TERCERA MISIÓN: La tercera es la vencida. Digo, aprovechar mi toma de peso.
Estado: Extraña y Fallida
Esto es denigrante, pero si lo tomo como una oportunidad los nervios no me matarán ¡Solo es una levantada en brazos, Dennis! no te está... no te está... ni siquiera sé con qué comparar la bizarra situación.
Iham me recuerda que es mi día de toma de peso, lo dice frente a todos los compañeros.
—¿Por qué a ese jefe con corazón de hielo le importa tu peso? —pregunta Welland con un tono ácido de voz.
—Tal vez tiene corazón —interviene Lauv pasándose la mano por su pelo rubio.
—Fue una condición para el puesto —respondo yo harto de que hablen de mí como si no estuviera.
—El jefe no quiere una mala imagen para su empresa, si Kempt se ve desnutrido la gente pensará que Thoug Media no paga lo suficiente —zanja Iham mientras me arrastra a la oficina.
Mi corazón late muy rápido, me pregunto si volverá a cargarme como el mes pasado. No puedo creer que ya haya pasado un mes entero, en aquél momento pensé que Zachary era, en el fondo, el mismo chico amable que recordaba, pero este mes me ha dejado muy en claro que la fama de jefe tiránico se la ganó a pulso.
No solo por lo que se comenta entre mis colegas (adoro usar esa palabra), sino por sus actitudes y la pesada carga de umbra que le he visto crecer con cada día que pasa.
Entro a la oficina, él sigue checando su holopantalla.
—Párate justo ahí —dice indicándome el centro de la alfombra, Iham nos deja solos. Yo tengo la garganta seca y no es solo por los nervios, es porque su umbra ha crecido como un miasma detrás de él, como una aura, pero negra y espesa. Me tiembla el estomago, mi piel late por contacto. Es poner un oasis frente a un hombre a punto de morir de sed. Es un trozo de la mejor selección de carne frente a tipo atrapado en una isla que ha comido bayas los últimos cuatro años de su vida. Quiero acercarme y tocarlo, si tan solo me dejara... —. ¡Kempt!
Me doy cuenta que me acerqué de más, mis dedos rozan la manga de su brazo. Oh señor, por favor, un poquito. Un poquito. Respiro, él aleja el brazo y lo maldigo en mi fuero interno.
Espero no estar poniendo la cara de un maniaco sexual o algo por el estilo. Se levanta y rodea el escritorio hasta quedar a mi lado. Lleva una gabardina larga blanca con símbolos negros, traje azul oscuro con chaleco y corbata. ¿Por qué siempre parece que irá a una pasarela de moda?
—Quieto —dice cuando activa el reloj de su muñeca y una luz me barre con un sonidito electrónico—. Es una app de peso.
Asiento. Él se queda analizando el reloj, se muerde los labios hasta que se le ponen rojos. El rojo es un color muy bonito. El negro, como la umbra procesada por emociones negativas, más.
No sé qué esté pasando Zachary en este momento, pero lo tiene lleno de resentimiento y orgullo. No son mis comidas preferidas, soy un demonio de lujuria después de todo, pero en este punto solo quiero comer.
—¿Pasé? —digo temeroso, estuve tocando gente extraña en el centro para alimentarme, pero no se siente bien, solo lo hice para no perder el trabajo. Sé que gané peso, aunque no el suficiente.
—No lo sé —gruñe.
¿CÓMO QUE NO LO SABES? ¡Cómo se atreve a ponerme condiciones extrañas y luego no tener forma de...!
Me toma de la cintura, oh alabado inframundo, umbra. Umbra que se cuela por los poros de piel ligeramente expuesta de mi ropa, ahí donde tocan sus fríos dedos de uñas cuidadas. Deliciosa, familiar, Zachary siempre ha sido delicioso, diría que ha mejorado con los años. Es exquisita, me tensa el cuerpo, calienta mi sangre y me siento rebosante, dame más. Más.
