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El sol se hacía sentir sobre la piel, la sensación aumentaba con mayor intensidad por el reflejo que emanaba el agua del río. Si bien era invierno, aquel mediodía de domingo se sentía primaveral. La gente colmaba las costas del río, un brazo del Paraná en Tigre. Había actividad no sólo terrestre, sino también mucho movimiento en el agua. Yates y veleros desfilaban de un lado a otro. Hileras de kayak, realizando entrenamientos; y a pesar del frío, hasta algunas personas en motos de agua.
Ramiro, había decidido pasar un día en la naturaleza junto a sus amigos de secundaria.
Sentía que tenía que aprovechar al máximo todas las oportunidades que surgían de pasar el tiempo con ellos; el próximo año tendría elegido ir a la universidad para estudiar arquitectura y ya no sería tan habitual y recurrente la salidas con sus amigos, o al menos eso era lo que temía.
Al estudiar en una escuela con orientación en economía, la mayoría de sus pares habían optado por carreras vinculadas, salvo que a él siempre le interesó la arquitectura. Podía estar horas mirando programas relacionados a la construcción y el diseño de casas; por ello había decidido probar con estudiar arquitectura en la universidad. No tenía la presión de sus padres en hacer una carrera en especifico, ni siquiera en que siga estudiando. Sentía que tenía el total soporte de sus padres en cuanto a las decisiones sobre su vida.
Su madre, Isabel, era directora de una escuela en San Isidro y su padre, Carlos, era técnico en seguridad e higiene. Ambos se habían conocido en los 80 en un bar festejando el cumpleaños de un amigo en común. Desde aquella noche que se conocieron, nunca se separaron.
Cada vez que Ramiro pasaba el tiempo con sus amigos Romina y Juan, él se sentía lleno. Eran las únicas personas que sentía que había conocido realmente desde su traslado a la escuela secundaria luego de aquel cambio abrupto que habían deicidio sus padres tras la decisión de mudarse. Ellos se habían acercado a él cuando empezó la cursada y gracias a ellos la integración al resto del grupo y a la escuela había sido fluida.
-No puedo creer que el próximo año estaremos cada uno empezando una carrera universitaria, cada uno por su lado.- Soltó Ramiro con un tinte de tristeza.
-Todavía parece que fue ayer cuando nos conocimos y te vimos aislado aquel comienzo de curso.- Dijo Romina, y tan pronto terminó Juan se animó a decir unas pocas palabras como los tenía acostumbrados. -Bien que fui yo quien nos empujó a conocernos.- Los tres se rieron, recordando que aquel día que conocieron a Ramiro, Juan le extendió una birome sin importar que Ramiro tenía una cartuchera llena; sólo lo había hecho para poder acercarse.
-Yo sólo sé que quiero que ustedes formen siempre parte de mi vida. No imagino ninguno de los acontecimientos que espero a lo largo de la vida y que ustedes no formen parte de ellos.- Sin intención, con este comentario Ramiro hizo que los tres les comenzarán a brillar los ojos.
Ese último año habían estado muy emocionados con la planificación del viaje de egresados, y con esa ocupación, que si bien lo disfrutaban, habían olvidado que era su último año de secundaria y que el tiempo jamás volvería a esa instancia.
-Romi, no llores!.- Soltó Juan en forma de chiste para aliviar la tensión y tristeza que podía sentirse en el aire. Los tres comenzaron a reír y de pronto cambiaron el tema de conversación sobre cómo las personas que se encontraban haciendo actividades acuáticas podrían no sentir las extremidades con el frío del agua.
Ese día aprovecharon para hablar tranquilos de sus amoríos, sus crushes, las relaciones que tenían cada uno con sus padres y lo que les agobiaba, e incluso sobre el futuro que tenían planeado para sus vidas. Romina, era una joven muy alegre, de pelo castaño y lacio. Juan, era un poco más introvertido y reservado; sin embargo con ellos podía expresarse libremente. Era el más alto de los tres; Romina y Ramiro rondaban el metro setenta, mientras que Juan ya estaba rozando el metro ochenta y cinco.
En esa tarde, cada uno inconscientemente había lanzado al universo sus anhelos sobre el futuro de sus vidas. Ramiro, les había contado que él quería ser arquitecto, trabajar por unos años en una empresa para adquirir experiencia y luego trabajar de forma independiente. Quería formar una familia, tener hijos y hasta cuatro perros. Romina y Juan, se rieron al escucharlo. Les parecía que tener cuatro perros era muchísimo, a él no le importaba, amaba los perros e iba a tener la cantidad que quisiese.
Ya casi anochecía, luego de un largo abrazo entre los tres, Ramiro se dirigió a la estación de tren para volver a su casa. Hacía mucho más frío que antes, el sol ya no estaba para repararlo del frío.
Una vez dentro del tren, se sentó al lado de la ventanilla y se puso los auriculares. Su mirada hacia fuera, observando el paisaje con el pasar de la velocidad del tren pero a su vez no mirando nada; yacía en un estado casi meditativo.
Luego de 15 minutos de viaje, se bajó en la estación de San Isidro y caminó un par de cuadras hasta su casa. A Ramiro le encantaba caminar en la noche, especialmente bajo el frío. Lo encontraba reconfortante, sentía que lo llenaba de vida. Esa noche, la caminata la hizo más lenta de lo normal, quería disfrutar de la experiencia.
Al entrar a la casa, su madre apareció abruptamente desde la cocina.
-Ramiro, ¿por qué no me dijiste que ibas a tardar tanto en llegar? Estaba preocupada y no me llamaste para decirme que volvías tarde. Me habías dicho que llegarías cerca de las 17.- Dijo en un tono de enojo mezclado con preocupación y alivio al verlo. Al ver el reloj en la pared, se dió cuenta que su estimación se había alejado un par de horas; había perdido la noción del tiempo.
-Tranquila mamá, estoy bien. Aprovechamos toda la tarde con Juan y Romi, el día lo ameritaba. Perdón por no llamar y avisarte.-
-Que sea la última vez. Ahora prepárate que en unos minutos comemos.-
Ramiro, subió a su cuarto y se bañó. Al bajar a comer, el clima ya estaba más distendido y relajado, al igual que su madre.
Su padre no estaba, dado que había viajado a Córdoba para realizar unos testeos sobre una planta de producción en la empresa en la que trabajaba. De vez en cuando, tenía que realizar viajes cortos de no más de tres días.
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