Tengo una habilidad de la que me enorgullezco: cuando estoy absorto en el trabajo, mi mente expulsa cualquier otro pensamiento, problema o persona que, hasta hacía dos segundos, no dejase de incordiarme.
Trabajando superé el abandono de mi padre, la muerte de mi madre, la muerte del padre que me adoptó y luego que todo mi mundo colapsara la noche que descubrí la traición. Trabajando superé toda adversidad y lo volveré a hacer cuantas veces sea necesario. Este es el único lugar en el que me siento en control.
Aunque justo ahora no estoy fluyendo como siempre, hay algo y no sé el qué, que me impide volcarme como siempre en la misión delante de mí.
Aún así consigo concentrarme poco a poco y cuando alzo la vista al reloj ya son las cinco de la tarde. Me tallo los ojos con el dorso de la mano y me echo atrás en el asiento para relajar la espalda. Anoche fue terrible y las secuelas físicas a mis treinta y dos años, ya pasan más factura de la que me gustaría.
Iham no toca la puerta, solo abre y al fijarse que no estoy en una llamada, entra ya hablando de los pendientes que tiene apuntados en la tableta.
—Me disculpo por mi pobre desempeño esta mañana —dice Iham mientras se arregla los lentes, yo encarco una ceja—. El atuendo del empleado Kempt. Fue tan sorpresiva la llamada que solo pude traerle algo de uno de mis hermanos.
Me agrada el hombre de una manera práctica, es un excelente secretario. No pregunta, no se entromete en mi vida personal ni la juzga, hace su trabajo de una manera eficiente, pero de pronto tiene esas actitudes que me hacen pensar que Iham esconde una actitud mucho más asertiva e incluso dominante de la que aparenta.
—¿Le ha quedado bien?
No he visto a Dennis desde nuestro raro encuentro de la mañana.
¿Raro? No, lo que le sigue. Me comporté como un... ¿Animal? Yo no voy por la vida acorralando personas mientras voy desnudo. Dennis tiene esa facilidad para hacer que me desconozca. Cada maldita vez.
Solo lo hice para probar mi punto: La idea de llevarlo a esa orgía es malísima. Ni sé cómo me cruzó la cabeza.
Iham sostiene mi mirada por un par de segundos, pero es estoica y no sé qué quiere decirme.
—Debería verlo usted mismo. Del trabajo eso es todo lo que resta por hoy.
Iham manda la actualización a mi holopantalla y sale de la oficina. Es un cabrón, me ha quedado claro.
Me levanto para estirar las piernas, no tiene nada de malo mirar un poco por la puerta. Los empleados van y vienen, el informe de noticias delas ocho debe tenerlos locos. Dennis está con esa mujer regordeta de pelo amarillo, tiene una sonrisa pero no es una sonrisa viva.
El conjunto del hermano de Iham (ni sabía que tenía un hermano) es una blusa vaporosa con un escote pronunciado y un pantalón negro que se pega como una segunda piel. Le queda bien, aunque es obvio que no está cómodo con ella por la manera en que se frota las manos en las caderas.
Cuando lo vi por primera vez luego de años sin encontrarnos, no podía creer el estado de su cuerpo. Era como si se estuviera castigando por algo, como si lo pagara con su salud. Quiero deshacerme de esas ideas, quiero convencerme de que es solo un tema económico.
Este mes desde que empezó a trabajar para mí se le ve más recuperado y, sé que es una locura, de la noche anterior para ahora que sacude las manos por una tontería que ha dicho Welland, está mucho más sano.
Eso no quita que lo veo como una flor en el aire, una nubecita solo guiada por el viento, tan frágil, no, no es fragilidad, es... otra cosa, algo que me hace creer que es del tipo de hombre que se evapora entre tus manos.
Me llega un mensaje de mi socia, aprieto los dientes y le marco de inmediato, apenas escucho que respira y le espeto:
—¿Estás sorda o qué? Te dije claramente que no quería esa cita ¡Y encima es la hija de ese político! No puedo plantarla.
