La tarde era nublada, el peculiar olor que precede a la lluvia se había impregnado desde las dos y, de forma intermitente, gotas caían del cielo para detenerse apenas unos minutos después de comenzar.
Las nubes no desaparecían, no avanzaban por el cielo y tampoco se dignaban a dejar que la luz del sol calentara la ciudad.
Ubicado en el marco de la puerta, Jonah observaba los frenéticos esfuerzos de la señora Leonora por mantener su ropa recién lavada a salvo del agua. De vez en vez se atrapaba riendo, a ella le gustaba quejarse en voz alta mientras guardaba la ropa para, unos minutos después, volver a tenderla.
Aquella mujer era de edad avanzada, pero nunca se le vio quieta o cansada. Al contrario, siempre se le veía atareada con la ropa, con la limpieza de su hogar y, a veces, barriendo el patio y las banquetas de fuera. En algún momento Annette le había confesado a Jonah que de llegar a vieja, le gustaría ser tan activa como ella.
Curiosamente, la señora Leonora había comenzado a limpiar el patio desde que Jonah había llegado a los departamentos, quizá esperando que él jugara o quizá tratando de evitar que la basura se acumulara e hiciera que la calidad de vida de los vecinos bajara. Después de todo; ella solía decir que la suciedad atraería sólo a las ratas.
De vez en cuando Jonah bajaba las escaleras para ayudar a la señora Leonora. Tomaba el recogedor y una bolsa de basura y extendía las manos para que ella pudiese descargar todo sin necesidad de agacharse y expresar su ya conocido: “Ay chingada espalda”. Para ese entonces ya habían compartido algunas sonrisas, dulces, refrescos y palabras que sólo eran recompensas por su ayuda.
-Te lo ganaste chamaco.
Decía siempre que extendía un Larín de Almendras a Jonah o una Fanta de vidrio.
Para Jonah el hecho de ser el único niño del lugar había sido una bendición que ni Annette ni Guillermo podían comprender, pues esperaban que él pudiese tener amigos y vivir una vida normal. No sabían que tenía problemas para integrarse a los demás y que las tardes que pasaba sentado en las escaleras, viendo las nubes pasar o sintiendo el viento o la lluvia o las cenizas del Popocatepetl, eran su manera de conciliar los sentimientos de saberse el extraño de la escuela.
Pero, sus problemas no se limitaban sólo a la escuela, sino que para ese entonces ya había abandonado varios equipos de Fútbol, de Basquetbol, de Béisbol e incluso de atletismo, haciendo fútil cada intento de Guillermo por integrarlo a alguna actividad deportiva que involucrara el trabajo colaborativo. Que Jonah fuese un niño solitario era algo que Guillermo simplemente no estaba dispuesto a aceptar.
La incapacidad de Jonah para congeniar con otros niños de su edad era evidencia de las deficiencias en la capacidad de crianza de Guillermo y Annette o, al menos, eso era lo que pensaban.
Sin embargo, la señora Leonora había comprendido que Jonah no era diferente de otros niños, había comprendido que él simplemente era incapaz de estar con niños comunes, con niños pertenecientes al vulgar cotidiano que lo rodeaba y, por suerte, ella también comprendía que su nieta era igual a él.
Aquella tarde, la señora Leonora decidió que tenía que consultar a Annette.
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