1.1 Almuerzo de domingo
La tormenta se hacía cada vez más fuerte al pasar de las horas. Por la ventana, se podía observar como los bancos y la mesa se hundían en el blanco brillante de la nieve.
Alan, que en la noche anterior se había desvelado mirando un estreno de sus series favoritas, dormía en el refugio de su cama y bajo el confort de sus cinco frazadas; él se sentía de algún modo más seguro al sentir el peso de ellas.
Del otro lado de la puerta de su habitación, podía escuchar a su madre subiendo y bajando las escaleras. De un lado a otro, y seguramente, ordenando todo a su paso. Si bien era algo habitual en ella, ese domingo era especial, dado que su abuela iría a almorzar con ellos. No era muy común que eso pasara, ya que todos los domingos Elvira iba a la iglesia y luego solía compartir el almuerzo con amigos de tercera edad que había hecho allí.
-Alan, levántate. Tu abuela está por llegar en cualquier momento y tú ni siquiera te has arreglado.- gritaba Rosa del otro lado de la puerta.
-¡Ya voy mamá! solo un rato más-
-Son las 11 de la mañana, tu padre se encuentra leyendo el diario en la sala de estar desde hace 2 horas. Todavía no termino de ordenar y el tuco está a medio hacer. Hazme el favor de levantarte, arreglarte y ordenar tu cuarto.- Descargó contra Alan.
-Está bien, pero no prometo que el cuarto quede ordenado.- Contestó él, sabiendo que esa respuesta podría calmar un poco a su energética madre.
Al levantarse, acomodó de mala gana su cama, y al salir del cuarto sacó consigo envoltorios de papas y golosinas que había acabado la noche anterior con la maratón de su serie favorita.
Al bajar a la cocina que estaba anexada a la sala de estar, estaba Pedro, su padre sentado en el sillón con los pies sobre la mesita y leyendo el diario, tal como había anticipado su madre. Se preparó su desayuno como todos los días, una taza de té y siete galletas saladas. Luego dispuso sentarse cerca de su padre para desayunar.
-Buen día- Dijo con una cierta voz forzada.
-Hola hijo- Respondió sin siquiera mover su mirada fija sobre la sección de deportes.
Luego de unos espesos tres minutos, Alan, que no tenía el mínimo interés y conocimiento sobre fútbol, le preguntó a su padre sobre el resultado del partido que había jugado su equipo favorito la noche anterior. A regañadientes, Pedro respondió -mejor ni hablemos.-
Claramente no era la intención de Alan hacer enfadar a su padre con un resultado negativo de su equipo, de haberlo sabido, no habría intentado acotar al respecto.
La relación entre ellos siempre había sido un tanto particular. Si bien nunca hubo algún problema entre ambos, la relación de padre e hijo era distante, o más bien fría.
Alan siempre supuso que quizás su padre tenía el carácter fuerte debido a la falta de cariño que pudo haber tenido cuando era chico. Su abuelo había conocido a Elvira cuando tenía 15 años, se casaron y se fueron a vivir juntos a un campo alejado de la ciudad de aquel entonces. Trabajaron incansablemente para construir su casa y dedicar su vida al trabajo en el puerto de Ushuaia.
Pedro, había nacido tan pronto la casa tuvo forma y desde pequeño tuvo que trabajar con su padre en el puerto para poder sobrevivir. Al terminar la escuela secundaria, Pedro decidió mudarse cerca de la ciudad y fue allí donde conoció a Rosa, en la imprenta donde él comenzó a trabajar y dónde Rosa solía comprar el periodico una vez al mes para su padre.
Sin más que decir luego del desafortunado comentario, Alan subió las escaleras y se dirigió a directo a ducharse, ya que en breve llegaría su abuela y su madre estallaría de nervios si no estaba listo para aquel entonces.
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