Me eleva por un momento, no me importa, caigo a sus brazos de nuevo, me da pequeños sacudones como si se estuviera cerciorando. Yo me aferro a sus bíceps, necesito quitarle la ropa, quiero lamerlo.
—Raro —dice cuando me baja y yo gimo de disgusto—. Es como si hubieras ganado peso en el momento en que te cargué. Déjame revisar —me toma de la barbilla, ahhh que rico, que alivio, no estoy satisfecho pero es algo—. Incluso tus ojos han recuperado un brillo que no tenía cuando entraste.
—Es por ti —jadeo y me froto con su mano.
—¿Qué?
—Es por usted, mi jefe que gané peso. Si eso es todo, muchas gracias, perdón, digo, ¿Eso es todo?
—No me hagas despedirte, Kempt —rezonga introduciendo sus datos en el reloj, luego vuelve su vista a mí. Sus cejas se encuentran en el medio de su frente y yo escapo con el corazón rebosante y el estómago contento. ¡Ah si solo no fuera un imbécil tiránico y frío!
CUARTA MISIÓN: Es mentira que hay que rendirse a la tercera, sacarle información borracho.
Estado: Es complicado
Bien, puedo ser un poco vergonzoso.
Soy un chico tímido, es lo que hay. Así que debo admitirme a mí mismo que acercarme a mi jefe va a ser más complicado si no encuentro una excusa que no me ponga como un maniaco adicto al sexo o algo parecido.
Aunque solo quiero comer, las formas en las que los demonios lo hacemos pueden malinterpretarse tan fácil. Por eso aprendemos a engañar y a mentir, para sobrevivir. Y la umbra de Zachary, aunque bajó luego de nuestra "toma de peso", ha vuelto a incrementar poco a poco conforme llega el último día de la semana.
Y yo estoy tan hambriento y tengo tan cerca la mejor comida, de excelsa calidad, tan cerca que soy capaz de hacer LO QUE SEA, para conseguirla.
Luego recuerdo que no servirá de nada comer si el duque Codicia no está conforme con mis resultados este mes. Toda la felicidad se ha ido, solo queda la desesperanza.
Entonces explota la bomba, la investigación de Welland sobre la corrupción en el negocio de las tierras de Drych, es nominada para el premio de este año de periodismo.
¡Genial! A aumentarle el ego al imbécil de Welland. Espero que con esta noticia, me asignen a alguien más, es obvio que yo no estoy capacitado para guiar a un posible nobel de...
—Lo harás tú, Kempt —dice Zachary en la junta de ese día, donde nos dieron a conocer la nominación.
—¡Señor esto es una locura! —interviene Iham.
—Jefe, con todo respeto... —Welland intenta hacer contacto visual desde su silla con Zachary quien sigue absorto en su tableta—, tengo una queja.
—No me interesa, Welland. Kempt será tu editor, yo mismo supervisaré el proyecto. Las bases de la nominación deben ser actualizadas. Tu reportaje tiene un año de desfase con la realidad y necesitas actualizarlo.
—Para el premio no es...
—Es relevante, Welland. Lo digo yo.
Iham asiente y cambia la gráfica de periodos de entrega que tenemos en la holopantalla.
—Deberíamos beber para festejar —me escucho decir y digo me escucho porque llevo pensando cómo sacar el tema de beber todos, así sin presión, que suene casual y es hoy o nunca.
Iham se arregla los lentes, ha empezado a usarlos recién, creo que son solo por estética.
—Es una buena idea, jefe.
Zachary niega y da por terminada la reunión. Antes de que salga grito:
—Estaremos bebiendo en el piso de la sala común, todos los involucrados —Welland está a punto de rechazarme, lo veo en su cara, así que agrego—: Es para celebrar a nuestro apreciado, grandioso, magnífico Welland y lo orgulloso que estoy de trabajar con él así que yo... yo invito. ¡Lo esperamos, jefe!
Allá va mi primer y segundo salario. No llores, Dennis, no llores.