—Lo sé —respondió e imaginé su sonrisa diabólica—. Así que arréglate para la cena. Ya te mandé toda la información, no tienes excusas.
Esta mujer cree que puede manejarme como quiere en el área de las relaciones. Si bien la dejé tomar muchas de las decisiones competentes a mis relaciones públicas, porque ella, sin duda, sabría moverme mejor que yo en el círculo de élite de Drych, no significaba que estaba dispuesto a dejarla meterse en el asunto de una pareja para el evento de W. Wayne.
—Necesito una buena actriz o alguien demasiado sincero —expliqué, yo mejor que nadie conocía a mis enemigos y una chica guapa y frívola no iba a convencer a Armen de que superé a la mujer que me arrebató ni que dejé atrás el odio que le juré. Por alguna razón Dennis alza la vista, me mira por detrás del vidrio aunque sé perfectamente que no puede verme, él parece pensarlo también porque sacude la cabeza y vuelve a su trabajo—, creo que encontré a alguien. Dennis me confesó su amor anoche.
Rio porque esto suena de locos. Hay un breve silencio.
—¿Dennis? ¿Ese Dennis?
—¿Qué otro?
—Bueno tenemos un socio inversionista de nombre Dennis, uno de los encargados de la publicidad en mi área se llama Dennis y...—Yo ni si quiera los tenía en el disco duro de mi cerebro—. Te has quedado callado. Ay, o sea que sí es ese Dennis. Madre santa, ¿Qué harás ahora? ¿Ya lo has perdonado?
—¿De qué hablas?—Me aparto de la puerta—. No puede ser, sigues con esa idea. No hay nada que perdonarle a Dennis porque no hay nada de qué culparlo. Te lo he dicho.
—La forma en que te afectó aún la recuerdo.
—No voy a repetirme.
—¡Yo sí! Tienes una cita a las 9, no llegues tarde. Bat bat ~
Y cuelga.
No, mujer. No me tienes controlado y te lo voy a demostrar. Mando un mensaje al reloj de Iham y dos minutos después Dennis entra con un legible pánico en su cara.
—Una persona muy molesta me ha agendado una cita a las 9 con una mujer a la que no puedo plantar.
—¿Me está explicando eso para no lastimarme o quiere ponerme celoso?
Rasco la superficie del libro en mi mesa, respiro muy fuerte para no dejarme arrastrar en ese ritmo vertiginoso.
—Te estoy invitando.
Dennis abre la boca, ladea el rostro, se acerca hasta poner las manos en el escritorio y me escruta.
—¿Va a usarme para espantar a una cita indeseable?
—Y, si gustas, puedo usarte para más cosas. —Mis dedos acarician por encima los suyos, solo quiero dejar en claro que está en mi terreno, no en el suyo—. Tú fuiste el que solo quiere más tiempo de mí.
—Vaya, sí que es un jefe despiadado. Me gustas —sonríe y yo voy a ignorar que me ha dado un salto el corazón—. Pero...
—Solo quiero que actúes como tú quieras. Esto es tu periodo de prueba —él sonríe de lado, con esa curvita de travesura y ahora sí veo al viejo Dennis—. Actúa como si fuéramos pareja, solo eso. Por ahora. —Mis dedos hacen un camino por el dorso de su mano, él la aparta, rojo hasta las orejas.
—Si se da cuenta que... se lo dije en la mañana... yo am... No soy precisamente el chico que ponga celosas a otras personas ¿No lo avergonzaré?
¡Otra vez eso! Me pongo en pie, no sé si con demasiada fuerza porque Dennis se echa para atrás. Rodeo el escritorio y lo arrincono contra mi cuerpo. El jadea, paso mi mano por su mejilla, la piel de este hombre siempre ha sido suave a pesar de las circunstancias, sus ojos son una maravilla, siempre lo he pensado. ¿Desde cuándo se desprecia tanto? ¿Cuándo ocurrió? ¿Fue al salir del orfanato? ¿Fue el idiota rubio con el que salía aquella vez?
