Seis horas antes de las acordadas, una de las fotos engalanó en miniatura la portada de la edición de la tarde de la revista “Scena”. Una de las revistas de entretenimiento impresa y digital de mayor alcance y fama, en especial por sus escandalosos titulares, sin ser el que acompañó la imagen y atrajo la morbosa atención del público, la excepción: “¿Antares llevó la inclusión a la cama de su jefe?”.
En Marvilla y el resto del país la noticia corrió como el fuego, llegando pronto a las redes sociales, dónde las preguntas del público, alimentándose de los programas de chismes replicando (y agrandando sin bases) la nota, no pararon.
Si era verdad, si no lo era, si había derecho en meterse en su vida, si se trataba de una estrategia publicitaria, si muchos ya sospechaban dé, si se lo notaban a leguas y, el trending topic en redes: #QuienEs
¿Quién es el tipo de cara borrosa que apareció con el famoso Ander Zaldívar?
Sospechas. Ninguna respuesta concreta. El mundo colapsando alrededor de la nota, llegando a las manos de una madre amorosa que, para el sábado en la noche, recibió un mensaje de parte de una vieja conocida. No una amiga. Sólo una conocida a la que toleraba por fuerza de modales y apariencia, al pertenecer al mismo grupo de la iglesia local, encargado de organizar los eventos caritativos:
[¿No es ese tu hijo?]
* * *
En lo alto de la Torre Eiffel, después de la hora de cierre, esa hora que sólo es accesible con los contactos y las cantidades correctas cedidas a los bolsillos adecuados, se ocultaron en una esquina, ignorando desde hacía varios minutos la hermosa vista parisina, dos sombras masculinas difíciles de discernís como entidades individuales.
Un beso en la Torre Eiffel a medianoche.
Un beso que le quitó el aire a Gabriel, llevándolo a lo alto del cielo en nubes de algodón de azúcar, embotado por la ilusión de un sueño, y confundido por la tersa y engañosa suavidad de una mentira que se contaba con la excusa de un “contrato”.
El enredo de sus manos y lenguas en aquel rincón secreto del mundo, fue un delicioso momento que perduraría en la memoria de Gabriel, más allá del caos que los asechaba.
La vibración en el pantalón de Ander exigió su vuelta a la estructura de metal, dándole la oportunidad de recomponerse con la disculpa por la interrupción y el cariño en su mejilla. Limpiando el rastro húmedo del beso de su boca, asintió, reacomodándose el saco.
Se aclaró la garganta.
Caminando a la línea de telescopios en la orilla del mirador de la cima, el aire soplando suave y refrescante en su rostro a través del enrejado, le dio privacidad a Ander de atender sus asuntos y esquivó, con la destreza adquirida en los últimos días, en especial en las recientes horas, la preocupación por el qué dirán o si alguien podría captarlos (a través de una lente curiosa o por un paparazzi), permitiéndose disfrutar el hormigueo persistente en su cuerpo.
Por el rabillo del ojo le dio un vistazo a Ander, iluminado por la tenue luz del par de lámparas que sobrevivieron a la petición hecha a los encargados de la torre, de proporcionarles intimidad, y que representaban la única amenaza de delatar sus identidades en las grabaciones de seguridad.
Vestido con un conjunto casual, Ander conservaba un aire de imponente formalidad que le gustaba a Gabriel tanto como la envidiaba. Por el contrario, él parecía un maestro, y no es que fuera malo parecer maestro. Es que parecía un maestro sin estilo.
Un choque cliché sacado de series románticas donde la protagonista era una simple jovencita con un innegable amor a las bibliotecas y un desdén por (o desconocimiento de) la moda, y el co-protagonista siendo su contraparte, luciendo como un modelo recién sacado de la pasarela de Milán.
La comparación le permitió escapar de su fantasía, tachándose de ridículo, y cayendo en cuenta de la expresión de CEO.
Aunque Ander aparentaba estoicismo, el extremo contrario al jugueteo, entre los que se movía como pez en el agua, notó las sombras en su ceño develando una presión inusual.
Tensión en los dedos sujetando el celular.
Respiración profunda y controlada.