Zachary se detiene en el marco de la puerta, rasca discretamente el metal de la bisagra.
—Si es para celebrar a Welland, invito yo —y hace como si decir esa simple palabra le costase una cuerda vocal.
—¡Así que asistirá! —grito levantándome y pegando con las manos la mesa, sonrío porque de verdad esta es una oportunidad de oro—. ¿Verdad?
—No.
Se marcha, aunque da una pequeña mirada hacia atrás antes de desaparecer en su oficina.
—Yo lo convenceré —dice Iham y me guiña cómplice. No sé cuándo nos volvimos cercanos, no creí que lo fuéramos hasta justo este momento.
Te amo, Iham.
...
Pasan de la media noche con 37 minutos, exactamente el tiempo que dura un día. Por lo que ya todo están medio borrachos y yo convencido de que volveré a dormir en el cubículo porque no tengo forma de volver a casa.
Pues justo entonces Zachary sale de su oficina, se ha quitado la gabardina y el chaleco, va con la camisa negra remangada y sin la corbata. Nos mira, somos cinco personas tiradas en el suelo de la sala común con botellas de licor vacías. Yo resisto muy bien el alcohol, pero sé fingirme borracho.
—¡Jefe! Siéntese, tome con nosotros ¡Celebre un momento! —digo y hasta hipo.
Iham está en una silla a mi lado, no ha querido rebajarse al suelo, lleva dos cervezas y continúa con la tableta, trabajando.
—Lo prometió —es todo lo que Iham dice y Zachary bufa, nuestras miradas se encuentran, tuerce la esquina de la boca.
—Así que no has cambiado tanto —dice en mi dirección, oh Zachary, si supieras que solo actúo. No soy el de antes, aunque no hay tiempo para arrepentimientos. Necesito acercarme, sacarte información y para eso te necesito borracho.
Welland y Lauv se encargan de eso, te tienen miedo así que también te sirven con demasiada cortesía fingida.
Cuando éramos adolescentes nos robamos unas pastillas del religioso Kent para probarlas. Eran estupefacientes muy fuertes, hicimos tonterías toda la tarde, recuerdo algunas, aunque no todas. Zachary es del tipo que cuando está fuera de sí habla de más, dice incoherencias pero también esas cosas que no se atreve. Siempre fue honesto, nunca le gustó mentir, pero si podía evitar decir algo vergonzoso, se quedaría callado.
Aquella tarde estábamos tan drogados que tuvimos visiones, yo soñé con cielos rosas llenos de estrellas, él dice que soñó que mi cabello era de algodón de azúcar, lo sé porque despertamos y él me chupaba la oreja.
¡Qué tiempos!
Una hora más tarde estamos todos fuera de nosotros mismos.
—Y esta chica no dejaba de seguirme —presume Welland—. Guapísima, pero muy insistente. ¡Tanto que daba miedo! Sé que sabía quien era, en los círculos importantes ya todos saben quién soy.
—¡Eso no es nada! —recrimina Zachary, la primera cosa que ha dicho desde que se sentó, todos se giran a verlo, está absorto en su vaso del licor que ha traído de su oficina, se ve fuerte, nadie tomó de su botella—. Yo estoy lidiando con un empleado que no deja de seguirme, me persigue, no me aparta la mirada y quiero saber por qué.
Nadie entiende nada hasta que clava sus ojos en los míos, la boca de Welland se abre pero no sale un sonido de ella. Mi corazón sí que se dispara. Oh, oh oh...
—¿Qué quieres, Kempt? ¿Qué información quieres de mí? ¿Por qué me sigues tan insistente?
—Tal vez es un espía de la competencia —articula Welland acercándose a mí con la boca en un puchero—. Siempre me has parecido sospechoso, queriendo lamerle las bolas al jefe.
¡No! Me pongo pálido, no tengo una excusa creíble para haberlo seguido, pensé que no se había percatado.
—¿Es eso? —dice Zachary y noto la amargura de su voz—. No serías el primero, Kempt. ¿Eres un espía? ¿Te ha enviado Armen?
