Meses de terapia se convirtieron en años, la amistad de Guillermo se convirtió en amor, el amor se convirtió en un matrimonio y el matrimonio en una familia que, aunque extraña, poco ortodoxa y alienada, era el paraíso que deseaban desde sus ensoñaciones más inocentes y puras. Y, Jonah de un niño roto, se convirtió en lo que muchos podrían llamar un niño que crecía normal y sano.
Jonah a veces sonreía, a veces jugaba, a veces corría y a veces lloraba, pero ahora como una gama de emociones que ocurrían en momentos clave de su desarrollo.
Cuando aprendió a andar en bicicleta, cuando decidió dejar de montarla. Cuando fue a la escuela, cuando descubrió la ardua tarea de tener amigos. Cuando jugaba futbol, cuando corría lejos de la cancha y se refugiaba de regreso en casa.
Habían pasado 5 años y Annette terminó la universidad, siguió ejerciendo como músico e incluso incurrió en varias propuestas estudiantiles de carácter político. El futuro brillante que sus padres habían deseado para ella se cumplía.
El décimo cumpleaños de Jonah había sido apenas unos días atrás y se encontraba en un momento clave en que la información que lo rodeaba, los sentimientos que procesaba y las experiencias que vivía comenzaban a convertirse en los cimientos de una nueva personalidad, de una nueva forma de interpretar el mundo y… sobre todo, en una nueva forma de vivir.
Jonah se encontraba de pie ante un hombre que se hallaba muerto en la calle.
Aquel hombre apestaba a orín y heces. Tenía la cara contra el concreto y sangre brotaba de su boca.
Jonah no conocía al hombre, no le era familiar, ni mucho menos un ser remotamente importante. Sin embargo, verlo en ese estado hizo que sintiera su sangre arder, hizo que el silencio lo envolviera e hizo que concentrase su atención en los ojos negros y vacíos que lo miraban de vuelta.
-Ven para acá. –Dijo Annette mientras lo tomaba de la mano y lo alejaba del cuerpo.
-¿Por qué está así Annette?
-¿Cómo? -Respondió Annette mientras esquivaba curiosos que junto con Jonah, miraban el cuerpo.
-Muerto. –Respondió Jonah.
-Probablemente hizo algo malo, pero no tienes que ver eso.
El empleo de Guillermo y las actividades políticas de Annette hicieron que dejaran el confort de su primer hogar, que desaparecieran las pertenencias de Kimberly y se olvidaran de lo que fue vivir en un espacio que se hizo cada vez más pequeño para los 3.
Ahora vivían en el centro de la ciudad. A pocos metros de Analco y a un cruce del Barrio de la luz. Ambas colonias se encontraban en una disputa que existía desde los años ochenta, ya sea por el control del mercado de las drogas, por el control de la predominante prostitución o por riñas, la violencia siempre surgía cuando las ansias se encontraban altas.
Era parte natural del estado, de la ciudad, de su existir.
Annette y Guillermo habían decidido rentar en ese lugar, a pesar de las advertencias de amigos y conocidos, a pesar de que el lugar era reconocido como peligroso, a pesar de las protestas y riñas y golpizas que se suscitaban todos los días y afectaran el paso a sus trabajos y a su hogar.
“Sólo serán unos meses”
Se decían constantemente, sin darse cuenta de que sus meses se habían convertido en casi tres años.
Jonah, afortunadamente, no acostumbraba salir mucho. Los departamentos en que vivían gozaban de una fuerte puerta de madera que sólo se abría un par de horas por la mañana y por la tarde. Todos aquellos que quisieran entrar al lugar tenían que tocar el timbre y esperar a que la puerta fuese abierta por algún vecino.
Este sistema les había evitado momentos incómodos con vendedores, vagabundos y drogadictos que buscaban un lugar en el cual consumir sin ser vistos por oficiales o militares.
Guillermo, para compensar la falta de amigos de Jonah, había logrado que la lectura se convirtiese en uno de sus más grandes pasatiempos. Hasta la televisión parecía quedarse corta ante la gran posibilidad de mundos y aventuras y lecciones que aprendía entre lectura y lectura.
Aquellos libros que, sin saberlo ni pensarlo, se acumulaban semana tras semana, pila tras pila y librero tras librero, eran ahora su mundo.
Eran su único refugio.
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