A pesar de que Alan no tenía una relación amena con su padre, siempre solía ayudarle con las tareas de mantenimiento de la casa que fuese necesario.
Pedro, trabajaba en la imprenta desde que se había mudado a la ciudad cuando era joven.
Dado que tenía más años allí dentro que fuera de su vida personal, los dueños le tenían mucha confianza y depositaban mucha responsabilidades en él. Era la imprenta número uno de la ciudad, y con el correr de los años se habían expandido para poder cubrir la mayor demanda posible. Tal era así, que Pedro era conocido por gran parte de la población, y con el paso del tiempo se había convertido en el encargado elegido por sus pares y dueños de la imprenta.
Siempre que tenía que reparar algo de la casa, cortar leña o arreglar el jardín en época de primavera y verano; Pedro solía pedirle ayuda, o más bien exigirle a Alan que lo ayude.
En esa oportunidad, se encontraban los dos cortando leña para acomodar en el depósito y pudiera secarse a tiempo. Ese invierno del 2007 había sido muy duro y el consumo de leña se había elevado lo suficiente como para consumir lo que tenían previsto hasta primavera de ese mismo año. Esa tarde del lunes, se dedicaron a cortar toda la leña sin intercambio de palabras, ni más ni menos que las necesarias para coordinar el trabajo.
Alan, tenía un hermano quince años mayor que él, Felipe; que vivía en el centro de la ciudad con su esposa y su hijo, Elsa y Leonel. Solían visitarlos de vez en cuando, pero no eran muy apegados, y por lo tanto, se veían sólo para los cumpleaños o cuando Rosa insistía en organizar un almuerzo.
La relación con Felipe era tensa. Alan creía que se debía a la diferencia de edad ya que no habían compartido mucho tiempo juntos. Cuando él había cumplido los diez años, Felipe ya se había casado y mudado con Elsa. Sin embargo, inconscientemente una parte de él, alejaba a Felipe porque sabía que era muy ortodoxo y siempre que lo veía le preguntaba por chicas, y sobre cuándo tenía pensado casarse ya que estaba próximo a ser mayor de edad. Dentro de él, esto siempre le generaba una repulsión inexplicable.
Tan fuerte era ese sentimiento de repulsión, que aquella tarde, no tenía las fuerzas suficientes para cruzarlo en el café donde trabajaba por las tardes, tal como habían acordado el día anterior.
Luego de haber terminado con la leña, Alan se dispuso a prepararse para ir a su trabajo. Dado que era menor de edad, había convenido con el dueño del café a trabajar unas pocas horas a la semana y mayor tiempo los sábados. Durante la semana trabajaba dos horas desde las 18:00 hasta las 20:00 y los sábados la tarde completa.
Era temporada alta de turismo, con lo cual el trabajo se le hacía bastante menos tedioso y no solía aburrirse.
Ese día Felipe pasaría a saludarlo como solía hacerlo de vez en cuando; pasaba por el mostrador, realizaba su pedido al paso y en el mientras tanto hablaba con Alan. Toda esa escena no duraba más de 10 minutos cronometrados; y aunque fuera poco tiempo, para Alan esos minutos duraban más que las dos horas de trabajo diarias.
-Hermanito, ¿cómo estás?.- Apareció Felipe a sus espaldas mientras terminaba de anotar el pedido de la mesa 4.
-Ey, todo bien. ¿Vos?- Respondió al borde del susto.
-¿No le vas a dar un abrazo al hermano mayo?
…
Luego del abrazo efímero e incómodo, Alan se paró rápidamente detrás del mostrador y lo miró esperando a que le dijera su pedido así podría comenzar a prepararlo cuanto antes.
-¿Qué recomendas?
-¿Para qué preguntas si llevas casi siempre lo mismo?
-Tené razón, dame un capuccino grande para Elsa y para mí un café con leche mediano.
Para llevar.
…
-Ah y también guardame dos muffins así se lo llevo a Leonel. No sabés, el viernes le fue muy bien el examen de Inglés y le prometí que le iba a comprar los muffins. No le duran ni un minuto, se lo devora.
…
-¿Mamá y papá?, ¿cómo están? hace rato no los veo.
-Bien, mamá ansiosa como siempre y papá cansado. ¿Por qué no vas a verlos?