La firmeza en sus labios compactando la quijada.
—¿Estás bien?
Incluso Gabriel se sorprendió por haberse animado a preguntar, dado que no se tenían la suficiente confianza para trascender las apariencias. O eso pensaba.
Sí, se revolcaron hasta justo antes de que la agenda de Ander le exigiera cumplir sus deberes, Gabriel entregándose a dormir el resto de la tarde; y sí, cuando regresó repitieron el besarse y caer en las redes del placer, siendo su primera escala nocturna fuera del caluroso ático, una abundante cena en un pequeño restaurante. Rincón anónimo en una ciudad repleta de estrellas Michelin. La segunda escala fue la Torre Eiffel.
Sexo y turismo, nada que implicará la familiaridad y la confianza para avanzar a un grado más profundo, en el que el secreto de sus gestos pudiera ser cuestionado por el otro.
La mirada sorprendida de Ander, al verse al descubierto, reafirmó su temor; y el suspiro y la sonrisa que enseguida le dedicó lanzó de la cima de la Torre Eiffel la suposición.
—No —respondió, guardando el celular y acercándose—. Scena —una simple palabra que explicó lo necesario—. Ellos —lo giró de los hombros, abrazándolo por la espalda, recargando en el hombro un beso, y luego su mentón.
—¿Un escándalo? —se aventuró a indagar, el estómago revuelto por la acción dulce con que Ander se refugió en su persona.
—Podría decirse. Nada nuevo en el negocio.
Nada nuevo, y sí más molesto de lo usual para alterarlo. Debía ser algún chisme relacionado con uno de sus elementos más famosos, o recientes.
—¿Necesitas que regresemos para que lo resuelvas?
Ander negó, besando su cuello.
—Requiero, exijo y necesito quedarme aquí, escapando del desastre que me espera regresando a Marvilla. ¿Podemos hacerlo? —se quejó con un gruñido similar a la protesta de un infante contra una tarea desagradable, desviando el hilo de la conversación por ese resquicio imaginario de opciones— Comprar un vuelo a Nueva Zelanda, por ejemplo, y empezar de cero ahí, solos, en un pueblito en las montañas. Nos encargaríamos de una vieja parcela o, si es un sitio turístico, abriríamos un hostal.
La idea se le antojó tan romántica como divertida e imposible.
—¿Tú cocinarías y yo estaría a cargo de la propaganda?
—¡Exacto!
La felicidad de Ander, al verse secundado, enterneció a Gabriel
—Y nos escaparíamos de vez en cuando al bosque a hacer el amor entre los arboles. La gente empezaría a hablar de un fantasma rondando la zona. Un fantasma con un lamento peculiar.
No supo si la idea le causó gracia o lo escandalizó. Como fuera, Gabriel negó con la cabeza.
—No puedes escapar.
Suspirando pesado, Ander le concedió la razón:
—Lo sé —sus palabras llevaron un tono extraño. Expresando la inevitable realidad de su labor y, a la par, lo que Gabriel percibió como una añoranza no dicha, como si en esa entereza con la que se conducía, hubiera un leve temblor que hizo de la palabrería loca una honesta petición.
Alejó su mente del desvarío.
—¿Cuándo regresaremos?
La duda arrasó con las preocupaciones de Ander, provocando que riera.
—¿Qué es tan gracioso? —quiso saber, creyendo que se estaba burlando de él.
—O, por favor, tienes que admitir que tengo derecho a reírme.
Al separarse y encararlo con los brazos cruzados, Ander se recompuso, entendiendo que lo tenía al borde de la paciencia.
—Tienes trabajo el lunes por la mañana.
Eso bastó para responder.
Su pregunta develó una disposición inconsciente a seguir ahí, a alargar los minutos junto a Ander, a quedarse a su lado en una ciudad donde a nadie parecía extrañarle ver a dos hombres tomados de la mano, demostrando una íntima cercanía, ya fuera en la vía publica o en un pequeño restaurante. Donde se encontraron en las escasas horas en su andar por sus míticas calles, otras parejas como ellos, disfrutando sin el miedo de ser vistos.