Y se ríe con una crudeza que nos deja fríos a todos, Lauv hace contacto visual y me niega, sé que quiere que recuerde su anécdota. Noto los dedos de Zachary presionando el vaso, no sé cómo pero sé que va a romperlo, sus ojos taladran justo en el centro de mi frente. Quiere la verdad, sus labios están tensos y soy consciente de que este hombre no confía en las personas.
Y mis motivos ocultos no serán fáciles de esconder si no consigo una mentira fuerte, una mentira que sea capaz de disipar dudas y que encaje en mis acciones.
—¡Se ha quedado mudo porque es verdad! —cacarea Welland.
Recuerdo una de las últimas novelas que leí: "¡Me confesaré, querido esposo, así que no me mates esta vez" y tal vez no resisto tanto el alcohol como creí, porque en cuanto veo esos ojos azules escrutándome de arriba-abajo, un miedo me inunda el sistema y procedo a hacer la mayor tontería que he hecho, me medio levanto, tambaleante, doy otro trago y grito:
—Porque... porque... ¡Estoy enamorado de usted!
Un silencio cae como un manto de concreto sobre todos
Un silencio cae como un manto de concreto sobre todos. De mientras yo imploro a las profundidades del inframundo porque esta mentira funcione.
—Dennis, estás borracho... está borracho, jefe, no sabe lo que dice —intenta articular de forma decente Lauv, pero está pálida y a punto del desmayo.
Zachary niega, el vaso colapsa entre sus dedos, se hace trizas y la sangre escurre por el antebrazo desnudo hasta la manga. Iham se levanta para ir por papel, pero el jefe niega y sacude la mano.
—¿Crees que caeré en una mentira así, Dennis? Sería estúpido para caer por la misma escalera.
Ojos gélidos, ya he lanzado esa mentira y la mejor forma de mentir es aderezarla con verdad.
—¡Lo hago! —grito de nuevo y esta vez me pongo en pie—. Fuiste mi primer amor, cuando nos quedábamos recostados en el techo del templo en silencio, cuando hacíamos travesuras juntos, te quise desde el momento en que compartiste conmigo el trozo de pan que defendiste con puños de los otros niños. No entré a trabajar creyendo que te encontraría, pero en cuanto te vi todos esos sentimientos resurgieron... aunque eres frío sigues siendo tú, y... y... también te amo ahora, no al recuerdo, al tú de hoy, incluso cuando no quieres a nadie cerca. No te pido que me quieras, solo quiero estar a tu lado un poco más, acercarme es suficiente. Te he extrañado mucho... oh, cielos, te he extrañado tanto, Zach y yo...
No quiero llorar. He dejado de llorar desde hace mucho, pero el corazón me late tan a prisa que me duele el pecho y mis recuerdos están tan mezclados que los ojos del niño que fue se superponen a los del tirano que hay frente a mí.
Tú ya no puedes querer, Zachary, lo sé.
Yo tampoco. Y de entre todas las personas del mundo, sé que ni tú eres para mí ni yo para ti. Perdóname por esta mentira, créetela y solo déjame hacer mi trabajo.
—Pff —Zachary hace un sonido que parece una risa o... un bufido o algo así, mueve el vaso de licor y sus ojos febriles siguen el movimiento del líquido, se hecha hacia atrás y los músculos se le marcan por debajo de la apretada camisa negra cuyos botones van a reventar justo a la altura de sus pectorales—. Pruébalo.
—¡Claro!... ¿Cómo?
Él se empina el resto de alcohol, me sonríe como nunca lo ha hecho, ladino, juguetón. Ebrio.
—Vamos a una orgía —me invita con esa voz ronca, acalorada por el licor, sexy que... ¿qué?
Lauv se desmaya. Alguien entra en un ataque de pánico y lo escucho correr al elevador. Welland vomita en la maceta del área de fumadores. Iham tira la tableta y se revienta contra el piso.
—¿Cómo dice?
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