Narita , Japón

Sara estaba en el aeropuerto bajando de su vuelo desde marsella, a punto de abordar un tren hacia el tokio, cuando el eclipse alcanzó su punto máximo. Todo a su alrededor se detuvo: las pantallas se apagaron, las luces parpadearon, y un silencio absoluto llenó el aire.

De repente, el suelo comenzó a temblar, y una grieta apareció en el suelo frente a ella. Desde la grieta, raíces negras y retorcidas comenzaron a emerger, extendiéndose rápidamente. Sara retrocedió, con el corazón latiendo con fuerza, mientras las raíces parecían crecer hacia ella.

—Sara… —la voz de Perséfone resonó en su mente—. Usa lo que te di.

—¿Qué? ¿Qué me diste? —preguntó Sara, desesperada.

Las raíces se detuvieron, y de repente, un demonio emergió de la grieta. Era una criatura alta y delgada, con garras afiladas y una sonrisa cruel. Sara sintió que sus piernas temblaban, pero algo dentro de ella despertó.

Sin saber cómo, levantó las manos, y un torrente de flores negras brotó del suelo, envolviendo al demonio. Las flores parecían consumirlo, absorbiendo su energía hasta que no quedó nada.

Sara cayó de rodillas, jadeando.

—Esto… esto no puede estar pasando… —susurró.

En su mente, la voz de Perséfone volvió a hablar.

—El mundo está cambiando, Sara. Tú eres una de las pocas que puede salvarlo. Pero primero, debes sobrevivir.

 Cerca de los Alpes Austriacos

La moto de Kael rugía mientras atravesaba un solitario paso montañoso. La carretera serpenteaba entre imponentes cumbres cubiertas de nieve, iluminadas débilmente por la luz de la luna. El aire frío quemaba sus pulmones, pero no aflojaba el acelerador. Desde que había dejado Alemania, su único objetivo era llegar al Este, a Japón, siguiendo los susurros constantes de Érebo en su mente.

—Encuentra a los demás, Kael —había dicho Érebo, su voz reverberando en la oscuridad de su mente—. Tu destino está entrelazado con ellos.

Kael no respondía. El odio que ardía dentro de él era su única compañía, una llama inextinguible que lo impulsaba a seguir adelante. Pero en el fondo, la incertidumbre también lo consumía. Sabía que no estaba listo para enfrentarse a todo lo que vendría, pero eso no importaba. Solo quería respuestas… y venganza.

Cuando Kael llegó a un claro en medio del bosque, algo cambió en el aire. Frenó la moto de golpe, el chirrido de los neumáticos resonando entre los árboles. Miró hacia arriba, y el cielo comenzó a desgarrarse, como si una gigantesca garra invisible rasgara el tejido de la realidad.

—No otra vez… —susurró, sus manos apretándose en los manillares mientras los recuerdos de la noche en que perdió a su familia inundaban su mente.

De la grieta que se formó en el cielo, sombras líquidas comenzaron a caer como una lluvia negra. Al tocar el suelo, las sombras se retorcían, tomando forma humanoide. Criaturas con cuerpos deformes, ojos brillantes como brasas y dientes que relucían bajo la luz de la luna avanzaban hacia él, sus pasos resonando en el silencio del bosque.

—Esos son los mismos… —murmuró, con el odio encendiéndose en su pecho—. Los mismos que destruyeron todo.

La voz de Érebo resonó en su mente, calma y oscura.

—Sí. Pero esta vez, tienes el poder para enfrentarlos.

Kael bajó de la moto lentamente, cada movimiento calculado, como si el tiempo se hubiera ralentizado. Sus botas crujieron sobre el suelo cubierto de hojas secas mientras las sombras comenzaban a moverse hacia él, rodeándolo.

Su odio lo consumía. Con cada respiración, el peso de la noche en que perdió a su familia cargaba sobre sus hombros, empujándolo a actuar.

—No voy a correr. No esta vez.

Kael extendió las manos, y las sombras a su alrededor parecieron responder. Comenzaron a alargarse, moviéndose hacia él como si fueran parte de su cuerpo. Una ráfaga de viento oscuro surgió de su pecho, y en un instante, las sombras se solidificaron, formando una espada.

Era larga y delgada, su hoja negra como el ébano parecía absorber toda la luz. Runas antiguas brillaban débilmente en la empuñadura, y un zumbido bajo emanaba del arma, como si estuviera viva.

Kael sostuvo las espada confuerza, sintiendo cómo la oscuridad fluía a través de él, llenando cada rincón de su ser.

—Vengan por mí… —susurró con una voz cargada de odio.

El primer demonio saltó hacia él con una velocidad inhumana, pero Kael lo recibió con un movimiento rápido y preciso. La espada atravesó su cuerpo como si fuera humo, y una luz negra brotó de la herida antes de desintegrarlo por completo.

Kael no se detuvo. Giró sobre sus talones, cortando a dos criaturas más que intentaban atacarlo por los flancos. Cada golpe era una descarga de rabia, un recordatorio de lo que había perdido.

—¿Esto es todo lo que tienen? —rugió, su voz cargada de furia mientras decapitaba a otra criatura.

Las sombras parecían obedecerlo instintivamente, envolviendo a los demonios que no alcanzaba con su espada y aplastándolos como si fueran frágiles. Pero por cada criatura que caía, dos más surgían de la grieta en el cielo.

Kael estaba rodeado. Las criaturas se abalanzaron sobre él en masa, sus garras arañando el aire mientras intentaban alcanzarlo. Pero Kael no retrocedió. Sus movimientos eran un torbellino de destrucción, cada giro de su espada desintegraba a los demonios con precisión quirúrgica.

—Cada uno de ustedes… —murmuró entre respiraciones agitadas, cortando a través de otra fila de criaturas—. Cada uno… pagará por lo que me hicieron.

El sudor goteaba por su rostro mientras se plantaba en medio de un campo de sombras desmoronadas. Su pecho subía y bajaba con cada respiración pesada, y la espada en su mano vibraba como si compartiera su odio.

—Esto es solo el comienzo —susurró Érebo, su voz resonando como un eco profundo en su mente—. Pero tus movimientos, tu odio… son prometedores.

Kael levantó la vista hacia la grieta en el cielo, que seguía abierta. Las sombras líquidas seguían cayendo, pero esta vez no formaban demonios. En lugar de eso, se dispersaban, oscureciendo el aire como una niebla densa.

—Nunca se detendrá, ¿verdad? —preguntó Kael en voz baja.

—No hasta que completes tu destino —respondió Érebo.

Kael miró su moto, aún estacionada bajo la luz de la luna. Sus manos apretaron la empuñadura de la espada con fuerza antes de desmaterializarla mientras guardaba espada de su familia en su funda.

—No voy a detenerme hasta que encuentre la verdad.

Subió a la moto y encendió el motor, que rugió como un grito de desafío. Mientras aceleraba hacia la frontera con Hungría, las sombras parecían seguirlo, danzando a su alrededor como si fueran parte de él.

La lucha en el claro había sido una prueba, pero Kael sabía que lo que estaba por venir sería mucho peor.

El mundo estaba sumido en el caos. Las ciudades ardían, las criaturas invadían sin piedad, y la humanidad se encontraba al borde del colapso. En medio de todo, tres almas comenzaron a brillar en la oscuridad: Ryuhoshi, con su conexión al dragón; Sara, guiada por Perséfone; y Kael, armado con el poder de las sombras.

Aunque aún estaban separados, el destino los estaba empujando hacia un encuentro inevitable, uno que decidiría el futuro de la humanidad.