La serenidad de ensueño le hizo ignorar que el regreso a su cotidiana mentira debía darse en las siguientes horas. Y, más que esa serenidad, fue Ander sujetando su mano, guiándolo a lo largo y ancho de la esencia de París.
—Juraría…
Ander acunó su mentón en la cuña del índice, atajando sus embrollados pensamientos, manteniéndolos burbujeando al filo de su serenidad en el punto en el que necesitaba que estuvieran para que sus labios, con un beso que apenas si fue un roce, destruyera la resistencia que Gabriel formó, apurándolo a volver a caer en su trampa, dejándolo a su merced:
—Que tú también querías quedarte conmigo aquí, en vez de regresar.
No movió la cabeza, ni las manos, apenas si respiro, evitando darle la razón, o permitiendo que viera a través de él y confirmara que sí, que por un instante se planteó que su estadía en París podría durar más, o que cuando subió al jet, ni siquiera pensó en regresar, porque una parte de su persona, la más idealista, quería que el viaje fuera de ida y en la bitácora no se constara un regreso.
—Te tengo una propuesta —la hechizante voz del CEO le acarició los labios, rogando que mantuviera su mente suspendida, que no se dejara llevar ni por el pánico ni por el deber, y que se rindiera a la fantasía parisina.
—¿Otra?
—Te gustará —anticipó, la tersa suavidad de su boca entretenida en su lóbulo.
Un oleaje eléctrico agarrotó los músculos de Gabriel, empujando un gemido que contuvo en su garganta.
—¿Por qué no nos olvidamos de que tenemos que regresar…?
Una luz roja se encendió al fondo de su mente.
—¿Y fingimos por unas horas más, que nos escapamos?
La luz se atenuó.
—De aquí a que amanezca hay que olvidar los celulares, no pensar en nada más que en estar tú, yo y París.
El aliento cálido y mentolado de Ander lo instó a asentir, la idea cayendo en el vacío de su mente, envuelto en sus brazos y en su aroma, en la necesidad de sí, fingir.
«Y no fingir», apagó su consciencia sin debatir contra ese último pensamiento.
¿Podía resistirse a los encantos de Ander? Sí.
¿Quería hacerlo? No.
Además, ¿qué era lo peor que podía pasar si, por unas horas, se permitía disfrutar la compañía del hombre más cotizado del país?
Sin ver las llamadas o los mensajes acumulándose, apagó el celular, que previamente colocó en silencio, entregándose a la locura.
El resto de la noche no fue un desenfreno entre las sabanas.
El resto de las horas en que la oscuridad fue su aliado, transcurrieron en El Jardín de las Tullerías, del lado de la rivera del Sena. Una apacible velada que comenzaron sentados en el pasto, y que entre besos terminó con Gabriel oculto en las piernas y los brazos de Ander, la espalda recargada en el amplio pecho del CEO. Una escena que se le antojó curiosa, por la forma en que encajaba a la perfección contra su torso, a pesar de ser un hombre adulto.
El fresco, y los mosquitos, los acompañaron en sus charlas y en sus mutismos, haciéndole notar a Gabriel que, los silencios, eran a causa de la falta de correspondencia de Ander en temas específicos.
Gabriel habló de su madre.
Ander calló.
Gabriel habló de su trabajo.
Ander habló del suyo.
Gabriel habló de su padre.
Ander calló.
Gabriel habló de la belleza nocturna del jardín.
Ander le explicó que fue fundado por Catalina de Medicis, en mil quinientos sesenta y cuatro.
Gabriel habló de la familia en general.
Ander calló.
Callaba con genuino interés en sus palabras y con genuino desinterés, no en no interrumpirlo, sino en ocultar la existencia de sus propios lazos de sangre.
Teniendo por principal preocupación lo que Ander no decía, olvidó la tormenta anunciada, que desconocía que lo tenía en su centro, y que iba creciendo conforme algunas personas fueron sacando su nombre en respuesta al #QuiénEs.
Pocas personas. Las suficientes para que el ojo experto de un reportero experimentado y sagaz, el responsable, para variar, de la tempestad, se tomara la molestia de investigarlo.
Comments (0)
See all