Sara estaba sentada en un claro del bosque, lejos de los restos del tren que había sido atacado. Las flores negras que había invocado aún se desvanecían a su alrededor, dejando un rastro de pétalos que parecían brillar débilmente en la oscuridad. Sus manos temblaban mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder.

—Esto no puede ser real… —murmuró, mirando las marcas que habían quedado en sus palmas, como si las flores hubieran nacido de su propia piel.

De repente, el aire a su alrededor cambió. El bosque se volvió silencioso, como si el mundo contuviera la respiración. Una figura emergió entre las sombras, caminando con una gracia etérea. Era una mujer alta, con un vestido negro que parecía hecho de pétalos y raíces. Su cabello oscuro caía como un río, y sus ojos brillaban con una mezcla de compasión y poder.

—Sara… —dijo la mujer, su voz suave pero llena de autoridad.

Sara se levantó de golpe, retrocediendo unos pasos.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?

La mujer sonrió, pero había tristeza en su expresión.

—Soy Perséfone, la reina del inframundo. Y tú, Sara… tú siempre has sido parte de mí.

Sara parpadeó, incapaz de comprender lo que estaba escuchando.

—¿Parte de ti? ¿De qué estás hablando? Yo no soy nadie.

Perséfone se acercó lentamente, extendiendo una mano hacia Sara.

—Eres más de lo que crees. Desde que naciste, llevas un fragmento de mi poder dentro de ti. Por eso siempre has sentido una conexión con la vida y la muerte. Las flores que brotan a tu alrededor, las visiones que tienes… todo eso es parte de nuestro vínculo.

Sara negó con la cabeza, dando un paso atrás.

—Esto no tiene sentido. ¿Por qué yo? ¿Qué tiene que ver esto con lo que está pasando en el mundo?

Perséfone suspiró, mirando hacia el cielo oscuro.

—El Pacto que los dioses hicieron con los demonios hace milenios ha sido roto. El equilibrio entre la vida y la muerte está colapsando, y la humanidad está al borde de la destrucción.

—¿Y qué tiene que ver eso conmigo? —insistió Sara.

Perséfone la miró directamente a los ojos, su voz más firme.

—Porque eres una pieza clave en esta lucha. Mi poder fluye a través de ti, y sin ti, el mundo no podrá sobrevivir.

En el inframundo, Hades estaba sentado en su trono, observando las almas que llegaban en un flujo interminable debido al caos en la Tierra. Su semblante era frío y calculador, pero había algo en su mirada que reflejaba preocupación.

—El equilibrio se está rompiendo… —murmuró, golpeando el brazo de su trono con los dedos.

Un espectro apareció ante él, inclinándose profundamente.

—Mi señor, hemos detectado actividad inusual en la superficie. Perséfone ha estado… interviniendo.

Hades alzó una ceja, su tono se volvió más severo.

—¿Interviniendo? ¿Qué significa eso?

—Se ha comunicado con una humana, una joven llamada Sara . No conocemos sus intenciones, pero está actuando sin su consentimiento, mi señor.

Hades se levantó lentamente, su capa negra ondeando detrás de él como una sombra viviente.

—Perséfone siempre ha sido astuta. Pero si está actuando sin mi conocimiento, significa que tiene sus propios motivos.

El espectro se inclinó más profundamente.

—¿Desea que la detengamos?

Hades lo miró con una mezcla de irritación y curiosidad.

—No. Deja que juegue su juego. Quiero ver hasta dónde está dispuesta a llegar.

De vuelta en el bosque, Perséfone llevó a Sara a un círculo de flores negras que crecían alrededor de un árbol marchito.

—Hay algo que debes entender, Sara —dijo Perséfone, colocando una mano en el tronco del árbol—. Los dioses no son unificados. Algunos de nosotros queremos proteger a la humanidad, pero otros… no ven el valor en ello.

Sara frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—¿Entonces estás diciendo que hay dioses que quieren destruirnos?

Perséfone asintió lentamente.

—No todos los dioses están interesados en el bienestar de los mortales. Algunos creen que este caos es una oportunidad para recuperar el control que hemos perdido sobre el mundo.

—¿Y tú? —preguntó Sara, con cautela—. ¿Por qué me ayudas?

Perséfone se giró hacia ella, su expresión suavizándose.

—Porque veo en ti algo que otros no ven. Una fuerza que puede cambiar el destino, no solo de los mortales, sino también de los dioses. Pero debes ser fuerte, Sara. El camino que tienes por delante no será fácil.

Sara apretó los puños, su voz temblando.

—No pedí nada de esto.

—Lo sé —respondió Perséfone—. Pero el destino rara vez nos da opciones.

Mientras Perséfone desaparecía, dejando a Sara sola en el claro, la joven miró las flores negras que la rodeaban. En su interior, sabía que su vida nunca volvería a ser la misma.

En el inframundo, Hades observaba desde las sombras, su mente trabajando en silencio.

—¿Qué estás tramando, Perséfone? —murmuró para sí mismo, mientras las llamas del inframundo reflejaban en sus ojos.