—Soy un CEO liderando una empresa multimillonaria ¿sabes?, recibo propuestas de sexo todos los días. Sin exagerar.
Meto la rodilla entre sus piernas, forzándolo a separarlas y dejarme acomodar en ese hueco, más pegado a él, mi pelvis se frota contra su abdomen, sin reparos. Le beso detrás de la oreja, en la línea que baja por su cuello. Solo quiero darle confianza para esta noche, eso es todo. Por eso me cuesta trabajo creer que en realidad el cuerpo entero me está ardiendo, no es algo gradual, ha sido un fogonazo de deseo crudo.
—Y te estoy diciendo que eres muy sexy ¿Por qué me avergonzaría de ti? —jadeo lamiendo su temblorosa garganta, una necesidad muy primitiva me está dominando y quiero detenerme pero no puedo.
—¡No bromee así conmigo, jefe! También tengo sentimientos. —Me aparta y escapa hacia la puerta, antes de salir me mira dubitativo—. Pero me emociona la cita falsa. Lo veo más tarde.
Oh, maldición.
¿QUÉ FUE ESO?
Esto es peligroso para mí. Y no soy tan cínico como para mentirme a mí mismo. Tengo una erección que ya presiona contra los pantalones.
Me paso las manos por el pelo, esto no está pasando. ¡Han sido años, Zachary! Años, no importa qué tanto te encienda alguien, no vas a caer a los encantos ni siquiera de Dennis.
No "ni siquiera", sino "menos" de Dennis.
He dicho que fue el trabajo quien me sacó del pozo, siempre. No es verdad.
El abandono de mi padre y la muerte de mi madre lo superé por, justamente, el chico que ahora me esta triturando los sesos.
Mi primer encuentro con él es tan simple que pudo haberse diluido hacía mucho, pero para mí fue vital. Dejé el cuerpo de mi madre cuando aún seguía tibio, la había vestido para los ritos mortuorios yo solo. Luego el religioso Kempt entró con otro miembro del templo para comenzar los cánticos. Salí con una sola certeza: ya no existía un lugar en el mundo para mí.
Los huérfanos carecemos de uno. No importa a dónde vayamos.
Me sentí tan solo, tan desamparado, atravesé la carcomida puerta de madera hacia el patio del templo.
Un niño con el pelo demasiado corto me esperaba recargado en la pared, un pie apoyado en la envejecida pintura y el otro balanceándose en el viento.
—¿Se fue? —preguntó mirando el piso, yo solo le dije un escueto sí—. La mía también se fue, aunque de otro modo.
—No me interesa —contesté dirigiéndome a cualquier otro lugar, quería estar solo.
—Debería —dijo él muy serio dando dos saltos lejos de la pared, me tomó de las manos y sus ojos grandes de morado y rosa, como el algodón de azúcar que nunca había probado, me aturdieron—. No tenemos a nadie, así que ahora nos tenemos a nosotros.
Sacudí las manos, él no me soltó.
—No es verdad —dije tan enojado que creo que ladré como un animal herido.
—Lo será —contestó con una seguridad sobrada y al abrazarme fue como si la espesa carga de emociones horribles que me consumían fueran drenadas.
Nunca le pregunté por qué me eligió. No me atreví.
A las ocho con veinte minutos salí de la oficina, Dennis me esperaba en el pasillo del ascensor, un pie recargado en la pared de vidrio, el otro balanceándose en el aire. Alza sus ojos y un rubor le corre el rostro.
Me juré no volver a dejar que nadie entrara en mi vida y durante diez años no sentí nunca la necesidad de fallar a mi juramento. Nunca he incumplido una promesa y no quiero que eso cambie.
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