La humedad de la tarde se hace presente en la preparatoria. El ambiente nublado y ventoso lleva días en la ciudad, provocando que ciertos alumnos enfermen de gripa por el brusco cambio de clima a finales del verano.
Las ventanas de las aulas se mantienen cerradas. No obstante, son golpeadas por el fuerte viento que viene y va. Los alumnos prefirieron quedarse dentro de los edificios, siendo pocos los que se aventuran a pasar el rato fuera.
En el aula del grupo 7 del turno vespertino, cierta chica de lacios cabellos castaños, estornuda y toce sin parar.
—Ari, ¿me puedes dar un poco de tu agua? – Fernanda es una humana de tez morena, alta y delgada, compañera de clases de Ariana. A pesar de que usualmente desborda elegancia y pulcritud, todo ello hoy se desborda por su nariz y lagrimosos ojos cafés.
—¡Fer! Te ves muy cansada, ¿te sientes bien? – Ari, la única ninfa cactus del aula, muestra preocupación en su voz. Con prisa le pasa a su amiga el enorme termo de agua que trae consigo. —No te presentaste la semana pasada en el club de danza. El profe estuvo preguntando por ti.
Fer deja escapar una toz rasposa que cubre avergonzada con un gran pañuelo, girando su cabeza en dirección contraria a su amiga. A la pequeña ninfa cactus le queda todo más claro. La hermosa pero enferma chica, saca un pequeño vaso de plástico de color azul eléctrico con detalles en glitter, siendo éste de goma flexible, para servirse agua del termo ajeno.
—¿Recuerdas que el día 17 y el 19 estuvo lloviznando desde temprano? Al estar con prisa no llevé ropa adecuada para bailar en lo fresco. Me quedaba dormida por estar estudiando para los exámenes de la maestra Tatiana. Aquí entre nos, a pesar de que me gusta mucho leer, las clases de literatura no son lo que esperaba. – El tono de voz de Fer con la nariz tapada, provocaría carcajadas a la ninfa, más la preocupación y el deseo de cuidarla son más grandes. En parte, es gracias a la manera tan débil y cansada de expresarse, casi dolorosa, lo que mantiene a raya las ansias de reír de la enana.
—Ugh… La maestra Rojas es un dolor de cabeza. Y da bastante miedo cuando uno se equivoca al leer o responder mal una pregunta. Entiendo que te hayas preocupado por mantener buenas notas con tal de pasar desapercibida.
—¡¿Verdad?! Esa mujer es un espanto. Ojalá no venga hoy. Si nos hace leer antes del examen y me toca pasar al frente, dudo que le importe el… -Fer reprime un reflejo de toser y traga saliva para suavizar su garganta con tal de finalizar la frase. —…el hecho de que esté enferma. -Con el ceño fruncido y sus ojos cerrados en gesto de dolor, logra terminar la frase para después, permitirse toser en su pañuelo con el mayor cuidado que la naturaleza le permite.
—Y el clima no te ayudará. Ha estado así desde la semana pasada. No te preocupes por el club. Informaré al profe que estás enferma. Seguro él sí entenderá, y más aún que nuestras clases son al aire libre.
—Gracias Ari. – Le dice con ternura la alta joven, aminorando sus nervios por la clase de literatura.
El aula se encuentra casi abarrotada, faltando muy pocos alumnos en llegar, entre ellos Mizuki y Camilo. Las caninas de la clase hablan entre ellas, invadiendo el escritorio de la meastra. La poodle del grupo, Ángela, presume a sus amigas las técnicas de estudio que desempeñó para leer los libros recomendados por la maestra Tatiana. Mostrando pequeños libros de bolsillo de las ediciones más resumidas, llenas de cintas de colores y una libreta de notas abierta que describe el significado de cada color. Sus compañeras la escuchan, con tal de lograr retener información que les beneficie en el examen de éste día. Aunque algo llama la atención de la canina Guillermina, siendo el bulldog del grupo. —Niñas, ¿qué está haciendo Fer? – Menciona, captando con éxito la atención de las canes chismosas, observando a la mencionada sacar un pastillero
—Que atrevida. – Menciona la shih tzu, Verónica. Reluciendo una sonrisa socarrona.
—¿Por qué lo dices, Vero? - Miranda, la canina pastor alemán, no suele ser muy cercana al grupo de caninas. Entender sus manías no le es del todo fácil, pero cuando se trata de estudiar con ellas es algo totalmente diferente, siendo una compañía nutritiva para aprender o aprender a hacer trampa. —Es normal tomar medicamento cuando se está enferma.
—Uyyy niña, te falta colmillo. – Responde Verónica bajando el tono de voz a uno más confidente, provocando que las demás se acerquen a parar oreja. —Esas pastillas no lucen igual a las que uno se toma para curar la gripa, fíjate bien. Además, ¿para qué tener las pastillas sin el empaque? No la disimula. – Termina de comentar dejando escapar una ligera carcajada que tapa inmediatamente con una de sus manos.
—No entiendo. – Miranda frunce el ceño mientras las observa como si a cada una de sus compañeras se hubieran convertido en una especie de Cerbero.
—Ay Miranda. Con razón ocupas ayuda para estudiar en casi todas las materias. – Suelta Ángela en susurros desesperados. —Ese es un pastillero semanal. Sólo los viejitos o las personas con enfermedades súper serias los usan. Pero también…
—Pero también las que usan las pastillas anticonceptivas. - Interrumpe con el mismo volumen de voz incógnita de sus amigas, la pug.
—Lou.- Regaña la poodle. —No me interrumpas, es grosero. – Ángela observa a distancia analizando a su compañera humana, moviendo fuera de su rostro uno de sus rizados mechones de cabello esponjado, acomodándolo detrás de su cabeza.
La conversación de las canes es escuchada por la única ninfa masculina de la preparatoria: Margaro Robles. Un muchacho menudo y delicado, de cabello rubio y tez verde pálido.
Éste corre en dirección de su querido amigo María José, un felino de cabello gris y brillantes ojos amarillos. Sentado en su lugar, ensimismado con un rompecabezas cúbico, dejando los apuntes del examen ignorados sobre la mesa. —Hey, Majo. Adivina de lo que me enteré.
El compañero terminó esparciendo un rumor que por azar llegó a los oídos de los profesores, especialmente de la maestra y psicóloga excéntrica Reina Rojas, quién terminó citando a Fernanda a una intervención con la doctora de la preparatoria con el fin de verificar que la alumna tomara un buen tratamiento.
Haciéndole pasar a la estudiante un momento incómodo y desubicado a sus ojos, con tanta información de parte de ambas mujeres sobre métodos anticonceptivos salido de la nada. Finalmente, cedió ante ellas y mostró el contenido del pastillero a la doctora Sandra. La mujer de la bata le dirige a la excéntrica pelirroja una mirada cargada de juicio y resignación. Como si ésta clase de incidentes no le fueran ajenos, tal vez vivíendolos más de una ocasión, especialmente si es por parte de la maestra Rojas. —Reina. Estás son pastillas para la gripa.

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