Camilo invita a Emilio a comer en el salón de clases, ambos están sentados frente al otro mientras comparten mesa. —¿No te parece que nos tocó un buen grupo? –pregunta el agradable moreno a su amigo, lo que hace que el muchacho mire alrededor mientras mastica su comida.
Observando a los pocos compañeros de clase que entraban y salían del aula por ser hora del receso. El castaño rojizo hacía tiempo para poder tragar su comida y contestarle a Emilio. Dentro de su grupo se encuentran victimas de la maldición generacional del brujo: Seres humanos con características físicas al animal que más detestaba el primer agresor de la familia. Divisó un grupo de tres caninas encima del escritorio del profesor; Un compañero humano y uno felino platicando entre risas; Un grupo de compañeros humanos en la esquina del salón, al final de la primera fila, jugando con un mazo de coloridas cartas. —Supongo que sí. –Comenta al tragar un bocado de sus nachos.
—¡Hey! ¡Ustedes! –Grita una prefecta, con su corte de cabello de hongo, desde la ventana por el pasillo, abriéndola completa. —¿Qué no leyeron el reglamento? ¡Recojan esa baraja y entréguenmela! –La mujer es pequeña, pero aterradora. Tres de los jugadores se apresuran a juntar las cartas para entregarlas, pero el dueño de la baraja se muestra disconforme.
—Laurita, por favor. Sólo jugamos. –El dueño de la baraja ruega con calma a la prefecta mientras mantiene las cartas en su mano.
—No me tutees David, que soy tu prefecta. –Replica la mujer.
El par de amigos ven con disimulo los intentos de sus compañeros para quedarse con la baraja, escuchando de parte de ellos: “Pero maestra…” “No estamos apostando” “Una partida más” “Sólo es el ZERO”. Mientras la prefecta amenaza con darles un reporte a cada uno.
Sin querer, ambos dirigen su atención hacia otros compañeros de clase. La pareja del humano y el felino discutían a voz alta y muy exaltados sobre la nueva zona de videojuegos de la ciudad. Nada fuera de lo normal, de no ser por el tono de voz irritante de ambos.
Mientras en el escritorio principal, las chicas caninas se pintan las uñas comiendo burritos y bebiendo agua embotellada bastante helada. —Ah, espero que limpien el escritorio ésta vez o nos prohibirán comer en el aula de nuevo. –Comenta Emilio en voz baja. Las caninas se encuentran hablando tranquilamente mientras sueltan una que otra carcajada extraña, con la chica pug ahogándose cada dos por tres. Hasta que de la puerta entra una felina pomposa bebiendo un café frappé de la tiendita mientras manda notas de voz con su brillante y llamativo celular.
Al pasar empuja a su compañero felino, quien le estorbaba el paso para llegar a su mesa. Las caninas se callaron de inmediato para verla con recelo, pues la mesa de aquella felina queda justo frente al escritorio del profesor, donde la manada está sentada comiendo. A lo que la felina deja su celular en la mesita que le corresponde para proceder a sentarse con solo un porte que ella puede llevar: Espalda recta, pecho inflado, hombros relajados, moviendo la silla con sus pies sin soltar su bebida y sentarse en la silla con las piernas descaradamente abiertas para el corto de su falda. —¿Qué miran bonitas? – Habla la felina dirigiéndose a las caninas, meneando su larga cola.
—Con la falda a dos dedos debajo de tus nalgas, creí que al menos sabrías cómo lucirla. –Comenta desconcertada la chica poodle, jefa de la clase, mientras aleja su agua de coco.
—¿Qué intentas decir? Sé más directa, perrita. - Replica la gata Michelle Mora.
—Que cierres las piernas, gata vulgar. - Alza la voz una canina Shih Tzu.
—¿Disculpa, pulga? YO hago lo que SE ME DA LA GA-NA. - Contesta en voz alta.
Las compañeras discuten sin moverse de la mesa. La Poodle, Ángela, ya estaba harta de escucharlas responderse unas a las otras, por lo que se limita a sorber con su popote los trozos de coco que quedan de su vaso, por mera ansiedad. Ese acto no pasa desapercibido para la felina, por lo que deseando agravar la situación y hacerlas enfurecer piensa en una manera para dejarlas impactadas.
—Ah, ¿para qué se hacen las buenas perras? Bien que en la fiesta de bienvenida andaban sin correa. Creo que su malhumor se debe a que no cazaron amo ¿o no? De mujer a mujer, y sin rencor alguno, les compartiré mi mayor arma para que cacen lo que se les dé la gana. –Terminando de hablar, y antes de que las caninas le respondan, toma su café frappé y succiona el popote hasta el tope de ida y vuelta.
Deja a los compañeros del aula en shock, siendo envueltos por casi un silencio total de no ser por los sonidos obscenos de la felina. Las caninas la miran con asco. La ruidosa pareja de chicos mixtos la mira con burla. Los muchachos de la esquina, ya sin baraja y con la ventana cerrada, observan con asombro mientras ríen. Camilo y Emilio se muestran incómodos, deseando no estar de espectadores de una pelea de mujeres.
La felina se repone para volverles a hablar. —Sé que esto les será MUY útil en sus temporadas de celo, perritas. Luego no digan que no soy amable con ustedes.
Después de tal escena, se levanta con su ya vacío envase de café frappé, saliendo del aula seguramente para encontrar un bote de basura.
—Emilio… ¿cuál era tu pregunta? – Habla quedito, solo para su amigo, evitando el contacto visual con las enfurecidas caninas. El joven moreno mira a una esquina con expresión abatida, queriendo adivinar con total resignación, el futuro de los dramas que tendrá que presenciar dentro del aula.

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