La tarde era silenciosa, apenas habían reanudado las clases en la universidad y algunas personas hicieron notar su preocupación a través de llamadas y a través de rumores que hicieron a muchos considerar que Annette no volvería a la facultad. Pero, contrario a todas las suposiciones, ella simplemente estaba absorta en la muerte de su hermana y la silenciosa cotidianidad que tenía con Jonah.
Llevaba más tiempo del que podía recordar sin probar una cerveza, algún licor o alguna droga. Se sentía refugiada por el éxtasis que el tabaco le proporcionaba y no paraba de fumar un cigarro tras otro. Todos los ceniceros desbordaban colillas y la casa era un absoluto desastre.
Se encontraban sentados en el comedor, una mesa que fue construida con diferentes partes, mantel floreado de plástico, platos azules, rojos y rosas y blancos con trozos faltantes en sus orillas, vasos de plástico del cinematógrafo y servilletero de madera, recuerdo de alguna fiesta de algún conocido de algún lugar, piezas que, discordantes, se unieron para dar paso al espacio que los contenía
-No sé si me tenía lástima o de verdad quiso siempre ayudarme. Siempre me ofreció su tiempo para escucharme, me dio consejos que nunca escuché y hasta me gritaba cuando me lo merecía… -Encendió un cigarro más y se recargó en la silla. Jonah sólo la observaba y bajaba la mirada cada vez que ella lo notaba.
-He perdido amigos, parejas, conocidos y hasta compañeros. –Continuó. –Todos entramos y salimos de la vida de alguien. Pero nunca creí que ella saldría de la nuestra. Vivimos en un mundo de mierda chaparro. Somos un efímero fragmento de existencia en un inclemente mundo que olvida con más fuerza de la que pretende recordar. Claro, muchas veces hay estatuas, estandartes, placas y murales, pero nosotros no somos tan importantes como para merecer cualquiera de esas cosas. Aun así… no es que no seamos importantes, somos algo para alguien. Somos algo y podemos serlo todo.
Jonah volvió a mirarla a los ojos y Annette sonrió entre lágrimas de impotencia.
-Siento que no soy nada para ti… Quiero cambiar eso chaparro. Somos todo lo que nos queda.
Annette se levantó de la mesa y fue a buscar su vieja guitarra, aquella que Kimberly le compró cuando comenzaba a mostrar interés por la música.
Entre ropa amontonada, basura rancia y bolsas llenas de frituras viejas y botellas de cerveza y licor y un par de jeringas usadas, halló la funda que contenía aquella guitarra, aquel objeto que le permitió crear sus primeras notas, poemas, letras y canciones.
La sacó de la funda, pasó su mano por las cuerdas, tentó el peso del instrumento y dio unos golpecitos a su lomo. Recorrió sus curvas con la mirada y comenzó a tocar.
En los últimos meses Annette se había descubierto teniendo recuerdos y momentos varios que nunca pudo discutir con alguien, ni en el funeral ni en las reuniones con ayuda a víctimas ni con psicólogos ni con los trabajadores sociales que constantemente la abrumaban con la custodia de Jonah. Había estado contenida dentro de sí misma y esto hacía que Jonah se alejara cada vez más de ella.
La música envolvía todo en la habitación y llenaba de color lo que hasta ese entonces era un mundo gris.
Sin darse cuenta, Jonah la observaba y se le miraba cautivado por la música que emanaba de aquella guitarra. Era una canción melancólica, triste y liberadora cuyo nombre le era desconocido.
Por primera vez compartían un silencio y no eran separados por él.
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