—¡Camilo! ¿A dónde vas tan arreglado a estas horas? - Cuestiona el padre a su hijo, arrugando su gran bigote cano de la impresión. Se encuentra de pie en el umbral de la puerta divisoria entre la panadería y la casa, observa fijo hacia la parte alta de las escaleras, donde esta su hijo más joven, dispuesto a bajar. —Y mira tu mandil. Lo tienes todo manchado con mermelada de fresa. ¿Cuál es el afán de ponerte algo tan sucio después de bañarte?
El joven castaño rojizo sale del pequeño trance que ocasionó el grito repentino de su padre con su rasposa y grave voz, relajando la tensión de sus hombros —Justo estaba por pedirte permiso para ir una fiesta…- Pero antes de explicarse es interrumpido por la gran risa de ironía del viejo panadero.
—¡JA! ¿qué vas a pedirme permiso para ir a una fiesta ya vestido y listo para ir? En primera no eres mucho de salir, no que siempre te la pasas tan cansado que hasta caes como tronco cada noche.
—Me invitó una amiga a penas hoy, y la fiesta la organiza la escuela, es de disfraces. No te vi cuando llegué y tenía poco tiempo para arreglarme. En caso de que me dejaras ir no llegaría tarde. – Explica el joven mientras baja las escaleras y se mira en el espejo de cuerpo completo colgado en una de las paredes de la cocina, debajo de las escaleras. Acicalándose ligeramente, sin dejar su expresión incómoda ante la difícil situación de pedir permiso.
El padre se cruza de brazos y se recarga en la pared, mirando a su hijo frente al espejo mientras su niño procura desviar el contacto visual. El hombre reconoce en silencio que su hijo está tratando de ser firme sin exigir una clase de premio, a pesar de que se escape un notorio sudor frío por la frente de su hijo, casi ocultos por los risos de su cabello que tanto le recuerdan a su amada esposa. Y cuando escucha que una chica lo invitó… —Bueno, eso explica el motivo de que pidieras una paga justa por tu trabajo. – El hombre mayor dulcifica el gesto en su cara, dejando a su hijo confundido por la reacción.
—Comienzas a salir con amigos después de clase cada jueves sin falta, la paga, los ahorros que invertiste para pedir algo por internet y luego la fiesta. ¿Lo que pediste es un regalo para ella, ¿no? Me agrada que estés comenzando a ponerte orden y esfuerzo en lo que deseas. Aunque no creí que fuera tan rápido. – Dicho lo último, el hombre robusto suelta una gran carcajada, relajando la tensión en el ambiente del hogar.
El muchacho nunca había escuchado reír así a su padre, y no tiene idea de cómo tomarlo. Lo que sí reconoce es que su padre malinterpretó la salida con Ariana, cosa que lo tomará conveniente para cumplir con ella. Mientras él no se entere de que la susodicha es una ninfa, no tendrá discusiones con él.
—Anda, que te llevo en la moto de las entregas. Sólo déjame desanclarlo de la carretilla de los panes. – Le dice a su hijo.
—¿Vas a llevarme? – el jovencito está completamente incrédulo. Hasta siente que le cambiaron de padre. Pero una voz al otro lado del umbral, justo donde tienen el recibidor de la tienda, se hace notar arruinando el ensueño del momento de padre e hijo.
—¡¿QUÉ?! – El hermano mayor de Camilo, Christian, un sujeto delgado de mal carácter, interviene en la plática. —¿Cómo que lo vas a llevar viejito? Y míralo todavía, según él vestido de panadero inútil como disfraz. Si eso eres a diario, pendejo. – Se ríe con sorna, haciendo incomodar a su pequeño hermano. Más el adulto no da importancia a la rutina pesada entre hermanos, incluso le invade la nostalgia verlos tal cual como se relacionaba con su difunto hermano.
—Carnicero. - murmura bajito, pero con enorme molestia el muchacho castaño rojizo. Ocultando en el bolsillo del mandil, un par de cuchillos corta carne hechos de cartón. —Si le muestro esto, solo me molestará más.
—Tienes razón. Hijo no sería buena idea que te lleve. Será mejor que vayas para allá solo. Ven, que voy a guardar la carreta. – Comenta el hombre a tono de demanda autoritaria, pero calmada, abriéndose paso hasta la entrada de la panadería.
—¿Para qué quitas la carreta, viejito? - Pregunta el hermano mayor. - ¿Y cómo que lo vas a dejar ir?
Ambos muchachos van detrás del padre, siendo el menor constantemente empujado hacia atrás del más grande.
—¡Ya Christian! Deja en paz a tu hermano para que me ayude con esto. – Ambos hermanos obedecen a su padre, aunque Camilo no tiene idea de lo que está pasando, pero el mayor lo intuye.
—¿No me digas que le prestarás la moto? – Escupe el pálido joven. Pero el menor se mantiene incrédulo.
—Pero claro. Ya son las 8 de la noche, no hay camiones y los taxis son caros y peligrosos. Es mejor si va y viene en nuestro propio transporte. - Dice el padre mientras mueve sin mucho esfuerzo la carretilla hacia el largo pasillo del interior de la casa. Camilo no se lo puede creer, abriendo sus ojos lo más que puede para mirar a su padre. —La última vez que usaste la moto no lo hiciste tan mal. Así que te la confío. No hace falta recordarte la importancia de esta moto para la panadería. Eres sensato, mantente así. – Más que un alago a su hijo, era una orden que bien sabía él, no debe jamás desobedecer.
El jovencito traga saliva, aún mudo por todo lo acontecido, pero su mirada hacia su padre es de agradecimiento. Procura mantenerse callado para no hervir aún más la sangre de su hermano mayor. —Todo lo que diga puede usarse en mi contra. – se recuerda a sí mismo.
—¡¿Qué no lo hizo tan mal?! Por no atropellar a un puto gato se desvió y cayó de la moto. Menos mal no se rasguñó esta chingadera o nos iba a costar. - Mientras Christian vocifera, el menor de los Molotla se encamina con la moto hacia la calle, listo para irse.
—Yo no sé cómo le das permiso para divertirse, si se la pasa haciendo y deshaciendo en la panadería. Usando nuestros materiales para las recetitas de internet esas que ve el muy joto, mientras vas por la ciudad vendiendo. – Christian se quejaba hasta por los codos.
—YA. – El resuene de la hastiada voz del padre provoca silencio en la totalidad de la calle. Camilo, montado en la moto, estaba a punto de arrancar pero frena en seco al escuchar el grito. Mira atento a los dos miembros de su familia, limitándose a escuchar. —Tu hermano siempre trae notas más que decentes mientras se encarga del lugar en mi ausencia. Trabajando incluso tus horas Christian, y lo sabes bien. Tal vez recibió un pago más temprano que tú a su edad. Pero por eso mismo, antes que tú a demostrado ser más competente. Y sobre los experimentos que hace con la comida, ya hablamos de eso, fue condicional para SU paga el no jugar con la comida. ¡Y CAMILO! ¿QUÉ NO TENÍAS PRISA CHINGADO, ¡ARRANCA!
—SI. - grita por reflejo el joven, arrancando por fin en dirección de la fiesta mientras escucha a su padre a lo lejos, gritándole una sola orden: No llegues tarde.

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