-Si me imagino. Tengo que hablar con Elsa asi vemos cuando vamos a almorzar con ellos. El tema es que casi siempre los fines de semana vamos para la casa de sus papás. Se complica.
…
Mientras Alan terminaba de preparar el café con leche, entró al local Daniela, una compañera que cursaba con él. Ella lo saludó con una sonrisa, y levantando la mano cuando se dió vuelta a ver la puerta de entrada. Era muy simpática siempre, y Alan le tenía mucho aprecio, independientemente que no solían compartir mucho tiempo juntos.
Felipe observó toda la situación y no dijo nada, esperó a que Alan terminara el pedido hasta que lo mirara a la cara.
-No me contaste que tenías una noviecita. Al hermano mayor se le cuentan estas cosas.- Dijo con una sonrisa más que pícara.
Alan chistó negando la cabeza.
-No me jodas, no es mi novia.
-Pero es muy linda, ¿por qué no hablas con ella y la invitas a salir? Seguro está loca por vos, se le notó en la sonrisa cuando te saludó.
-En serio Felipe, estás diciendo estupideces. Ella es así, simpática.
-Yo en tu lugar, actuaría rápido. Ya estás grandecito, es hora de que tengas novia.
Con la mirada agachada, Alan se dignó a guardar los cafés y los muffins en la bolsa en silencio. Tipeó en la máquina registradora sin titubear.
-¿Efectivo o tarjeta?
-Efectivo. Quédate con el cambio, y fijate de invitarla a salir. Sino la próxima vez que la vea por acá le digo que querés salir con ella.
…
Alan solamente lo miraba, reprimiendo toda la bronca en su interior.
-Dejale mis saludos a los viejos y deciles que un domingo cuando pueda pasamos a visitarlos.- Decía mientras agarraba su bolsa y caminaba hacia la puerta.
Al llegar casi a la salida, se paró al lado de la mesa donde se había sentado Daniela y mirándola con una sonrisa, señalando al mostrador
-Lindo chico mi hermanito, ¿no?
Daniela, sin entender, miraba a uno y a otro. Felipe, sin más, salió por la puerta y dejó la energía tensa dentro del local.
Luego de unos minutos, Alan se acercó para tomar el pedido de Daniela.
-Perdón por lo que pasó recién. Es un estúpido.
-No te preocupes, imagino que es tu hermano. Tengo un hermano mayor y puedo dar fé que son bastante idiotas. Se creen reyes del mundo.
-Si, a veces no lo quiero ni ver. Expresó Alan más relajado al ver que Daniela no se había molestado por la situación.
-Y ahora que te veo acá, ¿cómo te estas preparando para el exámen de mañana?
-Todavía no estudié, cuando llegue a mi casa voy a leer los apuntes de la clase. No creo que sea difícil.
Alan era muy inteligente, nunca dedicaba mucho tiempo al estudio. Le bastaba con estar atento en las clases y leer una sola vez el material que les indicaban sus profesores.
-La verdad te admiro. Estudiás y trabajás sin problemas. Yo en tu lugar tendría notas bajísimas. Me cuesta muchísimo concentrarme y tengo que dedicarle muchas horas para estudiar.
-Si que se yo, supongo que debo tener un poco de suerte también.
Ambos se rieron, y a los segundos Alan notó que el dueño del café se había parado en el mostrador y lso había estado observando.
-Bueno, te tomo el pedido. Decime, ¿qué vas a querer?
De pronto la seriedad se hizo presente en él en un instante.
Aquella noche al llegar del trabajo, se bañó y cenó con sus padres como solía hacer. Luego se retiró a su cuarto y se tiró sobre la cama, presionando la cabeza contra ella y poniendo una almohada encima.
Estaba exhausto, no tenía fuerzas para leer ni un solo párrafo. Decidió dejar el estudio a un lado y se acostó a dormir.
Tan pronto apoyó su cabeza y cerró los ojos, recordó la situación que había vivido ese día en el café con Felipe. Ni siquiera le había contado a sus padres que lo había visto. Dentro de él, quería olvidarlo; pero ante la tranquilidad de la noche, su cabeza comenzó a repasar toda la situación. Sintiéndose mal, se durmió, deseando que el próximo día todo fuera diferente.
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