Más tarde esa misma noche luego de la cena, que de hecho había estado más tranquila de lo normal incluso con la visita de Elvira, Alan decidió ir a caminar un rato para que le asentara la comida y conseguir una buena digestión; o al menos eso le había dicho a sus padres, independientemente que casi ni había comido un bocado.
Eran pasadas las diez de la noche y no había un alma en la calle. Se encontraba él solo acompañado por las luces de las avenidas y los edificios. Luego de haber caminado durante veinte minutos bajo la fría noche del domingo, había llegado hasta el puerto donde habitualmente desembarcaban los cruceros con todos los turistas.
Miró hacia el horizonte, fijando su vista entre el final del cielo y el comienzo de las montañas por unos minutos. Respiró profundamente, el aire helando completamente sus pulmones, y se apoyó sobre la baranda de seguridad que estaba en el puerto para prevenir que las personas se cayeran a la orilla. Apretó fuertemente la baranda con la cabeza hacia el suelo, y a medida que aflojaba sus manos y levantaba su cabeza, comenzó a llorar. Las lágrimas brotaban de sus ojos sin parar, casi como si no fuera posible como una persona pudiera contener tanto llanto dentro de sí.
Aquél día, había sentido cómo un solo comentario sin malas intenciones se le clavara en el medio del pecho. Sabía perfectamente que el comentario de su abuela sobre una “posible” novia no había sido malintencionado, a pesar de ello, no podía dejar de sentir la presión que eso le hacía sentir. Él, aunque le pesara aceptarlo, se consideraba gay. Desde pequeño sentía que había algo “raro” en él y que no encajaba en la “normalidad” de su familia y sus amigos. Jamás había hablado con nadie acerca de su orientación sexual, sentía que todo el mundo lo juzgaría o incluso dejarían de hablarle. Sabía con toda seguridad que llegado el momento en que su familia se enterase, y solo sí se enterase; no reaccionaría de la mejor manera. Tanto sus abuelos, como padres y tíos eran muy religiosos y no había espacio para la homosexualidad bajo ningún punto de vista, era considerado un pecado mortal.
Luego de haber llorado por unos minutos, se limpió la cara y se sentó en un banco cercano a la orilla. Se dispuso a admirar la bella noche y el reflejo de la luna sobre el canal Beagle. Con la mirada perdida en el horizonte, intentó calmarse a sí mismo, buscando alternativas e ideas que pudiera llevar a cabo para tener una vida “feliz” y no sentirse miserable por ser quien realmente era.
Luego de unos minutos de introspección, llegó a la conclusión que sólo dependería de él tomar las riendas de su vida y poder vivir libremente. Para ello era necesario terminar sus estudios secundarios, conseguir un buen trabajo, ahorrar dinero y poder mudarse solo a otra ciudad. Ésta era la única forma que encontraba viable que podía hablar con sus padres respecto a su orientación sexual, una vez que tenga asegurado un lugar propio y no necesitara nada de ellos.
Lo que Alan no tenía planeado, es que la vida lo sorprendería antes de lo esperado y con acontecimientos que jamás hubiera imaginado.
Comments (0)
See all