los Pecados Capitales, no me preocuparía lo más mínimo. No las tengo, el reflejo me recuerda que solo vivo de milagro, ahora estoy más pálido que antes, la poca sangre que corre por mis venas se ha evaporado y no me atrevo a mirar hacia abajo.
Entre ver el suelo en el que me estrellaré o ver mi propio reflejo, me encuentro tentado a agachar la cabeza. Me río de mí, saco la lengua, tuerzo un ojo, me pico la nariz. Debo practicar mi cara de pánico, mi cara de: Se murió como huevo estrellado.
Abro los ojos, miro un poco hacia arriba, hago como que grito por ayuda. Es una buena cara, sí.
¿Cómo espera Codicia que me acerque a Zachary con esta cara? Sí, nos conocimos de pequeños en un orfanato. Pero de eso hace casi veinte años, no debe recordarme. Yo lo recuerdo, claro, fue mi primer socio de umbra aunque él no lo supiera, su sola presencia me mantenía sano y fuerte.
Pero bastaba ver nuestras posiciones actuales: Yo, el ripsie 46789, a punto de matarse y él un magnate de las comunicaciones que estaba empezando a ser un peligro a los intereses de los duques del inframundo.
No me dieron detalles, dijeron que me harían llegar la información más tarde. Pero el duque Codicia no buscaría investigar a un humano común. Estoy mirando hacia la ventana cuando noto un reflejo, hay un hombre de pie mirándome. No sé cuánto tiempo lleva ahí ni si ha visto todas las caras miserables que hacía.
Lleva el cabello bitono, abajo negro, por encima azul oscuro. Sus ojos son del mismo tono, por lo menos es lo que creo, el reflejo del vidrio no me deja mirar bien, pero reconozco un traje carísimo cuando veo uno.
El infeliz me señala algo en el vidrio, entrecierro los ojos para averiguar de qué se trata.
Este hijo de... ¿Me estás señalando una mancha? ¡Estoy por partirme la vida desde un piso 76 y a ti te importa más una mancha!
Lo saludo con mi mejor sonrisa y señalo el arnés, lo más lógico sería pedir su ayuda, pero conozco a los hombres como él. Solo les importa su propia comodidad, no levantarían la voz para salvar a alguien.
Esto no es enteramente su culpa, la umbra que sale del inframundo los afecta, distorsiona sus prioridades, los convierte en estos humanos descorazonados.
El tipo se gira, garabatea algo en una hoja, espero que me esté preguntando si estoy bien, se gira y me muestra el mensaje: PARECES UN PEDAZO DE CARNE SECA METIDO EN EL CONGELADOR.
¿Este hombre de qué va?
Ladeo la cara, sin quitar la sonrisa, pero la ira me está subiendo por la garganta.
Oh, Duques del inframundo, solo espero que ese trabajo no sea complicado y me deje irme de esa casa y de este odioso trabajo lo más pronto posible.
El hombre acerca su boca al ventanal y exhala aire caliente que empaña el vidrio, luego escribe: DESPEDIDO.
Alguien, quien sea, sáqueme de aquí.
Espero que Zachary sea menos antipático que este cabrón que me da la espalda al otro lado del vidrio. O esta se convertirá en una pesadilla de tiempo completo.
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